—¡Ahí estás! —el bullicio de los tacones es lo primero que delata la presencia de Gloria. Se acerca mientras guardo en un saco los balones utilizados en mi clase reciente—. ¿Por qué no me llamaste luego de la cita? —Agranda los ojos—. ¿Será que se divirtieron más de la cuenta?
—Nada de eso. Simplemente lo olvidé.
Lo cierto es que luego del segundo intento fallido de comunicarme con Nathan, la pasé deprimido el resto del fin de semana.
—¡Ash! Entonces cuéntame. ¿Cómo la pasaron? ¿Te divertiste? ¿Qué te pareció mi tío? ¿Te agradó? ¿Volverán a salir?
Hago un nudo en el saco, y lo llevo tras la espalda; en seguida, abandonamos el gimnasio mientras la conversación sigue.
—Alejandro me pareció un hombre interesante —respondo—. No es tan malo como pensé que sería, luego de que mencionaras sus defectos. Que sí son muy notables, pero no al punto de odiarlo.
—¿Eso significa que te agradó?
—Sí. Me la pasé bien. Hablamos de nosotros y, ya sabes, cosas de gente mayor; como las modas, la economía e incluso sobre política.
Se echa a reír.
—Qué ternura escuchar a dos abuelos quejarse sobre lo que escuchan los jóvenes. ¿Volverán a verse?
—Sí. Aún no decidimos cuándo, pero dijo que posiblemente este fin de semana.
—Me da gusto que se hayan llevado bien —se aferra a mi brazo—. Ojalá se dé algo entre ustedes, y sean una pareja feliz.
—Jamás tocamos el tema. Quizá en la próxima ocasión.
—Pero ¿te gustaría?
—Es apuesto e interesante, pero aún no siento interés de ese tipo.
—Cierto. Sin presión; acaban de conocerse. Todo a su tiempo —sonríe—. Tengo clase ahora, pero nos vemos en la tarde, ¿sí?
—Ahí estaré.
Besa mi mejilla, y dobla en el siguiente pasillo. Ya en la bodega, guardo los balones; a continuación voy a la sala de maestros para descansar el resto de la hora. Por desgracia, quien se encuentra allí es ese profesor robusto y hostil que me cuestionó durante toda la junta. También está el profesor anciano, de piel oscura.
De inmediato clavan sus ojos en mí, y, luego de saludar, decido ignorarlos mientras me sirvo café.
—¿Hora libre? —pregunta el anciano.
—Mm, sí. Me queda una clase hasta después del almuerzo. Hoy salgo temprano —respondo.
—Qué envidia. Yo me iré al último. Encima, luego tengo una clase en universidad.
Hay dos sofás. En uno está sentado el robusto pelirrojo, tecleando en una laptop; y en el otro está el profesor anciano, leyendo un libro y subrayándolo. Decido sentarme junto a éste último, con taza en mano.
Debí traer un libro.
—¿Qué edad tienes, hijo? —pregunta el anciano, y cruzamos miradas—. Sí, es a ti.
—Ah. Cumpliré cincuenta y seis en octubre.—Aún eres joven —dice, y oigo la risa contenida del otro—. Yo cumplí setenta y ocho el mes pasado.
Elevo ambas cejas.
—Aparenta menos edad.
—Bah, muchas gracias. Lo mismo digo. Estás incluso en mejor forma que aquel treintón.
El aludido borra su sonrisa.
—Al menos tengo una barba imponente —repone.
—Pensé que era un gato erizado.

ESTÁS LEYENDO
Mayor
RomanceHarold Duncan decide jubilarse del Ejército luego de treinta años de servicio. Decide aprovechar el tiempo que le resta para reconciliarse consigo mismo, y adaptarse de nueva cuenta a la vida de civil; aun teniendo un hijo que lo rechaza y una exesp...