Correr por las mañanas se volvió un hábito. El sedentarismo no es para mí. La alarma suena a las seis, y para las ocho estoy de vuelta en casa.
El parque Constantine Romero es punto de reunión para deportistas. A la misma hora me codeo con ciclistas, patinadores, basquetbolistas y otros corredores. Casi paso desapercibido, de no ser por mi apariencia. Fuera de eso, el ambiente es ameno.
—A su izquierda, señor Largo.
—¿Carlos? —frunzo el ceño al verlo trotar junto a mí.
—¡Hola! Qué coincidencia. ¿Viene a menudo?
—Es un hábito reciente. Cuando comencé, lo hacía en el parque central, pero la gente me incomodaba.
—Si viene a esta hora, nos toparemos seguido. Excepto los domingos. Soy hombre de fe.
Nos detenemos al finalizar la vuelta, para recuperar el aliento.
—Está en buena forma, para tener como cien años —comenta, con la respiración agitada.
—Y tú, para ser tan bocón.
—¿El parche no le estorba?
—Corro con las piernas, no con él.
Se echa a reír.
—No pensé que tendría sentido del humor, señor Largo.
—No fue un chiste ni nada. Y deja de llamarme así —frunzo el ceño.
—Entonces... ¿cómo le gustaría que lo llamara?
—Por mi nombre, nada más.
—Harold Ducan, ¿cierto? ¿Qué le parece Duncan?
—Como sea. —Empiezo a trotar de nueva cuenta, y él me sigue.
—Entonces... ¿estuviste en el Ejército?
—¿Por qué eres tan entrometido?
—Trato de entablar una conversación. ¿Por qué eres tan asocial?
—Sí, estuve en el Ejército. Sí, allí perdí el ojo. No, no te diré cómo, ni cuándo, ni por qué, ni nada. No me gusta hablar de eso.
—Ya veo: traumas. Lo imaginé. Y ¿eres casado?
—Lo era. Tampoco quiero hablar de eso.
—Bien, porque creo que si ahondamos en tu vida, es probable que termine deprimido o traumatizado. Yo soy veterinario. Tengo novia y tres maravillosos hijos caninos.
—Yo tengo un hijo. Uno humano. Se acaba de mudar a Colorado con su novia, y tendrán a su primer bebé.
—¡Qué maravilla! Serás abuelo. Ya era hora, ¿no? Felicidades.
—Gracias. Estoy muy feliz por él.
—Y orgulloso, me imagino.
—Sí.
—Y ¿cómo es la vida de jubilado?
—Aburrida y calmada.
—Qué envidia.
—No eres el primero que lo dice. Yo no estoy muy cómodo así. Busco maneras de adaptarme.
—Ya veo por qué el club de lectura. Si te interesa, mis amigos y yo nos reunimos cada sábado para beber y jugar. Podrías acompañarnos.
—Estoy seguro de que podría ser el padre de la mayoría de ustedes.
—El mayor tiene cuarenta y dos, así que no pasas de ser un tío incómodo. Relájate por eso; no se trata de adolescentes. Queda abierta la invitación para cualquier día que te animes.

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Mayor
RomanceHarold Duncan decide jubilarse del Ejército luego de treinta años de servicio. Decide aprovechar el tiempo que le resta para reconciliarse consigo mismo, y adaptarse de nueva cuenta a la vida de civil; aun teniendo un hijo que lo rechaza y una exesp...