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Gloria y yo hemos mantenido contacto, y me invitó a su hogar para mostrarme un poco de lo que hace. Estoy encantado con lo que he alcanzado a apreciar. Su casa es como un pequeño museo. Pinturas, fotografías; esculturas de barro, cerámica, mimbre; bisutería y demás. Plumas por doquier. Encima, la abundante flora en cada rincón brinda paz y elegancia al lugar. Es un santuario.

—A pesar de que me tomaste por sorpresa —dice Gloria, dejando una bandeja con café y galletas sobre la mesa de centro—, me alegra que lo hayas aclarado antes de cualquier malentendido. No mentiré —toma asiento a mi lado—: sí me llamaste la atención, y pretendía invitarte a salir.

—Me halaga que te hayas fijado en mí —respondo—. Lamento haber arruinado tus planes. De hecho, también sentí que serías mi tipo. Eres una persona maravillosa.

—Basta —sonríe—. Voy a llorar. ¿Por qué los hombres buenos son gais o están casados?

—Lo siento —río.

—Aun así, estoy feliz por que podamos ser amigos. Disfruto de tu compañía. Pienso que conectamos bien —palmea mi pierna.

—Lo mismo digo.

—Y... ¿tienes novio o has tenido? Me intriga muchísimo saber cómo te adaptaste a un ambiente tan estricto saliendo ileso. Debió ser difícil.

—Lo fue. Descubrí quién era realmente hasta la edad adulta, y no lo grité a los cuatro vientos; me cohibí demasiado, y aun así tuve problemas con uno que otro cretino.

»Jamás he tenido una relación formal con un hombre. Sólo amantes y uno que otro romance fugaz.

—Y ¿no hay nadie en quien estés interesado ahora?

—Mi vecino me parece atractivo. También un amigo del club de lectura.

—¿Vas a un club de lectura?

—Todos se sorprenden cuando lo menciono.

—Lo siento —ríe—. Cuéntame de ese amigo tuyo —retoma, y bebe de su taza.

—Me parece que lo conoces. —Ella eleva una ceja—. Le conté sobre ti, y te reconoció en seguida. Su nombre es Henry Esposito.

—¿El director y tú son amigos? —agranda los ojos—. ¡Qué pequeño es el mundo! ¿Él te gusta?

—Dije que me parecía atractivo, nada más.

—Sería un buen partido. Es apuesto, alegre y muy responsable.

—No lo dudo, pero es un hombre ocupado, y no creo que compartamos las mismas preferencias.

—Podría presentarte amigos míos.

—Gracias, linda, pero estoy bien así. No tengo prisa por hallar a alguien. Yo podría presentarte amigos.

—Por el momento, estoy atada. Si las cosas no se dan con esa persona, te avisaré. A propósito, ¿cómo te ganas la vida ahora? ¿Estás cien por ciento retirado?

—Sí. Al menos temporalmente. Estoy buscando, pero no encuentro algo que llame mi atención. Me frustra no sentirme útil.

—Es algo que tenemos en común. Me volvería loca si no hiciera lo que hago a diario.

—Eres la primera persona que no envidia el estilo de vida que llevo.

—Porque ambos somos trabajólicos —ríe—. ¿Qué te gusta? ¿Cuáles son tus pasatiempos? Quizá puedas sacarle provecho a eso.

—Bueno, leer. Escribir. Los barcos. Me gustan los botes. Tengo una pequeña colección a escala. No he dejado de ver la pintura del navío —señalo—. Es magnífica.

—Ay, muchísimas gracias. A mi padre también le gustaban los barcos. El océano en general. Es en honor a él. Su nombre está escrito en el costado.

Me acerco a la pintura sólo para corroborar que el nombre «Constantino» está escrito, con letra cursiva, en estribor.

—Lindo —comento.

—No tengo problema en que te lo lleves.

—No, no podría. Tiene valor sentimental.

—Entonces te haré uno después. ¡Por cierto! Es hora de hablar de la propuesta que te hice. ¿Aceptarás?

—¿Hablas de lo de posar para tu clase? Claro, me encantaría.

—¡Qué alegría! No te molesta desnudarte frente a otros, ¿no?

—¿Qué? No voy a posar desnudo.

—¡Aaash! Está bien —hace un mohín—. Por suerte, tengo otra idea. Tienes uniformes, ¿no? Del Ejército. ¿Algo de gala, quizá?

—Sí.

—¿Puedes usar uno para la sesión? Sería grandioso.

—Desde luego —sonrío.

—¡Genial! Estás disponible cualquier día, ¿no? ¿Crees poder mañana mismo?

Asiento.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora