Supe que mi matrimonio corría peligro cuando empecé a ver a los cadetes de manera distinta.
Conocí a Cindy en preparatoria. Nos casamos, ambos a la edad de veinte; me enlisté en el Ejército dos años más tarde, y al siguiente tuvimos a nuestro primer y único hijo.
Cindy notó en seguida que algo en mí cambió. Luego de periodos prolongados, al volver a casa, era frío y distante. Pasaban muchas cosas por mi cabeza. Incluso llegué a dudar del amor que le tenía a mi esposa. La quería, pero había dejado de atraerme de forma sexual. Sus pechos no me provocaban nada, y, al besarla, la imaginaba con cabello corto y espalda ancha. Me sentía culpable. Asqueado de mí mismo.
Después de casi seis meses lejos de casa, tuve mi primer acercamiento con un compañero de escuadrón; y decidí confesarle a Cindy todo, al volver, culminando así una historia de más de quince años. Nathan era muy joven cuando sus padres se divorciaron, así que no le afectó mucho, de buenas a primeras. Sin embargo, al tener Cindy la custodia total, creció sin un padre, y fui prácticamente un desconocido para él. Me perdí graduaciones, partidos y recitales; jamás se sintió cómodo con mi presencia; y ni siquiera conozco a su novia actual. He tratado de acercarme, pero no muestra mucho interés en una reconciliación tardía.
Para él sólo soy su padre por título, y eso me deprime.
Mas aparte, acepté mi sexualidad luego de divorciarme de Cindy, pero siempre fui discreto —por mi profesión y las consecuencias que me trajo ser quien soy. Jamás tuve una relación seria con alguien, pero me involucré con varios dentro y fuera del Ejército. Sólo en una ocasión llegué a sentir algo genuino por un hombre, y hoy en día se encuentra tres metros bajo tierra.
—Señor Duncan —me habla Danise—, ¿le importaría leer el siguiente párrafo?
Obedezco, ahora de pie. Es mi quinta sesión, y, en esta ocasión, leemos en grupo una novela romántica de Khal Bolton.
He logrado adaptarme. Participo de vez en cuando e interactúo con más personas —incluido Carlos. No es tan odioso, después de todo. Con quien he hablado más es con Henry; pero sólo acerca de libros y cosas relacionadas al club. Me gustaría conocerlo mejor, pero siempre lleva prisa, y nunca podemos entablar una charla decente.
—«... Aquella última mirada atravesó mi corazón como una bala de plata, y supe que había echado a la basura seis años de mi vida por una falsa amistad».
—Gracias, señor Ducan. ¿Qué opinan acerca de lo que acabamos de oír?
Al concluir, acompaño a Abigail y Denise a la salida mientras conversamos sobre las modas de hoy en día.
—Qué tarde es —exclama Denise, al ver su reloj—. La charla estuvo muy entretenida, pero mi esposo me espera para cenar juntos.
—¿Tienen cómo volver a casa? —pregunto.
—Oh, sí, tengo auto. Gracias por preocuparse.
—A esta hora ya no pasa el autobús. Linda, ¿podrías darme un aventón? —pregunta Abigail.
—Desde luego, querida.
—Entonces las veo la próxima semana —concluyo.
—Que pase feliz noche, señor Ducan —dice Denise.
—Cuídate, hijo —añade Abigail, y se retiran juntas.
Me detengo frente a mi vehículo tras vislumbrar a Henry en la parada del autobús. Se ve angustiado. Decido acercarme.
—Buenas noches —saludo, y él voltea.
—¡Oh! ¡Buenas noches, Mayor!
Me ha llamado así desde que nos conocimos.
—¿Todo en orden? Te ves alterado.
—Me quedé dormido en el baño. Cuando salí, ya todos se habían ido —ríe—. Se hizo demasiado tarde.
—A esta hora ya no pasan los autobuses. ¿Quieres que te lleve a casa?
—No quisiera causarle molestias. Creo que caminaré. Pero gracias.
—No dejaré que andes por allí solo a esta hora. Insisto —digo con firmeza, y termina aceptando.
Mientras conduzco, lo soslayo. Parece agotado, como siempre. No decimos mucho.
—Aquí dobla a la derecha. Después avanza en línea recta, diez cuadras —señala.
—Está muy retirado. No puedo creer que pretendías caminar.
—Realmente no me gusta causar molestias —se excusa.
—No es molestia, en serio. Prefiero esto a estar en casa.
—Las sesiones son dos veces por semana. ¿Cómo se entretiene los demás días?
—No veo mucha televisión, así que leo, escribo, armo barcos a escala; salgo a caminar; y a veces a correr.
—Qué envidia. La vida de jubilado me vendría bien.
—No lo creo. Es... solitaria y aburrida.
—Para mí no suena mal. En verdad necesito un respiro —ríe.
—¿A qué te dedicas?
—Trabajo en una secundaria. Soy el director.
Elevo las cejas.
—Es un cargo importante.
—Sí. Es un milagro que tenga tiempo de ir a las sesiones. Mi sueño es poder dormir más de cinco horas.
—Lo entiendo. Es horrible cuando te vuelves esclavo de tu trabajo. Te debates sobre si realmente te gusta o no lo que haces.
—Me gusta lo que hago. Pero cualquier cosa en exceso no es sana.
—Sí.
—¿Cómo hizo para soportar treinta años en una vocación así?
Reflexiono un momento. No sé qué responder, en realidad. Por inercia, encojo los hombros, para en seguida añadir:
—Era mi vocación. Parte de mi vida. Y me gustaba. Cuando añoras tanto algo, y lo obtienes, tratas de ignorar todo lo negativo para convencerte de que vale la pena.
—Y ¿valió la pena?
No respondo; en seguida se disculpa repetidas veces, dándome un discurso sobre lo imprudente que puede llegar a ser. Luego de unos minutos, llegamos a su hogar. Una casa de dos pisos, color blanca, con un impresionante jardín. No se ve que tenga tiempo para hacerse cargo de algo así. Seguramente es obra de una pareja.
—Muchas gracias, Mayor. Lamento las molestias. Si mi auto no estuviese en el taller, todo sería más fácil.
—No fue ninguna molestia. Me agradó charlar contigo. Puedo traerte cuando gustes —sonrío, y él hace lo mismo.
—Es muy amable. Que pase buenas noches.
—Igual tú. Trata de descansar.
Camina hacia su hogar. Yo medito sobre su pregunta mientras acelero.
![](https://img.wattpad.com/cover/260565954-288-k25011.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Mayor
RomanceHarold Duncan decide jubilarse del Ejército luego de treinta años de servicio. Decide aprovechar el tiempo que le resta para reconciliarse consigo mismo, y adaptarse de nueva cuenta a la vida de civil; aun teniendo un hijo que lo rechaza y una exesp...