Verano

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Las vacaciones pasaron rápido, pero en el transcurso de ellas intercambié varias cartas con Eric y Maia y unas pocas con Tom. Faltaban dos semanas para que tuviéramos que regresar a Hogwarts cuando mi padre lo llevó a casa. Tan pronto llegaron, mi madre y yo salimos a recibirlos.

—Hola —lo saludé. Aunque no había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos habíamos visto, estaba un poco más alto y me parecía que había cambiado un poco. Llevaba puesto el suéter que le regalé el día de su cumpleaños y le quedaba muy bien.

—Hola —me dijo y sonrió.

Luego se acercó a mi madre e iba estrecharle la mano, pero ella lo envolvió en un inesperado abrazo.

—Hola, Tom.

—Qué gusto saludarla, señora Perwinkle —dijo él.

Cuando entró a la casa, se quedó mirando para todas partes, reparando en los retratos de la pared, la chimenea, los sillones y las escaleras de madera. Mi abuela estaba en el segundo piso, en ese momento bajó y se quedó mirándolo con curiosidad.

—Abuela, te presento a Tom, un amigo de la escuela —los presenté.

Ella sonrió.

—Gusto en conocerte, querido —dijo.

—El gusto es mío, señora.

Él le estrechó la mano y esbozó una sonrisa encantadora. Mientras estaba la cena, Tom y yo nos sentamos en uno de los sillones de la sala.

—Tu casa es muy bonita —dijo mientras pasaba la mirada de un lugar a otro.

—Gracias, espero que te sientas cómodo aquí —le dije.

Él tomó un álbum de fotos que había en una mesa junto a la chimenea y se puso a hojearlo con mucha atención.

—Ya está la cena —anunció mi madre después de un rato.

Nos dirigimos al comedor y ayudamos a pasar los platos a la mesa.

—¿Te gusta el pollo, cariño? —le preguntó mi abuela a Tom antes de que comenzáramos a comer.

—Sí, señora —respondió él.

—Hayle nos ha hablado mucho de ti —dijo mi madre mientras se servía cerveza de mantequilla.

—Nos dijo que eres un buen mago, y no lo dudo —intervino mi padre mientras cortaba el pollo.

—Ella también me ha hablado mucho de ustedes —dijo Tom, mirándolos por turnos—. Me dijo que son aurores.

—Es verdad —dijo mi padre.

—¿Cómo ha estado su trabajo? —preguntó Tom.

Parecía interesado en el trabajo de mis padres, lo que dio inicio a una larga conversación acerca de ese tema. Cuando terminamos de cenar, reinaba un ambiente cálido y agradable, mis padres y mi abuela parecían cada vez más encantados con él. Mientras mi madre ponía los platos a lavar con magia, mi abuela fue a buscar sus agujas e hilos para tejer, se sentó en la sala y nosotros nos sentamos frente a ella. Poco después, mi madre me llamó para que fuéramos a arreglar la habitación donde se quedaría Tom. Subimos las escaleras y entramos en mi habitación, yo dormiría con mi abuela mientras él estuviera en casa.

—Tu amigo es tan encantador —comentó mi madre mientras buscaba unas sábanas limpias.

—Sí, es verdad.

Organicé la habitación lo mejor que pude y le ayudé a mi madre a tender la cama, cuando todo estuvo en orden, bajamos y lo encontramos charlando animadamente con mi abuela mientras mi padre hablaba por la chimenea con uno de sus compañeros de trabajo.

—Y como crecí con muggles, no tenía idea de que se podía hablar así —decía, señalando la chimenea.

—Con magia puedes hacer muchas cosas, querido —le decía mi abuela— o mira lo que yo hago —señaló las aguas que tejían solas en uno de los sillones.

—Es verdad, creo entonces que este suéter lo hizo usted.

—Claro que sí, Hayle me pidió el favor de hacerlo para regalártelo.

Él me miró con una sonrisa. Mi padre terminó su conversación y su interlocutor desapareció de entre las llamas.

—¿Pasó algo? —preguntó mi madre, algo preocupada.

—Es Duncan, está en San Mungo —explicó él, preocupado.

—¿Qué le ocurrió?

—Alguien lo atacó, aunque no se sabe quién. Le echaron una maldición de lo más extraña, pero está fuera de peligro.

Mi madre parecía bastante preocupada,  mi padre se acercó a ella y la rodeó con un brazo.

—Ya te arreglamos la habitación —le dije a Tom.

—Gracias —me dijo él.

Poco después subimos a acostarnos.

—Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en decirlo —dijo mi madre.

—Gracias, señora Perwinkle, es muy amable —dijo él con una sonrisa.

—Que descanses —se despidió mi padre, luego ambos salieron de la habitación hablando de su compañero de trabajo.

—Es peligroso, ¿no? —me preguntó Tom mientras se sentaba en la cama.

—¿Qué?

—Su trabajo.

Me senté junto a él.

—Sí, bastante. He crecido con el miedo de que algún día no regresen, la vida de un auror no es muy larga en la mayoría de los casos.

—Tenías razón cuando dijiste que eran agradables. Gracias por como me están tratando.

—No tienes nada que agradecer, siempre serás bienvenido en esta casa.

—Espero no estar causando muchas molestias.

—Para nada, creo que a todos nos alegra que estés aquí.

—Me estoy sintiendo muy bien con ustedes.

Iba a responder, pero la voz de mi abuela me interrumpió.

—Si quieres puedes venir en navidad, querido —dijo—, nos has caído de maravilla.

Él sonrió, como si le hubieran dado una buena noticia.

—Muchas gracias, señora.

—Vamos a descansar, Hayle. Que tengas buena noche, Tom.

Ella se alejó por el pasillo hacia su habitación.

—Espero que estés cómodo.

—Creo que no podría estar mejor.

Le sonreí y me acerqué para darle un beso en la mejilla.

—Descansa, Tom.

Salí de la habitación y cerré la puerta. Era agradable tenerlo cerca de nuevo y todavía más, saber lo mucho que les agradaba a mis padres y mi abuela.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora