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Maggie cumplirá años en unos días, y decidí acompañar a Henry y Max a una heladería para reservar el lugar, y así llevar a cabo la fiesta aquí. Mientras Henry habla con el gerente, el pequeño y yo degustamos un par de conos en las mesas de afuera.

—¿Por qué tarda tanto? —chilla. Terminó su helado de una sentada.

—Acabamos de tomar asiento —respondo.

—Y ¿si algo le pasa?

Sonrío de lado.

—Él estará bien, pequeño.

—Tiene un brazo roto...

—Max, cálmate. Henry está bien. Estoy aquí para asegurarme de que regrese sano y salvo.

—Viva con nosotros.

—¿De qué estás hablando ahora?

—Así papá estará a salvo. De todos modos, ya se ha quedado a dormir muchas veces. Puede casarse con él; así tendré dos papás, y seremos una familia.

—Ya somos una familia sin necesidad de eso. Y, aunque no esté siempre con ustedes, haré todo lo posible por velar por su bienestar, ¿de acuerdo?

—¿Me compra otro helado?

—Ten el mío y cállate.

—¡Listo! —Henry se acerca, y Max corre a abrazarlo—. Ya reservé las mesas para pasado mañana, a las doce. Sólo queda el pastel, los invitados, su regalo... Todo.

—¿Te gustaría almorzar primero? —sugiero.

—¡Claro! ¡Muero de hambre! ¿Qué se te antoja, Maxi?

—Pizza —responde el niño, sonriendo de oreja a oreja.

Abandonamos la heladería, para recorrer el andador del centro; con Max tomado de la mano de ambos mientras da sus habituales e incoherentes discursos.

Nos obligo a detenernos cuando veo una panadería con el nombre Belcher escrito en ella. Es la panadería de Maureen. No la he vuelto a ver desde el accidente.

—¿Quiere pan? —pregunta Henry.

—Aquel día... —señalo discretamente el yeso, para no alterar a Max—, antes de eso, conocí a una mujer que alimentaba a las palomas del parque. Dijo que tenía una panadería, y es esta. Echemos un vistazo. Con suerte, se encuentra allí, y podré saludarla.

—Estupendo —sonríe, y Max ahora chilla por que le compremos pan.

Una vez ingresamos, un hombre canoso, con barba, gafas y camisa morada, nos da la bienvenida.

—Quiero donas —dice Max, husmeando en los espigueros, con Henry. Yo decido acercarme al hombre.

—¿Eres el dueño del local? —pregunto.

—Hace relativamente poco, sí. Mi padre me dejó a cargo poco antes de fallecer.

—¿Harold Belcher?

—¡Sí! ¿Lo conoció? No recuerdo haberlo visto antes.

—No, no tuve el placer. Pero hace poco conocí a tu madre. Y tuvimos una linda conversación. Me contó sobre él y su negocio, y quise echarle un vistazo. ¿Ella se encuentra aquí?

—¡Maaaaaa! —exclama, y Maureen sale de una puerta que está detrás del mostrador.

—¿Por qué gritas así, tarado? —dice ella.

—Te buscan.

Cuando me ve, sonríe ampliamente, y rodea el mostrador para abrazarme.

—Qué gusto verte de nuevo, hijo. Me habías preocupado. Luego de ese horrible accidente, pensé que no nos volveríamos a ver.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora