Capítulo 36

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No podía creer que esa noche estuviera siendo tan mágica, su bolsa de dulces estaba casi llena, y contrario a lo que ella había creído nadie le dijo nada por estar disfrazada, o por estar pidiendo dulces y no ser más una niña... aunque puede que su pequeña estatura y su rostro aniñado hubiera colaborado un poco en ello.

—¿Regresamos ya a casa ratoncita?

La castaña no pudo evitar hacer un puchero ante la pregunta, aún faltaban varias casas del residencial por recorrer, pero también era cierto que quería comenzar la fiesta con los demás, ah, que difícil decisión debía de tomar.

—Pero podré irme a dormir cuando los demás lo hagan. –Una sonrisa ladina comenzó a nacer en el rostro de su padre, uh uh, comenzaba el juego de negociación, si iba a renunciar a su motín debía de ser por algo bueno.

—Creo recordar que los demás son todos adultos y tú, –el pelinegro se agachó a su altura y susurró a su oído cuando un par de niños y adultos pasaron a su lado—, eres tan solo una linda bebé, y las bebés van a la cama cuando su papá así lo dice.

—Pero hoy no soy una bebé, hoy soy un monstruo.

Para probar su punto extendió los brazos y trató de hacer una cara atemorizante que solo consiguió una carcajada por parte de su padre.

—Aún así, eres un bebé monstruo.

—Pero papá... no se vale, entonces sigamos pidiendo dulces, aún nos faltan varias casas.

Suprimió una sonrisa y dio media vuelta para ponerse en marcha, pero tan solo había dado el primer paso cuando un par de brazos ya la estaban alzando al vuelo.

—¡Papá!

—Solo por hoy voy a ceder ratoncita, ¿soy claro? –la castaña asintió sonriendo—, podrás estar con los adultos hasta que vea el primer bostezo salir de tu boca, cuando eso ocurra te iré a acostar, ¿trato?

Alina meditó la propuesta por un par de segundos, sin duda era un buen trato, su padre le estaba cediendo la hora límite a ella misma, a su cuerpo, ahora solo sería aguantar lo máximo posible.

—Trato.

—Bien, ahora regresemos a casa.

Con delicadeza la colocó en el suelo y tomó su mano entre la suya más grande, y juntos emprendieron el camino de regreso a casa. Y a pesar de que ese camino ya lo habían andado no dejó de admirarse por la decoración de las casas, cada una era más impresionante que la anterior, era como si estuvieran compitiendo en un concurso, y si en ese mes era así de magnífico no quería ni imaginar como sería en diciembre.

—Papá...

—Dime Alina –el pelinegro volteó a verla con una cálida sonrisa en sus labios, muy distinta a la anterior.

—¿Dónde pasaremos navidad? –no pudo evitar sonrojarse ante su pregunta, había sido demasiado directa.

—¿Por qué, te gustaría pasarla en un lado en específico? —no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran al haber sido reveladas tan pronto sus intenciones—, dime cariño, te escuchó.

—Bueno... me gustaría que pasáramos navidad con el abuelo, y... –guardó silencio por un par de segundos y tomó una respiración profunda antes de seguir—, quisiera que pasaremos navidad aquí.

No se atrevió a decir que realmente deseaba pasar algunas noches en ese maravilloso hotel al cual habían ido a comer, era un mero capricho realmente, algo absurdo, pues su padre tenía casa en la villa y quedarse en un hotel sería desperdiciar dinero sin sentido.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora