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Henry Oliver Esposito nació en Ontario, Canadá, el 12 de enero de 1983. Es el segundo de cuatro hermanos. De niño era tartamudo, así que fue víctima de acoso durante su infancia. Al cumplir dieciocho, se mudó a Arizona, para estudiar la universidad. Allí conoció a Rebecca, con quien se casó y tuvo tres hijos. Ésta falleció hace cinco años, cuando Max nació, debido a un problema cardíaco. Sumido en la depresión, se mudó un año después con los chicos aquí, y aceptó el cargo como director de secundaria.

Mide 176 cm; escribe, lee, y le encanta ver caricaturas, con o sin sus hijos. Su seria favorita es ¡Oye, Arnold! Escucha, en su mayoría, música de los noventa, como pop, hip-hop y eurodance. Su color favorito es el café; aunado a ello, la cafeína es su única adicción. Adora a los pájaros, y odia los vegetales. Su comida favorita son las hamburguesas, y lo único que desea es dormir ocho horas seguidas.

Siente la necesidad de tener todo bajo control. No puede dormir sin abrazar una almohada; y la ausencia de su esposa a veces lo agobia y deprime, al punto de quebrarse en las noches.

Odia el color rojo. El «humor negro» no le causa gracia. Es serio en su trabajo. Detesta cocinar, y las cocinas en general. Le desagrada el olor a tabaco. No tolera la música electrónica. Sus hijos son lo que más le importa, y le deprime no ser el mejor padre.

Me reveló que llegó a dudar de su sexualidad una vez, en sus días de universitario. Un compañero de su facultad empezó a gustarle. Lo describió como un hombre muy inteligente, apuesto y alegre. Por fortuna, jamás se atrevió a nada con él.
Finalmente, confesó que me considera su mejor amigo. Escuchar eso me puso feliz.

—Hay una delgada línea entre lo artístico y pornográfico —comenta Gloria, absorta en los trazos que da al lienzo.

El sauna hizo que recobrara la confianza en mí mismo, y, luego de postergarlo varias semanas, accedí a posar desnudo para ella. Al principio fue difícil, pero me hizo sentir cómodo con sus palabras maduras y reconfortantes. No hizo comentarios fuera de lugar, ni me miró con ojos perversos. Remarcó la belleza en mí, y logró que el sentimiento de culpa por creer que realizamos algo obsceno, se desvaneció.

Hacemos arte.

—¿Cuál es la diferencia? —pregunto, de pie frente a ella, posando como el David de Miguel Ángel.

—La intención. Ni más, ni menos. Si ves a dos personas desnudas en una página porno, la intención es clara. Si ves gente desnuda en libros de anatomía, la intención es clara también. El desnudo se convierte en arte cuando la intención del artista es transmitir un mensaje o un sentimiento que sólo ellos tienen la visión y conocimientos para expresar. ¿Ver los senos de una mujer en un calendario te transmite soledad? ¿Tristeza? ¿Inspiración? Esa es la diferencia.

—Fascinante.

—Es increíble que hayas accedido a mostrarme tu pene, pero no a retirarte el parche.

—Uh... es que... es como desnudarme por segunda vez... Es realmente íntimo para mí.

—Entiendo. Ocurre algo similar con una cicatriz que tengo en mi seno izquierdo. Por cierto, esta mañana hablé con mi tío. Hablamos sobre ti.

Le conté hace días lo ocurrido con Alejandro. Se sintió responsable por ello, y se disculpó. También estaba molesta. Le dije que estaba todo bien, y que me sentía mejor gracias a Henry. Mencioné lo mucho que ha progresado nuestra relación últimamente.

—¿Sobre qué? —inquiero.

—No quiso hablar contigo directamente, y como soy su «secretaria», me mandó a decirte que siente que no te trató de la mejor manera la última vez que se vieron, y está arrepentido por lo último que dijo. Lo siente, pero no se retracta de la decisión de dar las cosas por terminadas.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora