19

1.9K 304 56
                                    

Es mi segundo día cuidando a los niños. Decidí no perder el tiempo haciéndome cargo de Joey.

Luego de que cada quien tomara su rumbo al traernos a casa, vine al patio trasero, para descifrar la estrategia del mocoso. Su habitación está en el segundo piso, y la ventana permanece siempre abierta. Lo que hace es descender por las ramas de la enredadera, hasta quedar metro y medio sobre el suelo; para finalmente saltar hacia el pequeño trampolín colocado justo abajo.

Decido moverlo de lugar, y arrancar un poco de ramas, antes de que se asome.

—¿Qué haces, papá?

Doy un respingo al escuchar la voz de Max. Desde ayer insiste en que ahora soy su padre. Le he repetido hasta el cansancio que pare con el juego, pero se acostumbró rápido.

—Sólo me deshago de las ramas secas —respondo, arrojando los restos de enredadera a la pila de hojas secas.

—Vamos adentro, a jugar —toma mi mano, para en seguida arrastrarme. Maggie está sentada en el sofá de la sala, viendo televisión, mientras sostiene una tela—. Toma. Tú serás el novio de Max Steel —me entrega un juguete con forma de Power Ranger o algo así.

—¿Qué haces, linda? —pregunto a Maggie, tomando asiento a su lado.

—Bordo una mariposa. ¿Qué opina?

Admiro la figura de una mariposa monarca, realizada con hilos.

—¿Tú lo hiciste? —elevo las cejas—. Impresionante.

—¡Gracias! No es muy difícil. Como colorear con aguja e hilasas.

—Dudo que yo pueda hacer algo así. Tienes mucho talento.

—Ay, no diga eso. Vea, le mostraré cómo lo hago.

—¡Papá, prometiste que jugaríamos! —chilla Max.

—Inserto la aguja en el ala —explica Maggie—, y continúo la línea; después la inserto de vuelta en la parte trasera; finalmente, inserto una vez más, y vuelvo a seguir la línea. Sólo hago vueltas hasta rellenar el dibujo. Lo mismo en todas partes.

—Oooh... ¿Cómo es que se ve tan complicado?

—¿Quiere intentarlo? Tenga cuidado de no pincharse con la aguja. Le pedí a papá dedales, pero no me los ha traído. Parece que jamás ha sosteniendo una aguja —ríe—. Así. Vea. ¡Ya lo tiene!

—Inserto y para atrás —digo, realizándolo con torpeza.

—¡Justo así! Ahora que sabe, puede bordar lo que sea.

—¿Hablas de cualquier cosa? —pregunto, siguiendo la línea con la aguja.

—Sí. He hecho animales, personajes de caricaturas; plantas e incluso paisajes. Es de mis pasatiempos favoritos, por lo fácil y entretenido que es.

—¿Podría hacer un barco?

—¡Sí! Buscaré imágenes de referencia en Internet. Aquí están. Vea.

—Wow... Quizá lo intente. Es relajante.

—Mucho. Lo hago cuando estoy estresada por la escuela. Ya casi se me acaban los colores; ¿no quiere acompañarme a comprar más? Así traemos tela y aros también, para que pueda hacer los suyos. Y los dedales que papá siempre olvida.

—¡Sí, claro! —sonrío—. Pero no sé dibujar. No creo que pueda hacer lo mismo que tú.

—¡No se preocupe por eso! Puede copiar las imágenes con lápiz o marcador, y después rellenarlas con los hilos. Yo hago eso. Incluso venden mantas con dibujos ya hechos.

—Pensé que imaginabas todo.

—Cómo cree. Si así fuera, saldrían todas deformes. Tampoco sé dibujar —ríe.

Max, harto de ser ignorado, comienza a hacer berrinche. Su hermana decide enseñarle a bordar también. Al ella finalizar la mariposa, queda hipnotizado.

—¿Puedo hacer un tigre? —dice Max.

—Ya hice uno —responde ella—. Señor Duncan, ¿quiere ver mis otros bordados? —me dice, emocionada; asiento, y procede a subir escaleras.

—Mejor que las guerras, ¿no lo crees? —digo a Max, pero no responde por estar concentrado en sus puntadas.

Volteamos al escuchar un estruendo en el patio, seguido de una maldición. Intuyo de qué se trata. Al dirigirme a la entrada, y ver a Joey en la puerta, furioso y sobándose el hombro, confirmo que logré frustrar sus planes de escapar.

—Creí que estabas en tu habitación —inquiero con voz severa. Él me lanza una mirada de odio, y pretende volver arriba, pero lo detengo, tomándolo del brazo—. ¿Adónde crees que vas? Responde.

—¡No me toque! —se zafa bruscamente—. No tengo por qué darle explicaciones. No es mi padre.

—Estoy a cargo de ustedes, así que estoy en posición de ordenar, si así lo requiero. Ahora responde de una maldita vez qué hacías en el patio.

Maggie y Max permanecen expectantes. Joey no responde, y eso me enfada aun más.

—¡Responde cuando te hablo! —exijo.

—¡Ya déjeme en paz!

Entrecierro los ojos.

—Sé que te escapas de casa. Y más vale que dejes de hacerlo, si no quieres que tu padre se entere.

Agranda los ojos, y después ve con odio a su hermana.

—¡¿Tú le dijiste, tonta?!

—¡No insultes a tu hermana, ni le levantes falsos! —elevo mi tono de voz, haciendo retroceder a los niños.

—¡Deje de entrometerse en mi vida, viejo estúpido!

La gota que derrama el vaso. Llevo su brazo tras la espalda, y presiono su cabeza contra la pared. Maggie grita, y Max aplaude. Joey se queja.

—¿Con esa boquita besabas a tu madre? —digo, con frialdad—. Antes de insultar a alguien, asegúrate de saber defenderte, en caso de que esa persona no tolere tus malcriadeces, y quiera darte tu merecido.

—¡Me lastima!...

—Estoy harto de tu actitud arrogante, mocoso. Vas a obedecer y tratarme como es debido, o recibirás más lecciones como esta.

—¡Le diré a papá lo que está haciendo!

—Adelante. ¿Crees que me intimidan tus infantiles amenazas? ¿Crees que Henry me intimida? Pon los pies en la tierra, Joey. El mundo no te debe nada, ni gira en torno a ti. Madura de una vez.

»Ahora: te soltaré y subirás a tu alcoba; después ordenaré la cena; y, cuando te llame, bajarás a comer con nosotros. Más te vale permanecer arriba. ¿Entendido? ¡Pregunté que si entendiste!

El muchacho asiente, y lo suelto; después se incorpora, lento y con la mirada en el piso. Escucho que solloza, pero no le tomo importancia. Y, tal como dije, corre a encerrarse a su alcoba.

Dirijo mi atención a Maggie y Max.

—Lamento que hayan tenido que presenciar eso... —digo, avergonzado.

—E-Está bien... —responde Maggie, algo aturdida—. Él... se portó muy grosero... Necesitaba un escarmiento...

—¡Fue genial! —vocifera Max—. ¡Lo hizo entender por las malas!

Me llevo una mano al rostro. En verdad no quería llegar a eso. Fui impulsivo. Me preocupa qué pasará después, si Henry llega a enterarse. De seguro se enfadaría, y prohibiría  que me acerque a los chicos.

—¿Qué se les antoja comer? —pregunto.

Termino ordenando pizza. Joey baja, para coger un par de rebanadas, y sube de nueva cuenta.

Cuando Henry vuelve, charlamos como si nada. Los nervios se apoderan de mí al momento de despedirme. Mañana sabré si la he cagado.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora