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—Aguarda —digo a Henry, luego de subir a su auto. Hace rato me avisó por mensaje que pasaría por mí, para tener nuestro día de relajación—, ¿quién está cuidando a los niños?

—No se preocupe, mi vecina accedió amablemente. Lástima por Maggie. Por cierto, se ve muy bien.

Me dijo que vistiera cómodo, así que decidí usar un suéter azul, y un pantalón de vestir gris. Él, por lo general, viste de camisa y corbata, pero en esta ocasión porta una camiseta blanca; sudadera gris, abierta; y un pantalón de mezclilla azul marino.

—Gracias. También te ves bien. ¿Me dirás adónde vamos?

—Antes de eso, ¿cómo se siente?

—Bien. Estuve meditando toda la noche, y me desahogué con lápiz y papel.

—Me alegra escuchar eso —sonríe—. Ahora prepárese, pues iremos a ¡un sauna! —agita las manos.

—¿Sauna?

—Ya sabe, relajarse mientras suda como cerdo. Se me ocurrió anoche, luego de ver Los Simpson con Max.

—Jamás he ido a uno de esos.

—Yo tampoco, pero estuve leyendo y le pregunté a un par de amigos. Andando.

Su ánimo es contagioso, así que no me opongo a la idea. Llegamos a un spa, y Henry paga —luego de insistir tanto— una sesión de sauna para ambos. En la sala de espera, reviso una infografía sobre los baños de vapor, mientras él se distrae en su teléfono.

—Dice que debemos bañarnos antes de entrar —menciono.

—¡Cierto! Olvidé decírselo. ¿Se bañó antes de venir?

—Sí. Cuando volví de correr.

—Oh, excelente. Nos ahorramos el exhibicionismo.

—Hay que bañarnos de nuevo, al concluir.

—Entonces olvide lo que dije.

—No me he desvestido frente a alguien en muchísimo tiempo. Me abochorno con facilidad.

—Es curioso cómo, a pesar de no aparentarlo, es muy sensible —ríe—. Relájese, sólo hay hombres aquí. Y, a menos que haya algún otro con sus mismas preferencias, pasará inadvertido.

—Ni siquiera me he desvestido, y ellos no me quitan la mirada de encima —observamos a unos sujetos que nos ven mientras murmuran entre sí.

—Quizá venir no fue la mejor idea. Tal vez un lugar con menos gente. ¿Qué tal una excursión al bosque?

—Está bien. —Dejo caer mi cabeza sobre el respaldo del asiento, y entrelazo los dedos—. Hoy me siento en paz.

—Qué gran diferencia. Creo que yo también debería meditar de vez en cuando.

—A mi edad, llorar es similar a tocar fondo; y, al mismo tiempo, sirve como desintoxicación. Llevaba rato con muchas frustraciones guardadas. Desahogarme contigo en serio me ayudó. Me siento más ligero incluso.

Henry palmea mi pierna, y muestra una sonrisa colmilluda. Sonrío también. Luego de un rato, nos dirigimos a los vestidores, y salimos de allí únicamente en toalla.

—Es más delgado de lo que aparenta —comenta Henry, al verme, y siento que los colores se me suben al rostro. No sé si es porque me ve semidesnudo o porque yo lo veo semidesnudo.

—No es la primera vez que escucho eso. La estatura y el ancho de mi espalda hacen que me vea más grande.

—Pero igual se ve bien. Luce en forma. Yo doy bastante vergüenza —ríe.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora