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Lo primero que hice al volver del parque fue atreverme a marcar el número de mi hijo. Mordía mis uñas oyendo el tono de marcado, hasta que respondió el buzón de voz. Una parte de mí se sintió aliviada, pero la otra deprimida. ¿Y si me ignoró a propósito? ¿Debería insistir? ¿Lo molestaré si sigo llamando? No sé qué hacer. Pausé el asunto por el momento, para no estresarme más.

Ahora me dispongo a regar mis plantas, pero justo al salir al patio, veo a un tipo arrojar una lata sobre la acera.

—¡OYE! —lo llamo, acercándome a él. Apresura el paso, para pretender ignorarme, pero logro sujetarlo de la chaqueta—. ¿Qué crees que haces? ¡¿Crees que tienes el derecho de arrojar la basura en el suelo, como un cerdo?! ¡Y ¿en el patio de otras personas?!

—¡¿Q-Qué te pasa, anciano?! ¡Suéltame! ¡Yo no hice nada!

—¡No te hagas el inocente conmigo! ¡Te vi arrojar esa lata sobre mi césped!

—¡Sólo es una lata, lunático! ¡Suéltame o llamaré a la policía!

Trata de apartarme, pero sujeto su brazo con fuerza.

—¡¿Qué te pasa?!

—Recogerás tu basura, y espero no volver a ver tu cara por aquí cerca. —Lo suelto. Él retrocede, con la respiración agitada.

—¡¿Quién te crees, viejo estúpido?! —lanza un golpe, pero lo detengo, y llevo su mano tras la espalda.

—¿Cómo me llamaste? —susurro a su oído—. En el Ejército lidié con muchos bravucones como tú, y terminaban en el suelo, rogando que los soltara.

—¡Ya entendí! ¡Ya entendí! ¡Recogeré la lata y me iré! ¡Ahora suéltame!

Luego de hacerlo, y obligarlo a regar el jardín por mí, decido ir a la cafetería de siempre, a desayunar. Mientras bebo café, con un plato de enchiladas, reviso la sección de empleo en el periódico. Pienso que podría aprovechar mi tiempo libre consiguiendo algún trabajo, pero no encuentro nada que llame mi atención o se acomode a mi perfil.

Los más comunes para militares retirados son aquellos relacionados con el Gobierno y las armas, pero quiero alejarme de esa vida.

Podría comenzar un negocio propio, pero no se me ocurre de qué o cómo. Mi padre tenía una mueblería; podría sacarle provecho a lo que me enseñó.

—Disculpe, ¿está ocupado este asiento?

—No, adelante —respondo, sin levantar la mirada.

Fue una voz femenina. El parche no me permite contemplarla con la visión periférica. Sin embargo, luego de escuchar sus quejidos, giro la cabeza. Es una mujer madura, de cabello castaño, que lleva puesto un vestido azul, gafas rectangulares, y aretes de plumas de pavo real. Sostiene un libro.

—Oh, Dios —murmura.

—¿Es tan bueno? —comento, y ella voltea a verme.

—Bastante. El protagonista acaba de descubrir que tiene doble personalidad.

—Doble personalidad. ¿Cuál es el título?

—El falso trillizo, de Greg Newton.

—¡Oh! Ya lo leí. Se pone aun mejor, te lo aseguro.

—Sabía que no me arrepentiría al escogerlo. Sólo quedaban tres copias en esa librería. ¿Ha leído más de él?

—Mi favorita es Pasos intangibles.

—No entendí el final...

—Klaus muere en el bote, y la niña era un fantasma. En el último párrafo se revela.

—¿En serio? —agranda los ojos—. Creo que debo releer ese capítulo.

—¿Qué géneros te agradan?

—Leo de todo. Fantasía, terror, romance, ciencia ficción...

—Puedo recomendarte algunos títulos. También leo de todo.

—¡Me encantaría! ¡Es muy amable!

—¿Conoces a Kelly O'Brian?

—Creo que he escuchado el nombre antes...

—Escribe romance. Te recomiendo sus historias, si es que no te incomoda que los protagonistas sean gais.

—No tengo problema con eso; he leído de chicas también.

Sonrío.

—Soy Harold, por cierto.

—¡Encantada! Mi nombre es Gloria. ¿Puedo llamarte Harry?

—Desde luego.

Siempre ha sido así: jamás he tenido problemas para relacionarme con mujeres. Es fácil tratar con ellas porque son sensatas, sensibles y empáticas. Gracias a ello fui un donjuán en mi juventud, y pude conquistar a Cindy. En cambio, con los hombres la cosa es distinta: era difícil que me interesara hablar con alguno, y generalmente los trataba con indiferencia. Luego de darme cuenta de mi sexualidad, el asunto no cambió mucho. Me sentía atraído por ellos, pero mis habilidades torpes para socializar e interesarme genuinamente fueron la causa de que jamás tuviese novio.
Sexo sin emociones.

Cuando llegué a sentir algo real, atesoré cada momento, hasta que pasó lo que pasó. Hoy en día me parece difícil que algo así vuelva a suceder. Pero fue bueno mientras duró.

—Fui mayor en el Ejército. Ahora estoy jubilado —respondo, luego de que preguntara por mi profesión.

—¿Eso explica el parche?

—Es bastante obvio, creo —sonrío.

—Oye, tienes una sonrisa muy linda —dice.

No había recibido halagos en mucho tiempo. Pensé que ya había perdido todo el encanto.

—Gracias. Me abochornas.

—Es que es verdad. Tienes bonitos dientes. Espero no sonar rara; no suelo fijarme en los dientes de las personas —ríe.

—También tienes una sonrisa bonita. Me gustan tus labios.

—Creo que me sonrojé —cubre sus mejillas con el libro, y río.

—Tú ¿a qué te dedicas?

—Artes plástica. Doy clases de pintura, dibujo, escultura. Cosas así.

Elevo las cejas.

—Eres una artista.

—Bueno, soy una persona que sabe de arte... Okay, digamos que sí.

—Me gustaría ver tus obras. De seguro haces maravillas.

—Qué dulce. Podría llevarte a mi estudio la próxima vez. O podrías acompañarme a clases. Serías un estupendo modelo.

—¿Modelo?

—Sí. Mis alumnos podrían dibujarte. Siempre le pedimos a personas al azar que posen para nosotros. Te pagaremos, claro.

—No creo que... No soy un hombre muy agraciado. No creo que sea el indicado para eso.

—¡No digas eso! ¡Eres hermoso! ¡Claro que eres el indicado! Mis chicos te adorarán. Personalmente, me encantaría tenerte allí —toma mi mano.

—Creo que... podría considerarlo...

—Te daré mi número para que sigamos en contacto —hurga en su bolso, para en seguida sacar una pequeña libreta, y un bolígrafo decorado con plumas azules.

No puedo creer que acabo de hacer una amiga. No he perdido el toque, después de todo.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora