Lo primero que pensó Alina en cuanto abrió los ojos fue que había ido al cielo, todo era tan blanco y luminoso, además de fresco, pero rápidamente el olor a desinfectante y cloro típico de los hospitales la hizo darse cuenta de su error.Del desasosiego paso al terror, ¿por qué estaba en un hospital?, ella... ella estaba... ¡no podía recordar donde estaba antes de encontrarse en ese lugar! La maquina a su lado comenzó a sonar estridentemente haciendo que volteara a verla, ese ruido, odiaba ese ruido.
Sin pensarlo buscó entre sus dedos el que tuviera un aparatito conectado a él y sin más lo desconecto, pero el ruido para su asombró no ceso, tan solo cambio el sonido. Ahora era un constante y agudo pitido.
Asustada observó todo a su alrededor, la habitación era amplia así como la cama en la cual se encontraba recostada, había un gran ventanal en una de las paredes que daba vista a más edificios, una puerta de madera al fondo, una televisión pequeña plana frente a la cama, y un gran sillón a un costado. Ese no era un hospital común.
No tuvo más tiempo de poder pensar acerca del lujoso lugar en el que se encontraba ya que la puerta fue abierta con gran estrépito, haciéndola soltar un chillido aterrada. Por unos segundos estuvo segura que sería Dalton quien entraría gritando que era una tonta por haber ido a un hospital, pero en su lugar se encontraba un doctor.
—Me has dado un tremendo susto pequeña revoltosa.
El hombre frente a ella era alto, con un rostro libre de barba y unos profundos ojos cafés claros, enmarcados por unas espesas cejas, y una nariz recta. Su cabello era castaño y llevaba una sonrisa pintada en los labios.
—En dónde... en dónde me encuentro.
—Estas en el Medical Center de Point Grey.
Alina se quedó sin habla, nunca había ido a esa parte de la ciudad, estaba demasiado lejos de casa, ¡demasiado lejos de todo de hecho!, ¿y ahora que haría, cómo pagaría ese sitio?, ¿cómo podría explicarles que ella no tenía dinero y que no sabía quién la había llevado ahí?
Desesperada y asustada por no saber que hacer vio todo a su alrededor, vio extrañas bolsitas al lado de su cama, las cuales se encontraban conectadas a su antebrazo, sin medir las consecuencias se arrancó la intravenosa de su brazo entre una mueca de dolor y un grito por parte del doctor.
—¡Ey, ey, no hagas eso Alina, puedes lastimarte!
—¿Cómo sabe mi nombre?
El encontrarse en ese lugar ya era malo de por sí, pero el que esa persona supiera su nombre era aún peor, la última vez que estuvo en un hospital y ella dio su nombre una asistenta social había llegado y lo que vivió después fue un completo infierno, no quería volver a pasar por ello nuevamente.
Unos golpes en la puerta asustaron a la pequeña castaña, el médico del cual aún no sabía su nombre se acercó rápidamente a abrir, y para horror de Alina del otro lado se encontraba Samantha, la misma agente del servicio social que la había atendido hace mucho.
—Buenas tardes, mi nombre es Samantha Prescott, soy asistente social, ¿podría hablar con Alina a solas por favor?
—Buenas tardes, yo soy el doctor Caleb Belmont. Y le pediré por favor que solo sean unos minutos, la paciente acaba de despertar y me temo que se encuentra algo alterada lo cual solo dificulta su recuperación, y aún debemos realizarle algunos exámenes para comprobar enteramente su salud.
—Por supuesto doctor, lo entiendo.
Alina deseaba poder salir corriendo de ese lugar, se encontraba entre dos extraños y se sentía más sola y vulnerable que nunca, y odiaba ese sentimiento, no sabía como lidiar con él, al menos el dolor y el enojo ya eran una constante en su vida a la que se había acostumbrado, y eran sentimientos que sabía manejar. Pero no el miedo, o al menos no este miedo.
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Mi pequeña princesa
RandomUn hombre que lo tiene todo en la vida, viajes, mujeres y una cuenta corriente de miles de millones de dólares, pero siente que algo le falta, algo que el dinero no puede comprar realmente. Ella, una niña que ha tenido que convertirse en adulta dem...