Después de haber estado casi toda la mañana en la cama, disfrutando de la presencia de Maximus a su lado, pero sobre todo de la tranquilidad de poder escoger estar tranquila, sin tener que preocuparse acerca de tener que correr para ir a la escuela, o sobre preocuparse por la comida de su padre era... abrumador.Nunca creyó que podría tener algo diferente a esa vida, soñar con ir a la universidad era algo a lo que se aferraba con fuerzas, pero sobre todo que veía tan lejano que no le hacía daño soñar con ello. Pero ahora, lo que estaba viviendo, algunas veces tan solo deseaba llorar por la agradecida que se sentía.
Al comienzo no había comprendido el interés de Maximus por ella, porque deseaba ser su tutor, en cierta medida creyó que sería un mal hombre, tal vez amargado, gritón, y alguien que abusara de su poder, pero... ahora se sentía avergonzada de haber pensado eso en algún momento.
Él era una caja de Pandora que deseaba abrir del todo, y no solo un poco, quería conocerlo a profundidad, y ayudarlo, tal y como él estaba haciendo con ella. Le había prometido que recuperarían las cosas de su madre, y eso no podría pagárselo nunca.
Unos pasos provenientes del pasillo le hicieron levantar la mirada, el pelinegro venía hacía ella con una gran sonrisa en el rostro. Le gustaba como las comisuras de su boca tiraban hacia arriba y como sus ojos oscuros se iluminaban achispados.
—¿Todo bien ratoncita? –evitó el impulso que la recorrió ante esa pregunta, la odiaba, era su forma de saber si necesitaba un cambio.
—Todo bien. –Su voz fue apenas un susurro, le apenaba tanto hablar de ello.
—Iré a preparar la comida Alina, cualquier cosa que necesites sabes donde buscarme. Y ratoncita, sabes que no puedes ir sola al baño.
Un mohin se asentó de forma imperceptible para ella en sus labios, odiaba más que ninguna otra esa regla. No quería ni imaginar cuando volvieran a casa... ¿casa, podía considerar la casa de la ciudad como su casa?
Esa pregunta la desconcertó por unos segundos, ¿estaría traicionando a su padre?
Alina dejó de lado el par de juguetes que tenía frente a ella, no le gustaban, eran tan... infantiles. Quería hacer algo más, le había gustado colorear, pero sentía pena de pedirle ese libro a Maximus, después de todo era para niños.
Indecisa se puso en pie y camino hacía la cesta que más bien era un juguetero muy bien camuflajeado, se agachó y lo abrió. Juguetes de armar y algunas muñecas, pero nada que realmente le llamara la atención.
—Supongo... que puedo pedírselo a Maximus.
Tomó entre sus brazos al Señor León y emprendió su camino hacía la cocina. Desde que el pelinegro se lo había dado no se despegaba de él, hasta dormía abrazada a su lado, lo cual nunca admitiría.
Alina contempló por unos segundos a Maximus cocinando, estaba picando unas verduras y por la forma y rapidez con que se movían sus dedos tenía practica, todo lo contrario a lo que ella había creído.
—Max... –su voz fue poco más que un susurro, tenía miedo de que pudiera desconcertarlo y causar una catástrofe, ella aprendía de sus errores y pocas veces los volvía a cometer.
El aludido volteo a verla y dejó el cuchillo a un lado en cuanto se percató de su presencia.
—¿Necesitas un cambio cariño? –las mejillas de la chiquilla se colorearon violentamente de rosa ante la pregunta, por lo que negó rápidamente.
—Quería saber si puedo tener el libro de dibujo... y los crayones.
—Claro que sí ratoncita, deja me lavo las manos y voy por ellos.
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Mi pequeña princesa
RandomUn hombre que lo tiene todo en la vida, viajes, mujeres y una cuenta corriente de miles de millones de dólares, pero siente que algo le falta, algo que el dinero no puede comprar realmente. Ella, una niña que ha tenido que convertirse en adulta dem...