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Nathan tenía diez cuando sus padres se divorciaron. Yo 32 cuando me armé de valor, y le confesé todo a Cindy.

Había regresado a casa, luego de seis meses fuera. Todo el trayecto de vuelta, y durante los primeros días con mi familia, estuve distraído, meditando cada palabra; cada gesto. No podía con la culpa.

Ella no merecía eso. Debía enterarse de la clase de persona que era su marido.

Nos sentamos en el sofá, exhaustos. Era de noche. Nathan se había quedado dormido luego de un largo día de pesca. Cindy notó mi extraño comportamiento. Esperó la ausencia de nuestro hijo, para que tocáramos los temas de adultos.

—Bueno, si no me dirás nada, allá tú —concluyó, rendida, y se levantó para dirigirse a la cocina. La seguí—. Sólo trato de ser una buena esposa. Me preocupo por ti, e insistes en guardarte todo. Se supone que somos un matrimonio, Harry. Quiero lo mejor para ti. Hacerte feliz. Pero últimamente sólo has sido distante; como si quisieras alejarme de tu vida. ¿Hice algo malo? O ¿pasó algo allá? —me miró, luego de tomar una botella de vino—. Comprendo lo duro que es ese ambiente... —suavizó su tono de voz, y se acercó, para acariciar mi mejilla. Puse mi mano sobre la suya, y verla fue doloroso—. No me imagino por lo que has pasado, y las cosas que suceden día a día. Quiero creer que te portas así porque necesitas tu espacio o simplemente estás cansado. Pero no puedo evitar sentirme excluida de tu vida, cariño. Y... odio eso —apoyó su cabeza en mi pecho, y la rodeé con mis brazos—. Quisiera hacer algo. Necesito a mi esposo de vuelta... Di algo, por favor. Tu silencio me lastima.

Suspiré, y supe que ya era hora.

—Hay algo que debo decirte —formulé, con voz queda. Me miró, muy atenta—. Por favor, sentémonos. —Volvimos al sofá, y repasé, en silencio, lo que tenía que decir. Su rostro afligido complicaba aun más las cosas—. Sabes que enlistarme fue algo que tenía planeado desde antes de conocernos —comienzo.

—Por tu padre —complementó, y asentí.

—Luego de conseguirlo, y llegar a la parte de estar lejos de la gente que amo, he pasado más tiempo a solas conmigo y mis pensamientos (los cuales han estado incluso volviéndome loco) —me llevé una mano al rostro—. Pensar es lo único que hago para matar el tiempo. Ha sido así desde los primeros años. Ahora sé más sobre mí... Y me he replanteado muchísimas cosas. Una en particular lleva un par de años atormentándome...

—¿Cuánto? —cortó—. ¿Hace cuánto replanteas eso que te atormenta?

—Tres años, quizá. Tal vez más. No lo sé. El punto es que... he tenido un conflicto interno que me mantiene intranquilo. Y... la razón por la que no he dicho nada, es por miedo a ser juzgado o rechazado.

—¿«Juzgado o rechazado»? Harry, ¿de qué rayos estás hablando? ¿Mataste a alguien?

—No. Nada de eso... Es difícil expresarlo con palabras sin —desvié la mirada—... herirte.

—Harold, habla de una vez —aseveró el tono de voz, sin apartar los ojos de mí. Me sentí como un criminal a punto de confesar sus delitos ante juez.

La mano de Cindy estaba sobre mi entrepierna.

—Yo... pensé que odiaba a todos los hombres... —Tragué saliva, y mis manos sudaban. Ninguno apartó los ojos del otro—. No sé si estar rodeado de ellos me hizo cambiar de opinión o algo así... pero... comencé a verlos de otro modo. Traté de no tomarle mucha importancia... hasta que hice un amigo —Cindy apartó su mano, y, sumado a su expresión, aquello dolió más que un golpe en el rostro—. Nuestra relación se intensificó tanto que... podría decirse que es más que una simple amistad.

—Harold... —Se llevó ambas manos a la boca, y sus ojos brillaron. Es una mujer lista, así que comprendió al instante.

—Querida, cometí un error estando fuera.

—No sé si quiero seguir escuchándote —retrocedió un poco.

—Tienes que hacerlo. Es importante que sepas la verdad sobre mí. —Quise tocar su mano, pero la apartó. Inspiré hondo—. Yo... me acosté con un hombre.

No había manera gentil de confesarlo. El daño sería el mismo.

Reinó el silencio, hasta que lágrimas descendieron por sus mejillas, y sollozó.

—¿Por qué nos hiciste esto, Harold?...

—Querida, yo... —mis ojos brillaron también. Traté de acercarme, pero se levantó de inmediato para darme la espalda mientras lloraba sin consuelo—. Cindy, lo lamento muchísimo... Yo no...

—¡Ya no digas nada! —exigió, con la voz quebrada—. ¿Por qué, Harold? ¿Por qué tú...? Jamás creí que fueras capaz de algo así... Pensé que me amabas... Pensé que te hacía feliz... ¿Qué hice mal?...

—Nada, linda. No hiciste nada malo. El problema soy yo. Tú eres la mujer más maravillosa que conozco. El amor de mi vida...

—¡No quiero seguir escuchándote! —elevó su tono de voz—. ¡¿Cómo puedes decirme eso luego de lo que hiciste?! ¡Si en verdad soy el amor de tu vuda, no habrías hecho lo que hiciste! Menos con un hombre... Aún no lo puedo creer...

Ella tenía razón.

Soltó un pequeño alarido mientras se desplazaba al otro lado de la habitación. La seguí, guardando distancia.

—Querida, lo siento —mi voz se quebró también—. Lo que hice fue horrible. No merecías esto... Tampoco Nathan.

—¿Es todo? ¿Así de fácil se echan quince años a la basura?

—Cindy...

—Quiero que te vayas, Harold.

—Cindy, no... Vamos a... Hay que buscar maneras...

—¡Vete! ¡No puedo estar con alguien como tú! Pensé que eras diferente... —sollozó.

Una lágrima se deslizó por mi mejilla. A partir de ese momento, nuestra historia había culminado.

—Espera, no... ¿Qué hay de Nathan? Cindy, debemos discutir esto con calma.

—¡No te me acerques! ¡Tampoco quiero que te acerques a Nathan! ¡Lárgate o yo tomaré mis cosas, y nos iremos con mamá!

—Lo lamento mucho, cariño... —dije, con un hilo de voz, antes de marcharme, para ya no volver. Ni siquiera me despedí de mi hijo.

Casi un año más tarde, nos separamos legalmente. Ella se esforzó por alejarme de su vida. A pesar de tener la custodia compartida, por mucho tiempo me privó de ver a Nathan, y eso me dolía y llenaba de impotencia. Sin embargo, llegué a creer que era una especie de castigo por mis acciones.

Después ocurrió lo de Irak. Y Cindy fue quien estuvo conmigo en todo momento, a pesar de todo. Porque el amor nunca se esfumó.

Estuvo ahí cuando desperté.

—Harry...

Cuando me explicaron lo sucedido, y exploté contra el personal del hospital.

—¡MIENTEN! ¡DÉJENME SALIR DE AQUÍ!
Cuando me quebré frente al espejo todas esas noches.

—Las cosas serían mejor si hubiese muerto...

—Cielo, no digas eso...

En mis terapias.

—¡Esta cosa es incómoda y me lastima! ¡Lo odio! ¡Tampoco usaré esa porquería! ¡Estoy harto!

Hasta el fin de mi recuperación.

—Gracias por estar a mi lado, linda...
Al concluir ese lapso en el que olvidamos que nos habíamos separado, la realidad nos golpeó nuevamente. Y ese fue el verdadero final.

MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora