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—¿No crees que has bebido demasiado café? —pregunto a Henry, luego de verlo servirse otra taza. Ambos en la sala de maestros, frente al resto de los profesores.

—¿Uh? No lo sé, jamás llevo la cuenta. —Procede a beber de su taza—. ¿Podrían prestar atención, compañeros? —pide en voz alta, y todos guardan silencio—. La junta aún no termina. El siguiente tema a tratar es la conducta de los alumnos.

—¡Ray Ramírez volvió a dibujar cosas obscenas en la pizarra! ¡Es la cuarta vez esta semana! ¡Ni siquiera le importa si es castigado un mes entero! —se queja una profesora.

—Judy Lane y Xavier Bennett se... manosean tras las gradas del gimnasio... —se queja otra—. Ya fueron reportados múltiples veces, y lo siguen haciendo.

—Gabriel Gallo y Jeremy Kane vaciaron los cestos de basura por todo el pasillo, y el pobre señor Aguirre tuvo que hacerse cargo en su hora del almuerzo —tercia un profesor.

La expresión de Henry delata su asombro. Creo que no esperaba esa rápida respuesta.

—Señor, están fuera de control. Es como tratar con niños de primaria. Hicieron llorar a Naomi el otro día. Otra vez.

—¿A qué creen que se deba? —pregunta Henry, y procede a servirse más café.

—Quizá a la falta de prefectos.

—No es necesario contratar a más personal —intervengo finalmente, y ahora soy el centro de atención.

—¿Recuerdan que mencioné que el profesor Duncan estuvo en el Ejército? Él sabe de estas cosas, así que será de gran ayuda —dice Henry, sujetando mi hombro.

—Sí, bueno...

—Con todo respeto, no estamos en una base militar. Hablamos de chicos, no de soldados. ¿No es algo drástico poner a cargo al señor? —opina un hombre blanco, robusto, de cabello largo, barba y gafas.

—Nadie habló de ponerme a cargo; sólo pretendo dar sugerencias —respondo con frialdad, y él desvía la mirada.

—A mí sí me gustaría escucharlas —dice un profesor anciano.

Carraspeo.

—No sé cómo es el profesor de Educación Física al que suplo...

—Tenía dos ojos —corta, entre risas, un tipo moreno, con gafas. Un par se ríe, y otros lo mandan a callar. Su comentario me cabrea, pero decido ignorarlo por ahora.

—Osvaldo —dice Henry, con voz severa. Me sorprende escucharlo así—, ya hablamos sobre esto. Si no tienes nada que aportar, quédate callado.

—Lo siento —responde el otro, con fastidio.

—Puede continuar —me indica Henry, sonriendo de nueva cuenta.

—Oh, sí... Eh... Bueno, decía que no sé cómo es el otro profesor, pero el primer grupo al que le di clases era un desastre. Holgazanes, altaneros y cínicos. Hoy en día cooperan y se mantienen al margen. Lo único que hice fue ser estricto y ponerlos a trabajar mostrándoles cómo.

—Con todo respeto —vuelve a hablar el profesor robusto—, ¿no cree que eso hacemos? Quizá su apariencia fue lo que lo ayudó. ¿Cree que Naomi, con su 1.50 de estatura, puede intimidar a un grupo de cuarenta adolescentes?

—Cállate, Marcus —dice la mujer.

—Estoy consciente de que «ponerlos a trabajar», para algunos, es dejar tareas, y que el resto corra por su cuenta. El punto de enseñar y hacer que trabajen es mostrarles cómo. Ustedes son los maestros. Realicen las actividades con ellos, en vez de mantenerse en silencio por una hora entera. Los chicos se aburrirán. Conviértanse en el centro de atención, haciendo la clase interactiva. Demuestren interés genuino por enseñar, y que ellos aprendan.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora