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Cindy y yo nos hicimos oficialmente novios en nuestro baile de graduación de la preparatoria. Se lo pedí mientras bailábamos Unchained Melody de The Righteous Brothers. Después nos dimos a la fuga en mi Volkswagen, e hicimos el amor en el autocinema. Una de las mejores noches de mi vida.

Hoy, treinta y ocho años después, me ato una corbata negra, frente al espejo, para asistir a mi segundo baile. Me tomé la molestia de comprar un traje sastre. Espero no haber exagerado. Las oportunidades de vestir bien no se presentan a menudo.

Luego de rociar colonia en los costados del cuello, abandono mi hogar, para  recoger a Henry y los niños. Una vez me estaciono frente a su casa, toco el claxon, y los chicos salen primero.

Sonrío al ver a Maggie. Porta un vestido rosa pastel; zapatos blancos; y una coleta alta, sujeta con un moño blanco. Parece una princesa.

Por otro lado, Joey, lo único formal que trae consigo es una camisa blanca, y una corbata mal atada. Ni siquiera se peinó. Todo un punk.

Henry sale finalmente, y mi corazón da un vuelco. Barba recortada; cabello cepillado; traje negro, con corbata estrecha del mismo color, y camisa blanca. Sin puntos flojos, botones abiertos, arrugas o manchas de café. Por primera vez, luce despierto, y hasta rejuvenecido. Cuando me sonríe, siento un cosquilleo en el estómago. Los tres proceden a subir a mi auto.

—¡Oiga, le queda muy bien ese traje! Se ve como un agente secreto.

—O ¿un villano de James Bond, quizá?

—Claro que no —ríe—. Bueno, jamás vi las películas. Pero igual luce muy apuesto. ¿Lleva chaleco también? ¡Wow!

Se me escapa una risa.

—Gracias. También te ves muy bien.

—¿Notó que recorté la barba? Tuve que ceder ante los regaños de Maggie. Dijo que no podía lucir como desempleado hoy.

La veo a través del retrovisor.

—Te ves hermosa, pequeña —le digo.

—¡Gracias, señor Duncan! —sonríe.

—Joey... está bien, creo.

Él desvía la mirada, y los demás reímos.

—¿Dónde está Max? —pregunto.

—Pasará la noche en casa de un amiguito del preescolar. No tendremos que preocuparnos por el pequeño Daniel el travieso.

A continuación, nos ponemos en marcha. Al llegar a la escuela, los chicos se adelantan, y Henry y yo andamos al mismo ritmo.

—¿Hablaste con Joey? —pregunto, cerrando la puerta del vehículo, al bajar.

—Sí —Henry sonríe—. Hice lo que me aconsejó, y finalmente conversamos. Al principio discutimos, pero después me reveló cómo se sentía, y qué cosas deberían cambiar. Lo escuché. Traté de comprenderlo. Esperé a dar mis puntos de vista hasta el final. La conversación no duró mucho, pero fue un gran avance. Prometimos volver a hablar. Gracias por el empujón. Siento que la relación con mi hijo no está perdida del todo.

Sonrío también, y palmeo su espalda cuando noto el brillo en sus ojos.

—¡Bien hecho!

Ingresamos a la escuela, y nos dirigirnos al gimnasio, donde se lleva a cabo el evento. Henry se mantiene pegado a su celular.

—Teresa me envió un mensaje. Quiere que vaya a dirección. ¿Está bien si lo dejo solo un momento? —consulta.

—Adelante.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora