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—Quienes no estén al tanto, en la sesión anterior se planeó una dinámica para hoy: cada uno recomendar un texto al grupo. No era necesariamente una novela, ni era obligatorio traer algo físico. Al menos tener el título y autor presentes, para que lo podamos hallar con facilidad —explica Denise—. ¿Quién inicia? Adelante, Reginald.

—Así que ofidiofobia —dice Carlos, a mi lado.

—¿Qué?

—Miedo a las serpientes. Como Indiana Jones. Me sorprende que a alguien como tú le asusten los gusanos con escamas.

—No quiero hablar de eso.

—Sí, de todos modos ya lo soltaste todo el domingo —ríe.

—Sigues sin ser gracioso en ningún idioma.

—A partir de ahora, me propongo hacerte reír. Será mi meta en los próximos días.

—Creo que deberías ordenar tus prioridades.

—Yo quiero recomendar algo —dice Henry, levantando la mano.

—Adelante, señor Esposito —Denise le cede la palabra.

Él se pone de pie. Tiene la camisa desfajada, y la corbata floja.

—No es una novela, ni una historia como tal, sino una reflexión acerca de la vida después de la muerte. La leí en un blog de Internet. No recuerdo el nombre del sitio. Pero en fin; es muy buena. En uno de los párrafos planteaba sobre si lo que realmente buscamos es llenar ese vacío con un comodín que nos permite sentarnos a esperar la muerte. Toma de ejemplo a los hijos. Muchos tenemos la idea de que, al tenerlos, hemos acabado. Deja mucho que pensar. Quizá ya hayan leído cientos de cosas similares, pero eso no lo demerita. En verdad vale la pena.

»Se llama: Lo que no se cuenta del final, de Sras... Sarma... Srasr... Sma... Aguarden —extrae un papel arrugado de su bolsillo, para en seguida leerlo:—. Sarstman Brackensgram. Dios, qué nombre tan horrible.

—Gracias, señor Esposito. Se oye muy interesante. —Todos comenzamos a aplaudir—. ¿Alguien más?

Al finalizar la sesión, me acerco a él, en la parada, mientras espera el autobús, atento a su celular.

—Buenas noches —saludo, y levanta la mirada.

—Mayor, buenas noches —sonríe—. Se ve como nuevo.

—Tú luces cansado.

—Bueno, ha sido un día agotador.

—Me pregunto por qué faltaste a la sesión del domingo. ¿Tuvo que ver con lo del evento?

—Sí. Todo el día estuve ocupándome de eso. También por mis hijos; pero eso es punto y aparte. Por suerte, Denise me puso al corriente por mensaje. No me gusta quedar fuera de las dinámicas. Usted jamás participa.

—Quizá me anime la siguiente vez. Sobre lo otro, lamento que te haya seguido pasando factura. Es increíble que, aun siendo soltero y teniendo tres hijos, te encargas de todo.

Ríe. Desde el halago de Gloria, me he fijado en la sonrisa de los demás. La de Henry es bonita. Aun con la barba, se destinguen dos hoyuelos, y sus colmillos son muy prominentes.

—Lo intento —ve su reloj.

—¿Quieres que te lleve a casa?

—No se moleste, el autobús no... debe tardar.

—Vamos, sabes que no tengo inconveniente.

Acepta, y, como la vez anterior, nos dirigimos a su hogar envueltos en calma. Me alegra que el silencio no sea incómodo.

—¿Es casado? —suelta de repente.

—Divorciado.

—Oh... Y ¿tiene hijos?

—Un hijo. No... somos muy cercanos.

—Lamento oír eso. Aunque... creo que estoy en la misma situación con Joey.

—¿Por qué lo dices?

—Después de lo de Rebecca, es como si fuese otra persona. Por más que trate de acercarme a mi hijo, una barrera invisible se interpone, y no deja que nadie entre. Encima hace lo que quiere y jamás escucha. Es tan frustrante.

—¿Qué edad tiene?

—Diecisiete.

—Perdón por la pregunta, pero ¿cuándo pasó lo de tu esposa?

—Cuando Max nació. Hace... mmm... cinco años.

—Estoy consiente de lo mucho que de seguro le afectó lo de su madre, pero es casi un adulto. ¿No crees que aquello es quizá una excusa para portarse de esa manera? Quizá cree que tiene el derecho de ser indiferente con todo el mundo sin obtener represalia.

—¿Qué quiere decir? ¿Que simplemente es un malcriado?

—Digo que tal vez cree que la vida le debe algo por haberle arrebatado a su madre. Y que tiene el derecho de hacer lo que quiere. Pero no es así. Es egocentrismo. Debe poner los pies en la tierra, y aceptar que el mundo no gira en torno a él. Que la vida a veces es justa y a veces no, y hay que aceptarlo porque no nos queda de otra.

—Y... ¿qué cree que debería hacer? Para dejarle eso en claro.

—Siendo más firme, quizá. Tal vez algo de disciplina.

—Dejaré que usted se haga cargo entonces —ríe, y hago lo mismo—. Gracias, Mayor. Comienzo a ver las cosas bajo una luz diferente.

—Como la mayoría de los que ingresan al Ejército lo hacen por voluntad propia, no tuve que lidiar con muchos adolescentes fuera de control. Hacen el esfuerzo por obedecer y hacer las cosas bien. Por eso no tengo mucha experiencia en ello. Ni siquiera criando niños.

—Creo que no nos llevaremos el premio a los mejores padres.

—Estás cerca de ellos y lo intentas. Para mí eres un buen padre.

No dice nada, y no puedo ver su rostro.

—Gracias... —responde finalmente. Suena conmovido, y me hace sonreír.

—Conocí a una mujer hace poco —decido cambiar de tema—. Es muy linda, y además artista. Quiere que pose para su clase, pero me da un poco de vergüenza.

—¡Genial! ¿Por qué vergüenza? Yo me sentiría halagado. No rechace la oportunidad. ¿No quería probar cosas nuevas?

—Sí... Bueno, es probable que acepte.

—Qué bien. Y ¿le gusta o sólo son amigos?

—Sólo amigos. Es una mujer muy agradable. Si te interesa, podría hablarle de ti.

—No, está bien. No necesita hacer de casamentera. No tengo tiempo ni para mí mismo.

—Qué lástima.

—¿Por qué no lo intenta usted? Si es tan linda, no veo inconveniente en que se anime.

—Tengo otras inclinaciones.

—Ah. Aaaah... Entiendo. Ya entiendo. Y ¿cómo se llama su amiga?

—Gloria.

—¿Gloria? ¿Cómo es ella?

—Castaña, alta, labios gruesos...

Ríe.

—Da clases en mi escuela.

—¿En serio?

—Sí. Gloria Rosas. Somos amigos también. ¡Debe aceptar su propuesta de posar para la clase! Así conocerá la escuela, y verá su trabajo. Es muy talentosa.

Lo medito un poco.

—De acuerdo... Lo haré.

Llegamos a su hogar. Luego de despedirnos, conduzco de vuelta a casa.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora