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—¿Por qué nunca nos deja jugar baloncesto, profesor? —se quejan tres chicos que se quedan al último, mientras recojo todo—. Como hacía el profesor Benson en cada clase.

—No soy el profesor Benson —repongo—. Seguiremos la modalidad actual.

—¿No le gustan los deportes?

—Por supuesto que sí.

—Entonces ¿qué tiene en contra del baloncesto? ¿Sabe jugarlo, al menos?

—Fui el pivote en mi equipo de preparatoria, y ganamos varios campeonatos —respondo, sin tomarle mucha importancia.

—¿En serio?

—¿Por qué lucen tan sorprendidos?

—Es difícil imaginarlo corriendo por la cancha con un balón —ríe uno de ellos.

—¡Juguemos! —propone el chico negro, de nombre Trey—. Usted contra nosotros tres. Si ganamos, nos dejará jugar en cada clase. Si usted gana, nos encargaremos de limpiar el gimnasio y guardar todo por usted, hasta finalizar el curso.

—¡Sí! —se animan los otros dos.

—No —decido.

—¡Vamos, profe! No sea gallina.

—¿No tienen otra clase?

—Lavaremos su auto —sugiere el más blanco, llamado Brian, y me hace reír. Los otros dos discuten con él.

—Mejor esto: ¿le gustan las donas? —dice el moreno, de nombre Liam.

Suspiro.

—Bien, jugaré con ustedes. Pero si pierdo, sólo les permitiré jugar dos días a la semana. No pediré nada a cambio, en caso de ganar. Que sea un juego rápido. Diez puntos.

—¡Genial!

—¡Gracias, profe!

—¿Yo solo, contra ustedes tres? —tomo uno de los balones, y lo giro con un dedo, ante sus miradas de asombro—. Me parece un poco injusto.

—Tiene ventaja por ser más alto.

—Él es casi de mi estatura —señalo a Brian—. Pero está bien; de todos modos, dudo que puedan contra mí —sonrío de lado.

—Ya veremos.

Me despojo de la chaqueta, y hacemos calentamiento; después nos posicionamos en medio de la cancha. Ellos tres frente a mí. Trey, quien propuso el juego, se encarga de lanzar el balón. Cuando doy el primer golpe, inicia el partido.

Boto el balón, hasta que el más alto, Brian, se pone de defensa. Logro engañarlo, y realizo un tiro en suspensión.

Casi anoto. Perdí la coordinación.

Coge el balón de inmediato, y lo lanza a sus compañeros. Corro en su dirección, pero noto que quien posee el balón se detiene un momento, y después vuelve a andar mientras bota.

—¡Hey! —digo, para luego soplar el silbato, y todos nos detenemos—. ¡Hiciste un doble! ¡Eso es falta!

Ellos se quejan. Luego de la sanción correspondiente, continuamos el juego. Sin embargo, continúan cometiendo faltas, y les llamo la atención cada vez.

—¡Parece que ustedes son los que no saben jugar! —digo, haciendo un pase de béisbol, y anotando mis primeros tres puntos.

Aun así, al ser tres contra uno, llevan un punto de ventaja.

Han pasado quince minutos; y, sin darnos cuenta, atrajimos una multitud de estudiantes y algunos docentes, que presencian el pequeño encuentro. Algunos aclaman mi nombre, y eso me motiva.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora