Capítulo 22

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No sabía quien pudiera ser esa persona, pero sus ojos eran profundos, serios, fríos, pero sobre todo reveladores, eran como un mar embravecido.

Alina peleó por soltarse, pero solo consiguió que el agarre sobre su hombro se deslizara cayendo sobre su brazo, atenazando su extremidad, evitando su escape.

—¿Quién es usted?, ¡suélteme! – la castaña se revolvió con más fuerza deseando escapar del examen visual al cual había sido sometida.

Un movimiento a sus costado llamó la atención, hombres de negro, iguales a los que traía Maximus consigo, como Bastian y Basil, ¿guardaspaldas, quién era ese hombre?

—Si no me suelta comenzaré a gritar... –su voz casi había salido con un tono valiente, si no se hubiera cortado al final hubiera sido más que perfecto.

—¿Enserio lo harás, Alina? –él sabía su nombre, ¿cómo demonios podía saber su nombre?

—¿Cómo... cómo sabe mi nombre...?

—Vamos, estamos llamando la atención, y eso es algo que no me gusta hacer.

No pudo decir nada cuando ambos hombres la flaquearon, los hombres de negro, así les decía ella, porque siempre usaban pesados sacos y ropa negra. El hombre que la había retenido iba al frente, y abrió para ella la puerta trasera de una camioneta.

—Espere... no... ¡yo no voy a ir a ningún lado con usted!

Antes de que Alina pudiera seguir protestando uno de los trajeados la tomó en brazos y la metió cuidadosamente al interior del coche, detrás de ella la siguió el hombre de ojos embravecidos.

Los seguros se activaron enseguida tan pronto ambos hombres restantes estuvieron sentados en la parte delantera del coche, y el silencio total se hizo. Tenía miedo, para qué iba a negarlo, su cuerpo entero estaba temblando, y estaba segura que de no haber recibido su inyección los pasados días seguramente para ese momento estaría teniendo un ataque.

La castaña solo podía contemplar con temor como las calles iban pasando, así como los minutos, las personas no le dedicaban una segunda mirada a la camioneta, ignorantes de que dentro iba alguien contra su voluntad, ¿a dónde la estarían llevando, qué le harían?

Comenzó a retorcer sus dedos, y a morder suavemente sus labios, pero sentía una opresión en el pecho, un vacío en el estómago, era el miedo que no la dejaba pensar.

—Ahora comprendo muchas cosas Alina... sobre todo el arrasador deseo de Maximus de protegerte.

Lo sabía, ese hombre de alguna forma sabía su pasado, pero cómo... Maximus lo había conseguido porque la había investigado, además que seguramente no sería difícil encontrar información acerca de ella, pero... dudaba mucho que ciertas cosas que sucedieron en el pasado lo fueran.

—¿Quién es usted? –su voz fue poco más que un susurro, pero en ese momento se sintió orgullosa de al menos haber podido formular la pregunta.

—Soy el padre de Maximus, Alina.

El cuerpo de la dulce castaño se quedó congelado, como si esas simples palabras fueran la clave para que sus células fueran capaces de recordar, de rememorar... él... esa voz, había sido la misma voz de la llamada en la casa de la villa.

—Usted... –por la forma en que la boca del hombre se contrajo Alina estuvo segura que entendió lo que quiso decir.

¿Padre de Maximus, pero...?, la castaña vio sin pudor alguno al hombre, lo contempló por largos segundos evaluándolo. Era alguien alto sin duda, tal vez un poco más bajo que Max, y corpulento, tenía buen cuerpo para su edad, además de un cabello entrecano, pero de fuertes raíces y abundante, y unos penetrantes ojos como el mar revuelto.

Mi pequeña princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora