Capítulo 18

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Voces, podía escuchar voces cerca de ella, ¿dónde estaba?

Con pesadez fue abriendo lentamente los ojos, se sentía adormilada, y un tanto desorientada. Menta y sándalo, debía estar en la habitación de Maximus, se había acostumbrado a ese olor tan característico de él.

Como un pequeño gatito se estiro sobre la enorme cama, disfrutando enormemente de sentir las sabanas y la mullida cobija sobre su cuerpo, el tiempo de frío estaba por comenzar, y a pesar de que el otoño era su estación favorita también era una de las más frías de la ciudad.

Más despierta miró a su alrededor comprobado la habitación, pero se llevó una gran sorpresa al descubrir que no era la misma. No puede ser... seguramente Maximus no la había despertado temprano y la había dejado dormir durante todo el viaje.

Ella... ya no vería más ese cuarto, o comería en esa horrible silla alta, o dormiría en su cuna, a decir verdad esa cuna era magnífica, el colchón era de lo más cómodo, las sábanas se sentían tan suaves al tacto, y era tan amplia, y el señor León... No estaba, ¿Maximus lo habría olvidado?

Insegura, salió de la cama y se dirigió a la entrada de la puerta entreabierta, fuera podía escuchar voces masculinas, pero ninguna sonaba como la del pelinegro, ¿se estaría confundiendo y él si estaría ahí?

Con pasos torpes por acabar de levantarse se acercó al cuarto, pero las voces provenían de dentro de él, tendría que asomarse y con un poco de suerte nadie la vería. Lentamente asomó apenas la cabeza, pero el vistazo fue tan rápido que no pudo ver nada.

—Solo asomate y ve quien está dentro Alina. –Se reprendió a si misma la castaña por su timidez, pero no quería ser una metiche.

Contó hasta tres antes de volver a asomarse, pero está vez permaneció el tiempo justo para poder echar un buen vistazo, eran los gemelos, pero ni rastro de Maximus... y ese cuarto. Otro rápido vistazo le confirmo que era muy parecido al cuarto de la otra casa.

Era un cuarto para una bebé. Era su cuarto.

Claro, debió de haber imaginado que Maximus no se conformaría con vestirla infantilmente, ni con ponerle los pañales, él quería todo, el paquete completo. Y pensar que tan solo hace unos minutos estaba pensando acerca de que extrañaría ese cuarto.

¿Por qué estaban los gemelos en ese cuarto?, no importaba, decidió, tenía que buscar a Maximus para preguntarle dónde había dejado al señor León, se había encariñado de ese peluche, y sentirlo a su lado la hacía sentir bien.

Estaba a punto de bajar las escaleras cuando un par de brazos la alzaron al vuelo haciéndola jadear aterrada.

—A dónde crees que vas princesa.

Quien la sostenía al aire la hizo girar quedando cara a cara con uno de los gemelos, pero no sabía cuál de ellos era, y luego simplemente la sentó sobre su brazo, como si no pesara más que una almohada.

—Yo... yo... Maximus.

Alina quizo golpearse en ese mismo momento por ser tan tonta, ahora ellos seguro también lo creían. ¿Por qué no podía hablar bien cuando se ponía nerviosa, por qué tenía que ser tan tímida?

—Oh, el señor Dragomir ha tenido que salir princesita, creyó que dormirías hasta tarde, por eso no te despertó. ¿Tienes hambre?

¿Hambre?, dudaba mucho que su estómago aceptara cualquier alimento en esos momentos, sentía un nudo en él.

—No, estoy bien así.

Pareció que eso no le gustó a los dos hombres frente a ella, pues ambos fruncieron su ceño, haciéndolos ver un tanto intimidantes. "¡Tonta Alina, eres una tonta, tal vez le digan a Maximus que te portaste mal!", ante ese pensamiento angustioso la castaña se removió incomoda en los brazos de uno de los hombres, no sabía aún quien la estaba cargando.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora