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Además del ojo, el Ejército me arrebató juventud, espíritu y a mis seres amados.

Tomé la decisión de jubilarme, con cincuenta y cinco años, y ahora vivo solo, en una enorme casa, como un hombre divorciado que busca la manera de reconciliarse consigo mismo. El silencio de mi sala al leer en el sofá es reconfortante, hasta que cierro el ojo, y mi biografía se proyecta en la oscuridad, provocando que la soledad se convierta en mi peor enemiga.

—Hola, Cindy —formulo, desplazándome por la sala.

—¿Por qué me llamaste, Harry? —inquiere con desdén.

—Quiero hablar con Nathan, pero perdí su número... de lo contrario, no te habría molestado.

—Pues llegas tarde; tu hijo se mudó a Colorado con su novia hace un par de semanas.

—¿Qué? —arrugo el entrecejo, y me detengo frente a la ventana—. ¿Por qué no estaba enterado?

—Quizá porque no llamas desde la Navidad pasada, y no has sido un padre del todo presente, Harold. Ni siquiera lo fuiste como esposo —masculla eso último.

Me llevo una mano al rostro, y suspiro.

—¿Cómo está?

—En pleno apogeo de su vida. Una empresa de videojuegos lo contrató, y él y Samantha planean contraer matrimonio en cuanto nazca nuestra nieta. Estoy muy orgullosa de él.

—Me alegra escuchar eso —una sonrisa cansada adorna mi rostro.

—Te pido que no te desanimes en caso de que... no te invite a la boda. Te ama, pero...

—Comprendo. Y está bien. Me basta con saber que le está yendo de maravilla. También estoy orgulloso. ¿Podrías... darme su número?

—En seguida te lo envío por mensaje. Espero que te conteste.

—Gracias, querida.

—¿Cómo has estado?

—Bien. Gozando de la jubilación. Me adapto de nueva cuenta a la vida de civil. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo está Geraldine?

—Verónica la cuida en su casa, y la visito casi todos los días. A veces pregunta por ti. Siempre serás su yerno, después de todo. En cuanto a mí: todo marcha bien. Estoy viendo a alguien. Tiene su propia tienda de muebles, y parece un buen hombre.

—Estoy feliz por ti —respondo con sinceridad.

—¿Sabes? A veces... me siento sola en esta enorme casa. Ahora que Nathan se fue, es como vivir en un mausoleo. Pero tengo más tiempo para mí. Supongo que también me adapto a la vida de jubilada.

—Te acostumbrarás —sonrío.

—Debo colgar. Lo veré en media hora.

—Oh, sí, no te quito más tu tiempo. Lamento haberte molestado.

—Sabes que no es molestia, Harry —suaviza sus palabras, con un dejo de melancolía.

—Fue grato volver a escucharte, linda. Cuídate mucho —me desplomo en el sillón.

—También tú.

Ella cuelga primero, y cierro el ojo mientras me recargo en el respaldo del asiento. Mi hijo se mudó, está a punto de tener a su primera hija, y va a casarse. He estado ausente mucho tiempo, y saber que no soy parte de su vida me deprime y aumenta el rencor que tengo hacia mí.

No lo culpo por evadirme tantos años.

Ni siquiera tengo el valor de llamarlo, a pesar de que Cindy me envió su número hace un minuto. Quizá no responda o tal vez exprese lo mucho que me odia por ser pésimo padre. No podría soportar su indiferencia.

De todas formas, registro su número para cuando reúna el coraje.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora