He estado reuniéndome con Carlos y los chicos un par de semanas más. La buena noticia es que lo de Henry es cada vez menos doloroso; la mala es que quizá me volví alcohólico. Ahora mismo me paseo en la sección de licores del supermercado. Por fortuna, soy buen bebedor, así que no causo muchos estragos.
Otra buena noticia es que anoche recibí la respuesta de la editorial, y oficialmente puedo presentarme como escritor. Y columnista. Es un empleo relativamente sencillo, y la paga es aceptable.
En mi primer blog me enfocaré en la importancia de salir de la zona de confort.
Además de hacer nuevos amigos, estas últimas tres semanas he probado cosas nuevas. Participé en un maratón, y gané el quinto lugar; dejé flores en la tumba de Derek, después de mucho tiempo; Gloria me invitó a posar para otra de sus clases (esta vez frente a universitarios); me uní a otro club (uno de costura, donde la mayoría de los miembros son maravillosas mujeres); y, dejando lo mejor para el final, me animé a adoptar un bulldog. Lo nombré Robert, en honor a Robert Plant. Estoy encantado con el animal. Lo mejor de todo es que no causa molestias. Duerme casi todo el día, y es lento. Lo malo es que come demasiado, y babea mucho, pero su gordura y arrugas lo hacen muy adorable.
Lo he sacado a pasear un par de veces esta semana, y una caminata de media hora se convirtió en una de hora y media, con múltiples pausas para descansar. Es como hacerse cargo de un anciano. Gracias a él atraigo el doble de atención.
Finalmente, volviendo al tema de Henry: poco a poco estoy aceptando el hecho de ya no hablarnos. Verlo en el club de lectura es menos doloroso. Aún me desvelo algunas noches por extrañarlo, pero es normal.
Gracias a mis recientes experiencias con Alejandro y él, decidí que lo mejor es continuar solo. O, bueno, al lado de Robert. Estoy seguro de que su compañía me bastará por los próximos años. Al menos, por ahora, estoy satisfecho con eso. No quiero más enredos, frustraciones o heridas.
Es momento de tener la vida de jubilado que tanto anhelé. Me enfocaré nuevamente en Nathan, y más tarde lo llamaré. No puedo creer que descuidé el asunto por tanto tiempo.
—¿Necesita ayuda con sus compras? —me pregunta la cajera.
—Estoy bien. Gracias.
—Entonces que pase un excelente día. Vuelva pronto —sonríe.
La única razón por la que quiero llegar a los sesenta, es para obtener los descuentos de la tercera edad.
Es la una de la tarde, en domingo. Esta noche habrá sesión con el club, y aún no termino el capítulo de la nueva novela por haber estado ocupado con la columna y las tareas del otro club. Me encanta al fin sentirme ocupado.
Luego de conducir un rato, hago una parada en el parque. Compro un helado de vainilla, y me siento en una banca a degustarlo mientras observo a las palomas.
—¿Puedo? —pregunta a mi lado una mujer anciana. Respondo que sí, y toma asiento. En seguida, saca una bolsa de su abrigo, y lanza migas a las aves.
—Con razón se ven bien alimentadas —comento. Ella ríe.
—Antes venía a diario. Con mi esposo. Luego de que falleció, dejé de venir por un tiempo.
—Es una pena. Al menos no dejó que ello la detuviera.
—Ahora trato de seguir sin él. Harold y yo estuvimos juntos por mucho tiempo. Era diez años mayor que yo; si no moría por ese infarto, al día siguiente moriría por viejo. No hay de qué lamentarse. Sólo quedan gratos recuerdos, y cuatro maravillosos hijos.
—Mi nombre también es Harold —menciono.
—Qué linda coincidencia —ensancha su sonrisa—. Creo que el nombre era lo único que tenían en común. Mi Harold era gordo, bajo y tenía una barba bastante alborotada. Pero no siempre fue así; de joven era delgado y atlético. Sirvió un tiempo en el Ejército. Luego de retirarse, abrimos una panadería. Hasta la fecha, sigue vigente. Mi hijo mayor se hace cargo de ella.
—También estuve en el Ejército. Parece que soy su alma gemela.
—Lo supuse, pero pensé que ya eran demasiadas coincidencias —ríe—. ¿A qué se dedica ahora?
—Soy escritor. Trato de llevar una vida tranquila. Quizá también debí traer migas de pan.
—No no, sigue siendo muy joven para eso.
Me echo a reír.—¿Cuál es su nombre, madame?
—Maureen Belcher.
—Harold Duncan.
—Es un placer, jovenzuelo.
—Lo mismo digo. Tengo algo de tiempo libre. ¿Dónde queda la panadería de su familia? Me gustaría visitarla.
—Puedo llevarte yo misma, si gustas. Está cerca de aquí.
—¡Desde luego!
—Entonces andando. —Ambos nos ponemos de pie, mas Maureen se distrae al desviar la mirada—. ¿Conoces a esas personas? —señala.
Volteo, y me topo con las miradas de Maggie y Joey, al otro lado de la calle. Atrás de ellos está Henry, distraído hablando por teléfono, tomado de la mano de Max. Maggie me sonríe y agita su mano enérgicamente, provocando que sonría y la salude de vuelta. Joey permanece estático, y Henry está bastante absorto.
Max al fin me ve. Sin pensarlo, suelta la mano de su padre, y corre, gritando «papá».
Lo siguiente ocurre en cámara lenta. Max cruza la calle de manera imprudente, sin pensar en nada más que saltar a mis brazos; emocionado hasta las lágrimas. Joey y Maggie gritan su nombre, y tratan de alcanzarlo en vano, mientras presencian horrorizados a los autos acercarse. Henry voltea de inmediato. Su expresión cambia al analizar la situación. Angustia, terror y adrenalina. Deja todo para correr tras su hijo y evitar una catástrofe. Mi primer instinto, al presenciar todo, es correr también. Por escasos centímetros, Max queda fuera de peligro, pues logra ser más veloz que los autos.
Por desgracia, no puedo decir lo mismo de su padre. Lo último que escucho antes de que se me salga el alma, es el claxon del auto, un fuerte golpe, y muchos gritos.
—¡HENRY!

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Mayor
RomanceHarold Duncan decide jubilarse del Ejército luego de treinta años de servicio. Decide aprovechar el tiempo que le resta para reconciliarse consigo mismo, y adaptarse de nueva cuenta a la vida de civil; aun teniendo un hijo que lo rechaza y una exesp...