Capítulo 26

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Abrió los ojos lentamente, se sentía adormilada, pero por alguna razón el sueño simplemente había decidido abandonarla, llevaba un par de minutos dando vueltas en la cama sin poder volver a dormir. Por la luz que alcanzaba a filtrarse entre las cortinas supo que ya era de día.

¿Tendría clases el día de hoy con la señora Clairmont, o sería como ayer que no había llegado?

Con renuencia tomó entre sus brazos el peluche de león, desde antier lo había dejado en una esquina de la cuna y se había negado a estar con él, porque solo le recordaba el engaño de Maximus, el propio león era un engaño.

—Parece que mi ratoncita me ha ganado –sobresaltada levantó la mirada encontrándose con los oscuros ojos de Maximus observándola en la entrada del cuarto.

El buenos días que era habitual darle no salió entre sus labios y tampoco hizo mucho porque lo hiciera, para ser francos, no tenía ganas de hablar con él, aún no.

—¿Acaso amanecimos de mal humor cariño? –Alina cerró los ojos y se acomodó nuevamente dándole la espalda.—. Bueno, parece que sí, pero me temo que no podré dejarte dormir, hoy tenemos una agenda que cubrir cariño.

¿Una agenda que cubrir?, lo creía de él porque vamos, era el dueño de todo un imperio, pero ella... ella no era nadie. Antes de que pudiera decir nada fue alzada en brazos entre sus leves chillidos de protesta.

—Te daré un baño rápido cariño y luego nos iremos. Temo que tendrás que tomar tu biberón en el coche, pero prometo que te compensaré con una deliciosa comida.

—¿Qué... porqué, a dónde vamos?

Maximus no perdió el tiempo y se encaminó rápidamente hacía el baño, donde la dejó sobre un pequeño taburete antes de preparar la tina con burbujas y su usual agua caliente.

—Hoy irás conmigo al trabajo bebé. ¿No te emociona la idea?

A decir verdad no, no lo hacía, las veces anteriores que iba a su oficina cuando sus clases habían terminado solía recibir miradas... un tanto extrañas, nunca le gustaron, pero no podía decir nada, Maximus podría molestarse con ella como lo hacía Dalton cuando le decía que algo no le gustaba.

—¿No puedo quedarme?, Basil me dijo que hoy le enseñaríamos unos trucos a Apolo, como dar la pata y sentado.

—No cariño, no puedes quedarte esta vez, y supongo que mañana podrían enseñarle esos magníficos trucos a Apolo.

El pelinegro se aseguró que el agua se encontrara a una buena temperatura antes de acercarse a Alina, con manos rápidas le hizo un chongo en lo alto de su cabeza y se apresuró en quitarle la ropa para meterla a la tina.

—No sé porque Miranda dice que carezco del talento y la delicadeza para peinar a una señorita, si mira que mona te vez ahora cariño.

Por la sonrisa inmensa que Max tenía en el rostro estaba segura de que él en verdad creía sus palabras, pero muchas veces se había visto ya en el espejo cuando él la había peinado, y la mejor palabra que usaría para describirse sería... espantapájaros. Lucía francamente como uno de esos muñecos desgreñados que se ponen a mitad de los campos.

El baño paso rápido entre una suave melodía que salía de los labios del pelinegro, al parecer hoy era un magnifico día por una razón que ella desconocía. Era mitad de semana y no veía lo extraordinario que pudiera suceder hoy, además de que tampoco le importaba realmente.

—Listo, vamos a cambiarte cariño.

Con delicadeza secó su cuerpo y la envolvió para cargarla y llevarla al cambiador, y para sorpresa de la castaña cerca de él se encontraba una ropa de lo más elegante, un conjunto que en su vida pensó usar.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora