Capítulo 37: Exquisito Manjar

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Antes de que sus sirvientes escaparan, llamó a la guardia de seguridad que protegía la mansión desde el exterior, su orden fue directa y precisa.

"Disparen sus armas, contra aquellos que intenten escapar de la mansión"

Al llegar a la cocina no encontró a nadie de la servidumbre pero después de unos cuántos minutos se escucharon voces del exterior, abrió la puerta trasera que conectaba con el Jardín trasero, encontrándose con sus guardias de seguridad que apuntaban con sus armas a nueve sirvientes que mantenían arrodillados y con las manos levantadas a la altura de los hombros, esto para evitar que se movieran.

Los ojos grises de Yao no tenían un rastro de clemencia, el viento era frío y con la brisa del anochecer su largo cabello dorado se vio tan deslumbrante e imponente ante todos ellos.

— ¿Adónde creen que iban mis fieles sirvientes?—pregunto Yao con una voz tétrica y sin remordimiento por lo que haría.

Antes de que alguno pudiera responder a su pregunta, Erina apareció y sin decir nada se abalanzó hacia el Chef, lo abofeteó incontables veces, rasguñando su cara hasta sacarle sangre.

— ¡COMO TE ATREVISTE A METERTE CON UN NIÑO! ¡COMO TE ATREVISTE A!....meterte con mi pequeño, ¡ustedes malditos criados!

Erina tomó el postre de fresa que le arrebató a Yao de sus manos y lo aventó en sus caras.

— ¡Malditos! ¡Porque se ensañaron con mi hijo! ¡Les dije que no se metieran con él! Si querían a alguien con quien divertirse entonces... ¿Por qué no me eligieron a mí?

Al escucharlo Yao se desconcertó aún más, eso quería decir que, ¿estos miserables también le hacían maldad a su esposa?

— ¡QUIEN LES DIO EL DERECHO DE HACER ESTO!—sostuvo Yao la garganta del mayordomo al punto de querer estrangularlo.

—Yo...—contesto el mayordomo con el poco aliento que tenía y miro de reojo a sus compañeros que de ladeaban sus cabezas para que no dijera nada.

Ellos serían fieles a su señorito Iris hasta el final, ya que este joven los trató como a sus semejantes, incluso les brindo el poder de vengarse contra alguien de la clase alta.

No tenían arrepentimiento alguno, porque disfrutaron de hacer miserable en su día a día a un señorito como lo era el joven Ares Pardis.

Se divirtieron al amenazarlo para que tomara el lugar de su madre, disfrutaron verlo comer las porquerías que le daban en todas sus comidas y de que este siempre terminaba enfermo por culpa de ellos, rieron cuando quemaron sus cuadros y tiraron sus pinturas.

Pero lo más divertido fue, que nadie creería en un niño mentiroso y problemático como lo era su señorito Ares.

— ¡Come mierda, lo hice porque quería! — respondió y escupió a la cara de Yao.

Todos los que se encontraban ahí, sintieron un escalofrío recorrer todo su cuerpo, Yao estaba sonriendo siniestramente.

—Oh...— dijo limpiándose con la manga de su camisa la saliva —Ya veo.

Miró a Erina que estaba a su costado plantada como una roca, se acercó a ella y le susurró al oído.

Yo me encargare, tú ve y cuida de nuestro hijo, te veré cuando todo esto termine.

Ella no sabía si creer en Yao, pero al verlo tan decidido al querer hacerles justicia aceptó de buena gana, era eso y también porque cuando dejo a Ares este no se veía del todo bien.

—Yao—dijo antes de irse— Hazlos sufrir.



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(hagamos una pausa (。・∀・)ノ゙, si eres del tipo de lector sensible, te recomiendo que no leas lo siguiente, pero si eres de esos que no le importa nada, síguele papá sin miedo al éxito, jajajaj aunque para mi no es la gran cosa (*3) solo es advertencia )

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A base de empujones, golpes y otros muchos que fueron llevados arrastrados por el cabello, entraron en contra de su voluntad al sótano de la mansión, un sótano que era insonoro a cualquier tipo de ruido o grito.

Yao aplaudió y gritó sólo para que se dieran cuenta en la situación en que se encontraban.

—Señor Pardis, por favor no haga algo de lo que pueda arrepentirse —dijo el Chef que ya había mojado sus pantalones al escuchar gritar a su jefe.

—Desnúdenlos—ordeno a sus guardias y ellos acataron a su orden.

Dos sirvientas gritaron y patalearon, los otros siete también trataron de oponerse pero sin lograr nada a cambio.

— ¡Cree que saldrá librado de esto si nos mata!—grito el Mayordomo con la leve esperanza de que los guardias se revelaran en contra de Yao— ¡Ellos son testigos de lo que nos suceda!

— ¡Cállate imbécil! —Dijo un guardia que propinaba un golpe con su arma en la costilla del mayordomo — ¡Nosotros somos fieles a nuestro Jefe! ¡No nos compares contigo, Escoria!

— ¡Gabriel!—grito Yao al guardia— solo cuando te lo indique puedes golpearlo.

—Lo siento Jefe—se disculpó Gabriel y agacho la mirada, dándole paso a Yao con el Mayordomo.

Yao miró alrededor y no notó a Cheese en ninguna parte, suspiró aliviado de que el niño azulado no estuviera o podría darle asco por lo que les haría a su servidumbre.

—No los mataré, pero aunque lo haga, ¿Quién se atrevería a revelarse en mí contra?

La puerta del sótano se abrió y entró un hombre rubio con el carrito de servicio.

—Marco trajiste lo que te ordene—señalo Yao a las bandejas que transportaba en el carrito.

El hombre alto y robusto asintió, llevó el carrito de servicio cerca de los sirvientes que se encontraban arrodillados en el frio suelo.

— ¿Recuerdas lo que me dijiste?—pregunto al mayordomo que se veía confuso a su pregunta.—Me dijiste que comiera mierda, aunque creó que a mí no se me va bien eso, pero yo creo que a ustedes les irá bien con su personalidad de mierdas que son!

Los platos que contenían las charolas fueron descubiertos, mostrando en su interior excrementos con su respectivo cubierto.

Los rostros de los sirvientes se volvieron verdes del asco al tener una mierda tan cerca de sus rostros.

— ¡Esta loco, maldito enfermo!—gritaron.

— ¡SI!—respondió Yao— ¡Estoy enfermo! ¡Pero enfermo del puto coraje al no darme cuenta de lo que hacían con mi hijo y mi esposa!, ¡Estoy loco de la rabia y enfermo por lo cínicos que resultaron ser!

Agarró el cubierto y tomo un poco de excremento.

— ¡TRAGALO!— apretó la quijada del Chef, abriéndola y depositando el excremento en él.

El hombre no pudo con el olor y el sabor, trato de vomitar pero Yao apretó su boca para que no lo vomitará.

— Por cuantos años le diste mierdas a mi hijo y tú no puedes con una sola.

Los otros sirvientes no pudieron ver esta escena que terminaron vomitando al suelo.

—Cómanlo— señaló Yao a sus propios vómitos.

— ¡Esta Loco!—grito el mayordomo.

Yao se acercó y sonrió.

—Sí que lo estoy —dijo y llevo al suelo la cabeza del mayordomo para que comiera los vómitos de los otros sirvientes. —Es mejor que coman toda su mierda, si lo vomitan, también comerán su vómito y esto seguirá hasta que todos lo terminen, creo que este es un precio razonable por todo lo malo que han hecho.

Salvando Al Hijo DesterradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora