Luego de sofocarme en la monotonía, decidí probar cosas nuevas: tomar cursos en Internet; paseos largos; visitar museos; comprar peces; e incluso tener la osadía de unirme a un club de lectura.
Adoro leer, y, al no ser un hombre sociable, pensé que sería una buena forma de salir de la zona de confort. Sin embargo, hoy que es la primera sesión, me arrepiento de estar aquí. Apenas ingresé a la sala, atraje la atención de todos. Encima murmuran a mis espaldas.
Pasar desapercibido es tarea imposible. Aunque si estuviese en su lugar, también voltearía a mirar al viejo con parche y cicatrices. Me han dicho que parezco villano de James Bond.
—Usted debe ser el señor Duncan. Soy Denise —me dice una mujer negra, robusta, con gafas y enorme sonrisa—. Puede tomar asiento junto a Carlos y Mei —señala el puesto vacío que está en medio de un hombre moreno, con coleta; y una mujer con rasgos asiáticos, de cabello rojo—. La sesión recién comenzó —explica, mientras me dirijo a la silla—. Como es la primera para usted, lo pondré al tanto de lo que se habló en la semana pasada: acordamos la dinámica de traer un texto, escrito en prosa, de la autoría de cada uno, para leerlo frente a todos. No se preocupe, pues era opcional. Julissa y Marty acaban de leer el suyo, y Abigail es la siguiente. Procede, querida.
Una anciana, con ojos diminutos, se pone de pie, y comienza a leer una pequeña libreta que sostiene con sus arrugadas y temblorosas manos.
A pesar de ignorarlo, aún siento ojos puestos en mí. En especial los que tengo al lado. Carlos ni siquiera disimula.
—Deje de mirarme —exijo en voz baja, con tono severo.
—Lo siento, es que es la primera vez que veo en persona a alguien con parche —susurra también, entre risas—. ¿Estuvo en la guerra o en un accidente con un oso hambriento?
No respondo, y trato de seguir prestando atención al texto de Abigail, pero ha concluido sin darme cuenta.
—¿Alguien más? —pregunta Denise.
—Sí, yo escribí algo —se levanta un hombre de cabello castaño, rebelde, y barba corta; viste de traje y corbata. A pesar de eso, luce ojeroso y desaliñado. Hurga en su saco, y extrae una servilleta que empieza a desdoblar—. Disculpen. No tenía una hoja a la mano.
—No se preocupe, señor Esposito —responde Denise—. Adelante.
—¿Qué hace un hombre como usted en un club de lectura? No aparenta tener un lado sensible —Carlos continúa fastidiando.
—Deje de hablarme. Quiero prestar atención al texto —frunzo el ceño, y mi mirada hace desviar la suya.
—Ya entendí, Emilio Largo.
—No tiene título —procede el hombre con barba—. Lo escribí gracias al insomnio. No es muy largo. —Carraspea—. «Decido rendirme luego de rogar por horas a mi cerebro que me permita descansar; sin embargo, tal y como retase a un niño desobediente, hace lo contrario y empieza a torturarme, sin misericordia, con guiones sobre futuros catastróficos, y filmes sobre sucesos que quisiera enterrar. La única manera de callarlo es a la fuerza, recurriendo a cualquier tipo de droga que termina haciéndome más daño a largo plazo. Por algún motivo, pienso que una sobredosis por somníferos es mejor que verme fracasar una y otra vez, cada noche».
Aplaudo antes que los demás. Me encantó, pese a haber sido modesto.
Una vez concluye la sesión, pretendo acercarme a él, para felicitarlo, pero Denise, Carlos y otro par de desconocidos me interceptan para preguntar sobre mí y mi experiencia.
Luego del incómodo bombardeo, abandono el edificio; por suerte, vislumbro al hombre de barba sentado en la parada del autobús mientras revisa su teléfono. Decido acercarme con cautela. Me arrepiento cuando retrocede, con los ojos bien abiertos, al verme. Debo usar una máscara.
—Buenas noches —saludo, tratando de sonar amigable, pero soy más seco de lo que esperaba.
—Buenas noches —se endereza y sonríe.
—Sólo quería decir que me gustó lo que escribiste. Creo que tienes talento.
—Oh, gracias. Es muy amable. Realmente no le tomé mucha importancia; sólo quería participar. Suelo involucrarme en todo.
—Igual me pareció estupendo.
—¿Es su primera vez en un club? Lo pregunto porque se veía algo... no muy cómodo.
—Sí... Quería salir de mi zona de confort... No suelo socializar mucho, y me aburro en casa.
—¿Tiene mucho tiempo libre?
—Recién me jubilé, así que sí. Quisiera hallar... algo más tranquilo.
—¿A qué se dedicaba?
—Ejército. Luego de treinta años de servicio, me pareció justo tomar un descanso.
—Wow. Supuse que tenía algo que ver —ríe.
—Mi aspecto me delata.—Sí... Espero que no le ofenda.
—Para nada. Sólo me incomoda atraer tantas miradas.
—Entiendo. Debe ser horrible. Y... ¿a qué rango llegó?
—Mayor.
—Vaya. No sé lo que significa, pero suena muy intimidante. —Lo que dice me provoca una sonrisa—. Soy Henry, por cierto. Henry Esposito —extiende la mano.
—Harold Duncan —se la estrecho.
—Encantado. —Desvía la mirada—. Oh, aquí viene el autobús. Me gustaría seguir charlando con usted, pero es el último. Lo veo en la próxima sesión, Mayor. Fue un placer.
Se levanta cuando el vehículo para frente a ambos.
—Lo mismo digo. Hasta luego —respondo, y lo veo arribar.
Los pasajeros clavan sus ojos en mí, así que decido alejarme sin esperar a que el autobús se vaya.

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Mayor
Roman d'amourHarold Duncan decide jubilarse del Ejército luego de treinta años de servicio. Decide aprovechar el tiempo que le resta para reconciliarse consigo mismo, y adaptarse de nueva cuenta a la vida de civil; aun teniendo un hijo que lo rechaza y una exesp...