Capítulo 42

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Sus párpados pesaban, pero a pesar de ello no podía conciliar el sueño, tenía tanto miedo.

Desde que el señor Ivanov se había ido ella había gritado, llorado, aporreado la puerta por algo de atención, pero nadie había venido, y eso le aterraba en verdad, pues se había dado cuenta que no había nadie con ella.

Se abrazó a sí misma tratando de combatir el frío que su cuerpo sentía.

A lo largo del tiempo que había transcurrido le habían permitido tomar dos baños, no sabía si eso significaba que había pasado mucho tiempo, o por el contrario poco, pero ahora llevaba unos pantalones afelpados por dentro, así como una blusa de manga larga y un par de tenis, lo cual agradecía pues el pequeño cuarto en el que se encontraba era en verdad frío.

Dejó escapar un hondo suspiro, estaba tan cansada, apenas y le habían dado un poco de agua y algo que comer, ¿cuánto tiempo tardaría su padre en encontrarla? Su corazón se estrujo ante el pensamiento de Maximus, ¿por qué había sido tan estúpida, por qué no había esperado por su padre?

—Lo arruinaste Alina, en verdad lo hiciste.

Trató de retener el llanto, pero no pudo, sentía como las lágrimas corrían veloces por sus mejillas, extrañaba tanto su casa, a Miranda y sus deliciosas galletas, a los chicos, Bastian y Basil, a su abuelo... pero sobre todo a su papá.

El llanto desgarró su garganta y no hizo nada por tratar de estar en silencio, tanto grito le había demostrado que no se encontraban cerca de nadie que pudiera ayudarla, y que esos dos horribles hombres no se encontraban en la casa.

Tal vez la hubieran llevado a una propiedad en medio de la nada, o a algún barrio donde nadie se preocupaba por el otro, como había sido su antigua casa. Cuando vivía con Dalton había comprendido que nunca nadie los ayudaría, ya tenían sus propios problemas como para trata de arreglar los de los demás.

Aunque conservaba la esperanza de que aún siguieran en su ciudad, y sino... al menos dentro del país, se aferraba a ello como a un mantra.

Lentamente se puso en pie y se arrastró hacía el pequeño y desnudo colchón del lugar, se dejó caer sin ganas sobre él y se enroscó sobre sí misma. Quería que todo pronto terminara.

Comenzó a imaginar que se encontraba en el patio de su casa, y que estaban en invierno, por eso se sentía tanto frío, imaginó que su padre y sus tíos se encontraban en el interior riendo, y que Bas se hallaba a su lado junto con el pequeño Apolo, jugando.

Casi podía tocar esa fantasía construida en su cabeza, casi podría oler el perfume de su padre, y oír su voz...

—Alina...

Podía oír la voz de un hombre, pero el timbre de la misma no era como la de su padre, era más ronca, más desgastada.

—¡Alina, con un carajo despierta ya niña tonta!

Sus ojos dieron paso a la conciencia de forma abrupta, su cuerpo se puso recto en cuanto oyó la golpeada voz del hombre y su corazón amenazó con salirse de su pecho por el miedo.

Frente a ella se encontraba Sullivan, con una mirada tan perturbada y una sonrisa que en otro tiempo le había parecido amable.

—¿Qué... qué sucede? –su voz apenas fue poco más que un susurro.

—Los planes han cambiado. Tenemos que irnos.

—¿Cambiado? –a pesar de que no sabía de qué estaba hablando Sullivan sí estaba segura que algo malo había sucedido para que todo cambiara de forma tan abrupta.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora