Luego de meditarlo toda la mañana, decidí asistir al evento de beneficencia, que se está llevando a cabo en el parque central. Hay demasiada gente, y no por eso dejo de atraer miradas; sin embargo, me enfoco en otras cosas: los puestos de comida; la banda que toca sobre una tarima; personas jugando bingo, tiros de canasta, aros y dardos; y los perros en exhibición. Razas muy variadas, enjaulados o con correas. Todo es atendido, en su mayoría, por gente joven con camisetas de color amarillo.
Vislumbro a Henry junto a la mesa de bocadillos, conversando con un anciano y una mujer de cabello anaranjado. Es extraño verlo tan serio. A veces olvido que es el director.
—¡Hola, señor Duncan! —Volteo. Maggie y Max se detienen junto a mí. Tomados de la mano, mientras ella sostiene una caja llena de botones.
—Hola, pequeños —suavizo el rostro, y muestro una pequeña sonrisa.
—Qué bueno que se animó a venir —dice ella, sonriente. Nos conocimos ayer, y logró darme la impresión de ser una niña muy dulce—. Aquí tiene un recuerdo —me extiende un botón con el logo del Refugio Canino Dogppy Hadog—. ¿Ya saludó a papá?
—Eso pretendo, pero luce ocupado. Gracias por el botón —digo al colocármelo en la camiseta.
—Oh, sí, siempre lo está cuando se trata de cosas relacionadas con la escuela. Pero no se preocupe por molestarlo; le aseguro que dejará lo que hace de inmediato para prestarle atención. Es así con sus amigos y nosotros.
—Entonces iré a hablarle en seguida.
—¿Ya probó las manzanas con caramelo? —pregunta Max—. ¡Están muy buenas! Acabo de comer dos.
—Tal vez luego... ¿Dónde está su hermano?
—Por allí. No es fan de los eventos masivos —responde Maggie.
—Ya veo.
—Bueno, debemos seguir entregando botones.
—Sí, claro. Fue un gusto verlos.
—¡Igualmente!
—¡Adiós, señor mayor!
Sonrío, viéndolos alejarse. Mi instinto paternal se activa al ver niños pequeños. Si tan sólo lo hubiese aprovechado con mi propio hijo, quizá las cosas serían diferentes. Ni siquiera le he llamado, a pesar de que Cindy me dio su número hace semanas. Pronto nacerá mi nieta, y quisiera, al menos, saber cómo se llamará. Pero no estoy listo.
Decido no pensar más en ello, y me dirijo hacia donde está Henry, pero de inmediato se aleja, acompañado de las mismas personas. Está muy ocupado, así que, por ahora, lo dejaré tranquilo, y disfrutaré del evento.
—¡No lo puedo creer! ¡Duncan! —esa voz palmea mi espalda, y Carlos, vestido con una filipina rosa, y cargando un chihuahueño blanco, me sonríe—. Qué coincidencia. No pensé que te agradaran los eventos masivos; ni los humanos en general.
—Henry me invitó.
—A mí también. O algo así. La escuela le pidió asistencia a la clínica, así que mi equipo y yo estamos dando consultas gratis. ¿Necesitas ayuda con ese humor de perros? —Se echa a reír.
—En ningún idioma eso fue gracioso.
—Te presento a Bibi. Acabo de adoptarla.
—¿Hablas de ahora?
—Sí. Los perros que trajo el refugio no sólo son para exhibición. Puedes llevarte uno a casa. Claro, hay que llenar papeleo y responder un par de preguntas. Ya conoces el protocolo. ¿Verdad, chiquita? —Besa la cabeza del animal—. ¿Te gustan los perros? ¿Por qué no adoptas uno?
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Mayor
RomanceHarold Duncan decide jubilarse del Ejército luego de treinta años de servicio. Decide aprovechar el tiempo que le resta para reconciliarse consigo mismo, y adaptarse de nueva cuenta a la vida de civil; aun teniendo un hijo que lo rechaza y una exesp...