Capítulo 45

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De pronto el cuerpo que se había desligado de su consciencia tomó una bocanada de aire como si volviera a nacer, entre jadeos y apenas audibles lamentos. Sus pulmones volvieron a tener dentro de sí el sustento de la vida, y la sangre en sus venas volvió a circular rauda hacía el corazón a todo galope.

Volvía a estar con vida.

Apenas fue consciente de como alguien haló su cuerpo hacía un pecho fornido, de como buscaron desesperadamente el pulso en su cuello, de como los dedos que danzaron sobre su piel lo hicieron de forma temblorosa, asustados al descubrir que el ritmo que debían de seguir era apenas perceptible, pendiendo de un delgado hilo.

Sabía que alguien hablaba, ¿o lo hacia más de una persona?, no podía estar segura, sentía sus sentidos tan embotados que se pregunto si no estaría dormida y eso sería tan solo un sueño.

Quería despertar.

Debía despertar.

Pero a pesar de desearlo tan desesperadamente las fuerzas parecían escurrirse entre sus dedos como la arenilla dentro de un reloj de arena.

—¡¿Dónde demonios están...?!

Ella conocía esa voz, o creía conocerla al menos.

—Tenemos... ella debe... no lo han visto...

Sí, no estaba equivocada, era más de una voz la que hablaba.

Temblorosa buscó aferrarse con sus débiles dedos al suave tejido que la envolvía, ¿una manta acaso? Lentamente luchó por abrir los ojos, peleó contra el cálido latido de la inconsciencia que amenaza con reclamarla nuevamente entre sus brazos.

—Alina...

Poco más que un susurro distorsionado llegó a sus oídos, sentía como si estos sumbaran con las olas del mar dentro de ellos.

Sus ojos finalmente pudieron enfocar las manchas frente a ella, las cuales no eran manchas, sino rostros, las caras de las personas que más había ansiado ver desde que se la habían llevado.

Su papá.

Y Huesitos.

Ambos hombres habían venido a recatarla, tras ellos y a un costado de su cuerpo maltrecho se encontraban más hombres, todos llevaban el negro pintado en sus pieles, lo único que se podía ver de sus cuerpos eran sus narices y bocas, todo lo demás estaba cubierto por ese color.

—¿Quie... quienes... son? –su voz salió como un profundo ronquido, le había costado tanto decir esas palabras.

—Son agentes ratoncita, ellos han hecho posible el venir por ti.

Por unos segundos vio como la mano que subía y bajaba por su rostro tembló, lo hizo de un modo tan descontrolado que por unos segundos le hizo creer que su padre estaba herido, pero el temblor ceso, reemplazado por sendas lágrimas y unos cuantos sollozos secos que salían como bestias desesperadas del pecho de su padre.

—Señor, debemos llevarla al helicóptero, el médico está esperando por ella.

—Sí, sí, por supuesto.

Con manos torpes su padre secó las lágrimas que aún recorrían su rostro, y ese simple acto hizo que el corazón de Alina se calentara, había valido la pena luchar todo este tiempo, haber hecho... lo que había hecho. Todo el dolor y miedo habían valido cada lágrima porque había vuelto a su lugar, ahora estaba en casa.

Su padre la tomó lentamente en brazos, tratando de mover lo menos posible su maltrecho cuerpo, pero los golpes poco importaban en esos momentos, apenas y los sentía encubiertos bajo la felicidad del momento.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora