Capítulo 3

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El camino a casa había sido tranquilo, la pequeña castaña había llegado sin cruzarse ninguna pandilla lo cual en verdad agradecía, no es como si alguna vez le hubieran hecho algo en realidad, pero la ponían nerviosa pasar cerca de todos esos chicos tatuados y con pintas de malhechores.

Tan pronto sus pies llegaron a la acera frontal de su casa todo su pequeño cuerpo comenzó a temblar de forma casi imperceptible. La luz de la sala se encontraba encendida, lo cual solo significaba que su padre se encontraba tomando... o con alguna de sus amiguitas, no sabía cual de las dos opciones era mejor.

En silencio extrajo la llave de la puerta, y en el mayor de los sigilos trató de abrir la misma, sin embargo, esta le jugó en contra al emitir su característico rechinido. Lamentando de que su padre no la hubiera arreglado aún, pero va, que tonta, él no lo haría, tendría que ver ella misma que podía hacer por solucionarlo.

Con cuidado cerró con llave la puerta y al girar un grito se quedó atorado en su garganta, había dos mujeres casi desnudas en la sala de su casa, con miradas perdidas, y varios moretones raros en sus brazos.

Alina deseo salir corriendo a esconderse bajo las sabanas de su cama, en la seguridad de su cuarto, pero no tuvo tiempo, su padre cruzó la cocina como un rayo y la miró furioso, como si ella hubiera llegado para arruinar lo que fuera que estuviera haciendo.

—¡¿Dónde se supone que estabas pequeño engendró?! ¡Te estuve esperando toda la tarde!

Un tanto de la saliva del hombre había logrado salpicarle la cara, pero se quedó quieta, por el aliento rancio y fétido de su padre podía adivinar que ya llevaba algunos tragos encimas, por lo que lo mejor sería no molestarlo de más.

—Yo... estaba buscando trabajo. El pago de la luz y el agua se acerca y necesito dinero, por eso... me tarde en regresar a casa papá.

No tuvo tiempo de pensar en otra cosa más que en su gran estupidez antes de sentir un insoportable dolor en su costado izquierdo. Había salido volando por el golpe de su padre y había chocado contra la mesilla del recibidor, de milagro ésta no se había hecho añicos.

Tonta, tonta, tonta. "Tú sabes que él odia que le llames papá cuando se encuentre en ese estado, y aún así lo has hecho" pensó Alina con terror.

—Parece que tendré que usar otros métodos para que aprendas de una vez por todas a no decirme así pequeño pedazo de mierda.

La castaña tembló asustada al ver como el corpulento hombre se acercaba a ella, quitándose en el proceso el raído cinturón de su pantalón.

—No, por favor no... no lo volveré a decir, lo prometo, yo... lo siento mucho.

Pero ninguna de sus lastimosas palabras ni las lágrimas en sus ojos sirvieron para que el hombre se apiadará de ella. El primer golpe llegó de lleno e impactó en sus desnudas piernas haciéndola retorcerse de dolor, escocía, en verdad lo hacía.

—No puedo confiar en que tu sucia boca no volverá a llamarme así. Tienes que aprender una lección, y si es por las malas, pues por las malas será.

Los gritos de la chiquilla no dejaron de oírse en todo momento, y sin embargo, ninguna de las dos mujeres presentes y a escasos metros de ella hizo nada, tan solo contemplaban la escalofriante escena idas.

—¡Por favor, me duele mucho, por favor!

El último impacto de la correa del cinturón llegó a su tierno trasero haciéndola chillar más fuerte, y con lágrimas en los ojos y la garganta adolorida de tanto gritar contempló como su padre, o Dalton para el caso, simplemente dejaba caer el cinturón y se encaminaba hacía las mujeres en poca ropa.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora