Capitolo 61

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Una lágrima rodó por mi mejilla. Una lágrima que no pude contener; tan pesada como mi dolor, tan profunda como mi agonía. El taxi se detuvo frente a mi casa. Le pagué y bajé para adentrarme a esta. Subí y me tumbé en mi cama, a plena luz del día, a llorar. Estaba enloqueciendo, me estaba volviendo un patético desquiciado.

Llorar resultaba perfecto estando solo, sin preguntas, sin miradas; incluso la voz en mi cabeza guardaba silencio mientras las lágrimas seguían bajando por mis mejillas y mis sollozos se ahogaban contra la almohada. Y pensar que había perdido a la única familia que me quedaba, Jaemin, por una estupidez mía, por un maldito error. En ese momento deseé fervientemente inventar una máquina para retroceder en el tiempo. Con ella, evitaría haber ido a Venecia, conocer a Jeno, amarlo con todas las ridículas fuerzas de mi corazón y estar ahora mismo solo en este mundo.

Pero era suficiente, ya había llorado mucho a causa suya. Ya no podía ser tan vulnerable por él, no debía. No cabía duda de que todo en este mundo se paga, y a lo mejor este era el pago de mi maldad. Lo que yo le había hecho a Jaemin ahora lo estaba pagando. Pero no más, no iba a dejar que aquello me tumbara. Tenía que vivir, con ello, pero iba a seguir adelante. Adelante, sin nada más que mi frente en alto. Era una promesa.

|🌹💥❤️‍🩹|

Habían pasado tres días y, aunque me negara a aceptarlo y llevara puesta una armadura de fortaleza, mi corazón preguntaba por Jeno. Tres días y ¿nada? Chenle me había contado que, por supuesto, él le había preguntado a dónde había ido y cuando los hombros de mi amigo se encogieron ante la interrogativa, Jeno salió disparado por la puerta sin señal alguna de Yeji.

Pero ya no iba a pensar en ello. O al menos intentaría no hacerlo y no darle más importancia al asunto. Miré a través de la ventana del departamento y visualicé las grandes formas arquitectónicas de los edificios de Busan. Tenía pensado jamás volver de nuevo a Seúl después de esta pequeña gira de la exhibición, quedarme en algún lugar seguro hasta que el corazón sintiera de nuevo. Me preguntaba, ¿hasta cuándo sería libre?, ¿hasta qué punto resistiría él? Mi corazón palpitaba deseoso por sentir, por vivir, por amar; tenía miedo de no encontrar todo eso en alguien más. Viajaría lejos esperando no volver al pasado, no mirar profundamente su fotografía, negándome a todo aquello que aún sentía por él.

Si él apareciera, mi corazón cantaría, pero mientras no lo hiciese y el tiempo pasase, yo me haría más fuerte y evitaría derrumbarme en sentimientos vacíos. Lo dejaría libre para poder ser libre yo.

Los golpes en la puerta interrumpieron mi divagación.

—¿Estás listo?— la voz de Chenle se sentía un poco reconfortante después de todo el dolor.

Desvié la vista de la vitrina para mirarle y sonreírle. Asentí.

—Vamos.

Tomé mi abrigo y bajamos hasta la recepción del hotel para dirigirnos a la Avenida Seomyun, donde volvía a darle vida a Manuale del proibito. Había sido un éxito en Seúl y Ji había decidido trasladarlo a Busan, en donde pidieron que la presentara. Estaba feliz, por supuesto, era el mundo reconociendo mi trabajo.

Cuando llegamos, Ji ya estaba allí y nos regaló una extensa sonrisa al vernos.

—Suban, suban, es en el cuarto piso— nos dio la mano.

Sin duda era un edificio grande. Contaba con cinco o seis pisos, no estaba muy seguro, pero en Busan muchos de los edificios eran así.

—Vamos, faltan menos de treinta minutos.

Al entrar al edificio el aire acondicionado me golpeó el rostro. En el exterior hacía frío, ¿por qué no mantenerse cálido en el interior? Últimamente así eran mis pensamientos, triviales y sin importancia.

Chenle y yo subimos por el ascensor hasta el cuatro piso.

—Hey, ¿cómo estás?

—Perfectamente— contesté antes de que las puertas de la exposición se abriesen.

No es que fuera mentira, pero tampoco era toda la verdad. Por supuesto, físicamente estaba de maravilla, emocionalmente... bueno, era preferible no hablar de ello. Me sentía estúpido, tonto, como si fuera el niño del que todos en el colegio se burlan.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo primero que vi, más allá de la gente, fue la vista a través de las grandes ventanas. Los edificios y rascacielos se expandían gloriosos hacía el cielo por todo Busan.

—Vaya— exclamé y noté la tenue sonrisita de Chenle.

A continuación, algo más captó mi atención. Era un espacio un poco más pequeño que el de la primera exposición, por lo tanto, las fotografías estaban más juntas, observándome. Quise borrar con una sacudida de cabeza el recuerdo que me vino a la mente al verlas. A fin de cuentas, volver a ver a Jeno no había resultado tan bueno.

Los minutos trascurrieron rápidos, aunque ver a gente ir y venir observando mis fotografías se hizo tedioso. No es que no me gustara la expresión de fascinación de la gente al verlas, pero quería exponer alguna otra cosa. Otras fotografías, algunas más recientes, algunas que no me dolieran y no hablaran en mi imaginación.

Comencé a contar los segundos, no encontrando otra cosa qué hacer; y cuando le sonreía a la gente, empezaba otra vez desde cero. Así se me fue un buen rato.

De pronto, entre el murmullo de la gente, escuché algo. ¿Música? Giré completamente desorientado. ¿De dónde provenía? ¿Por qué se me hacía conocida? No era el único que la escuchaba, todos giraban sus cabezas y comenzaron a amontonarse en las ventanas.
El corazón se me paró al escuchar la voz.

Chenle, que estaba también en el tumulto de gente, me miró con sorpresa.

—Ven a ver— en cuanto lo escuché hablarme, obligué a mis pies a moverse.

Como pude, me abrí paso torpemente entre la gente. Porque a pesar de que mi razón iba siempre en desacuerdo con aquello lateante bajo mi pecho, esta vez sabía que era algo real, algo de lo que mi corazón no saldría lastimado a posteriori.

Cuando por fin logré llegar hasta la gran ventana, medio atontado aún, apoyé mis manos contra el cristal, haciendo que este se humedeciera por el repentino sudor que desprendían mis palmas. Inmediatamente, posé mi vista en la azotea del edificio continúo.

Y allí estaba.

En ese instante fue como si mi corazón hubiera revivido o despertado de un letargo doloroso, haciéndome sentir más vivo que nunca. Porque más allá de sus estruendosos latidos con nombre propio, sabía muy en el fondo que esta vez, como ya lo había aceptado mi razón, no iba a haber decepción alguna.

Pero, ¿qué hacía Jeno? ¿Cantaba? ¿Me cantaba a mí? Al menos me miraba mientras seguía dándole libertad a la bella voz que poseía y se llevaba una mano al pecho.

Unas ganas de llorar me invadieron sin explicación. Era como si me trajese serenidad a mitad del día. La gente que se apretujaba a mi alrededor comenzó a desaparecer, y me vi perdido en las capas de terciopelo de su voz. Pegué la frente al vidrio mientras pensaba: ¿a caso su voz puede llegar a ser más hermosa? Si ya era inspiradora cuando salía de su garganta en forma de palabras, en forma de canción no sabía expresar lo que despertaba en mí.

~✨~

QUEDAN DOS CAPÍTULOS Y EL EPÍLOGO.

Manual de lo prohibido   {Norenmin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora