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Es mi primera cita en un largo rato, y me sorprende que inicie de forma pretenciosa, conmigo recorriendo los pasillos de un museo.

No quise exagerar; para ello, creí prudente vestir saco y camisa, sin corbata. Me cepillé, afeité y eché un poco de colonia. Fue todo, y siento que lo hice mal.

Han pasado quince minutos desde la hora acordada, y sigo buscándolo. Temo que me haya dejado plantado, o huido al verme. Sería muy humillante.

Luego de caminar un rato más, me detengo al ver la pintura de un barco, mecido por violentas olas, mientras lucha contra el viento. Es majestuosa.

—La galeaza, de Bruno Divetti —dice, a mi lado, una voz masculina—. Es relativamente reciente, pero parece pintada hace siglos, ¿no lo cree?

—Fue la pieza clave para la victoria de la Liga Santa contra el Imperio Otomano, en la Batalla de Lepanto. El mayor enfrentamiento naval de la historia. En él participó Miguel de Cervantes.

—Hum. Se ve que le apasiona la historia.

—Me gustan los barcos.

—Sí, creo que Gloria mencionó algo por el estilo.

Volteo finalmente. Cabello gris. Ojos café, indiferentes. Gafas. Bufanda gris, y suéter azul, remangado. Tal como ella describió.

—Por fortuna, es fácil reconocerlo —sonríe.

—Oh, yo... lo estaba buscando, pero...

—Discúlpeme —corta—. Lamento haberlo citado aquí, pero debía reunirme con unas personas. No sabía si le gustarían este tipo de lugares.

—Está bien. No sé mucho de arte, pero sé apreciarlo. Creo que es un interesante inicio.

—Me gusta su elocuencia. Es difícil dar con gente madura. Mas bien, de mi edad. O casi.

—Lo sé.

—Lo imaginaba diferente —empieza a caminar, y lo sigo.

—¿En qué sentido?

—A pesar de que Gloria lo describió al pie de la letra, pensé que sería un hombre tosco y cerrado. Sin ofender. Por lo general, así son los militares.

—Lo sé.

—¿Ella le habló sobre mí?

—Sí.

—Me imagino que no omitió lo de «prejuicioso y egocéntrico». Porque, según todo mundo, lo llevo tatuado en la frente. Ya ni siquiera me molesta. —Nos detenemos frente a una pintura de Van Gogh—. Es una copia. La original se encuentra en Ámsterdam —menciona.

—La gente también dice cosas sobre mí. A veces hasta evitan hacer contacto visual. Me sorprendí cuando Gloria dijo que quería conocerme.

—Soy curioso. Usted es bastante llamativo, y no lo digo sólo por la apariencia. Según Gloria... Suficiente. La hemos mencionado mucho. ¿Qué tal si hacemos las cosas por nuestra cuenta? Me llamo Alejandro. Algunos me llaman Álex —sonríe.

—Mi nombre es Harold, y algunos me llaman Harry. Es un placer.

—¿Siempre eres tan serio, Harry?

—Lo siento... no soy bueno con desconocidos.

—¿Bebes?

—Muy de vez en cuando.

—En la plaza que queda cruzando la calle, hay un restaurante que sirve buenos cocteles. ¿Te gustaría ir?

Asiento. Una vez allí, pedimos una mesa junto a la ventana, y ordenamos.

—Ahora sí —dice Alejandro, frotando sus dedos sobre la superficie de la mesa—. ¿Estás a favor del aborto?

—¿Qué?

—Es una manera eficaz de iniciar una conversación.

—Mi exesposa abortó una vez, así que eso creo.

—Oh, estuviste casado con una mujer. ¿Eres bisexual?

—Eso pensé hasta los treinta. Me gustan las mujeres, pero a mi pene no.

Se carcajea, y eso me anima.

—Bueno, ¿a quién no le gusta esos seres maravillosos? —dice.

—¿Tú siempre estuviste seguro de... tu sexualidad?

—Por supuesto que no. Tengo casi sesenta, y salí del clóset a los treinta y nueve. A algunos les sorprendió; a otros no. Sin embargo, desde los quince siempre tuve ese conflicto interno de saber qué pasaba conmigo. No había nadie que me guiara o diera las respuestas. No había Internet —ríe—. Estaba solo, rodeado de un ambiente conservador hasta morir. Hoy en día, estoy tranquilo conmigo mismo, pero, debido a esto, mucha gente que consideraba importante me dejó de lado; perdí muchas oportunidades; y pasé por un abismo emocional al que no me gustaría volver. No hubo un día en el que no deseara ser «normal», para así evitarme tantos inconvenientes. Incluso hoy... creo que preferiría no ser quien soy, pero es lo que hay. Y tengo que aceptarlo.

Hace círculos sobre la mesa, y en seguida llegan nuestras órdenes.

—Comprendo lo que tuviste que pasar. Aun así, no me imagino lo difícil que debió ser para ti. Lo lamento —digo.

—Es la mejor respuesta que me han dado. Generalmente responden con historias más trágicas, volviéndolo una especie de competencia. Me gusta que sepas escuchar.

—La gente suele menospreciar los problemas de otros por falta de empatía. Probablemente crean que exageras aunque no lo admitan en voz alta.

—Exacto —sonríe—. Yo no puedo imaginar cómo fue para ti, en un ambiente tan turbio y poco tolerante.

Me levanto un poco la manga del saco y la camisa, para enseñar las marcas en mi muñeca.

—Estas cicatrices me las hice al forcejear por horas, bajo el sol, luego de que unos bravucones de mi pelotón me ataran a un árbol después de sorprenderme besando a un compañero.

—Carajo...

—Pasaron muchas cosas. No me gusta hablar de la mayoría de ellas. Por ejemplo, luego de saberse lo de mi sexualidad, por varios meses todos me apodaron «Harriet». Incluso algunos  oficiales. Fue un infierno.

—Esta cicatriz, en el labio, me la hizo mi primer amor, luego de atreverme a confesarle mis sentimientos frente a sus amigos. Creo que lo merecí.

—Esta, en la frente, me la hizo un compañero al golpearme con su arma, luego de responderle cuando me llamó «mariquita».

—Conque quieres competir.

Ambos reímos, pero unos jóvenes en una mesa cercana nos opacan por su bullicio. Entonces ese se vuelve el tema de conversación, y caigo en cuenta que somos dos señores mayores hablando de cosas de señores. Aun así, la charla es amena y fluida, y conectamos muy bien, a pesar de nuestras personalidades tan distintas.

Al finalizar la cita, acordamos volver a vernos.

—¿Tienes cuenta de Facebook? —pregunta, al estacionarme frente a su hogar.

—¿«Facebook»...? No lo sé...

—No puedo creer que yo sea el mayor aquí —ríe—. Me conformaré con enviarte mensajes de texto. La pasé muy bien hoy. —Se inclina para besar mi mejilla, antes de bajar—. Cuídate, Harry.

—Igualmente. Buscaré el libro que mencionaste —sonrío.

Una vez se aleja, tomo mi celular, para llamar a Gloria; sin embargo, decido arriesgarme con mi hijo por segunda vez.

Y el resultado es el mismo. 

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora