Capitolo 44

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Jeno me sujetó de la espalda, temeroso de que me cayera.

—Usted, señor, no tiene por qué tocarme— retiré su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.

—Será mejor que nos vayamos, Renjun. Yangyang— lo llamó y sacó su billetera para tomar un par de billetes que aventó sobre la barra—. Quédate con el cambio. Gracias por llamarme.

—¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio el permiso?— le miré aún ceñudo y con voz torpe.

—Vámonos, Renjun.

—Pero yo no me quiero ir, vete tú— rezongué y me crucé de brazos.

—No seas ridículo, Renjun. Vámonos— me instó a seguir caminando pero me detuve, tambaleándome por el esfuerzo—. Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré— me advirtió y me miró serio.

Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos el uno al otro; pero fracasé por completo luego de perderme en esos bellos ojos color chocolate, protagonistas de mis sueños.

—De acuerdo— farfullé—. Tú ganas. Siempre ganas— hice un mohín y me dí la media vuelta para dirigirme a la salida, mareándome en el proceso.

Pude sentir una firme y fuerte mano sujetándome por la cintura y, al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizó y un montón de mariposas se desataron en mi estómago.

Maravilloso, incluso ebrio y torpe, Jeno provocaba esas reacciones en mí. Me golpeé internamente.

Cuando llegamos afuera, una vez sentí que el aire me removía los cabellos quité de un tirón su mano en mi cintura y le miré ceñudo.

—¿Qué pretendes, Jeno?— mi voz me parecía incluso más torpe que hacía un rato.

—Sacarte de aquí sano y salvo, vámonos— me apuntó el auto negro del que era dueño, animándome a que subiera.

—No— me crucé de brazos—. Ya he hecho lo que querías, hesalido del bar, déjame aquí y vete— le hice un gesto con la mano.

—Renjun, por favor, sube— me rogó serio.

Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo aún cómo el suelo bailaba bajo mis pies.

—¡Renjun!— me ordenó que parara pero lo ignoré— No seas terco.

Seguí caminando, o al menos lo intentaba, cuando de pronto sentí que mis pies se despegaban del cemento y unos fuertes brazos me elevaban.

—¿Qué haces? ¡Suéltame!— intenté luchar— ¡Lee Jeno, déjame!

Jeno, ignorándome olímpicamente, caminó los pocos metros hasta su auto a paso firme. Cada uno de sus movimientos hacía que su perfume varonil me hiciese flotar en un paraíso al colarse por mis fosas nasales. Tras pocos segundos mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aún estaba fuertemente ceñida por su mano. Me tenía aprisionado. Abrió la puerta del copiloto y volvió a cargarme como una princesa para depositarme con delicadeza en el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Oí el chasquido del seguro al cerrarse.

—No soy un bebé— mascullé.

Entonces me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba en el rostro. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las farolas que entraba por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.

—No seas tan terco, Renjun, por favor— musitó.

Gracias a la corta distancia que nos separaba vi como su vista se desviaba a mis labios, pude notarlo, y seguidamente pasó saliva escandalosamente por los suyos. A continuación, se retiró rápidamente y su perfume se revolvió entre las partículas de aire.

Manual de lo prohibido   {Norenmin}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora