Epílogo

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Hace algunos meses creyó que su vida había terminado.

Había creído que nunca más volvería a ver a su familia, y lo que ella sintió como pocos días en verdad habían sido dos largas semanas lejos de su padre, abuelo y seres queridos.

Paso con poca alegría su cumpleaños, se vio opacado por los recuerdos aún demasiado recientes de su secuestro, pero ya vendrían más de ellos, y podría disfrutarlos enteramente, ese era el pensamiento que mas la consolaba.

Por unos segundos, los más atroces de su vida, creyó que su padre había muerto frente a sus ojos, eso era algo que aún no podía superar, aunque no estaba dispuesta a hablar de ello con nadie.

Cada vez que cerraba los ojos temía que alguien pudiera robárselo, llevárselo para siempre de su lado, y eso solía ocasionarle ataques de pánico, además de que las pesadillas tampoco le habían dado mucha tregua en verdad, anhelaba el día en que dejase de ver al monstruo en sus sueños.

Se contempló una vez más en el espejo frente a sí, y a pesar de que se ve a sí misma, sabía que ya no lo era, ya no era la Alina que fue a principios de años, ya no era más esa niña dulce e inocente que mendigaba amor de quien pudiera darle, sabía que algo en ella se había oscurecido, y vivía con el temor de que ante ese cambió su padre dejará de amarla.

—Ya te he dicho que te ves preciosa mi ratoncita, ¿acaso no te gusta tu vestido?

¿Su vestido? Esa pregunta la sacó de sus cavilaciones y la hizo ver con verdadera atención la imagen frente a sí misma.

Llevaba un vestido verde esmeralda de manga larga, ceñido a su cintura, con un amplio volado en la parte inferior del mismo, a juego con un par de mallas blancas con rayas rojas y verdes, y un par de botines negro de piso.

—No está mal... –una sonrisa traviesa de su padre le hizo ver que había más, y sí, aún faltaba algo, su pequeño y pomposo gorro.

—Tengo al elfo más hermoso de la aldea a mi lado está noche.

Ella lo contempló con un tierno puchero en los labios, mientras que ella llevaba ese vestido algo infantil, su padre iba de un glamoroso traje color borgoña, el cual solo resaltaba su brillante pelo negro y sus abrazadores ojos oscuros.

—Y yo tengo al secretario de Santa Claus como el mejor papá.

No pudo evitar pincharlo con eso, y una sonrisa extensa se posó en sus labios al ver cómo el ceño de su padre se fruncía levemente.

—Así que secretario de Santa, bueno, ya veremos si le comunicó a su eminencia lo que deseas para esta navidad.

Ante ese hecho los ojos de la pequeña castaña brillaron, y la chispa infantil que la había caracterizado volvió a ella. Sabía que ya era algo mayor para seguir creyendo en Santa Claus, pero era lo último de magia que quedaba en su vida, y deseaba seguir aferrándose a ella por un poco más de tiempo.

—¿Crees que él venga papi?

Su padre se agachó hasta estar a su altura y suavemente tomó su mentón entre una de sus fuertes manos.

—Siempre te encontrara mi ratoncita, eso nunca lo dudes, has sido de las mejores niñas en su lista.

—Umm, eso espero.

Antes de que cualquier pensamiento turbio pudiera asechar su mente el pelinegro dejó un casto beso sobre la punta de su nariz y, Alina no pudo retener el impulsó de lanzarse a sus brazos y abrazarlo tan fuerte como fue capaz.

A lo largo de estos meses había necesitado sentir constantemente a su padre, ya fuera que buscara su mano o se acurrucara en su regazo, todo ello para darse cuenta que era real, que en verdad había vuelto a casa, y que su padre estaba vivo.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora