El duelo

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Para cuando regresamos a clases, ya no hacía tanto frío. Los profesores hablaban de comenzar a darnos clases de duelo, cosa que me causaba una gran emoción. Había leído mucho sobre hechizos defensivos y maldiciones más comúnmente usadas en ese caso, pero quería ponerlo en práctica. Un día reunieron a todos los de tercer año en el gran comedor, que se veía muy extraño sin las cuatro mesas de las casas. Casi todos los profesores estaban allí presentes. Nos dieron una larga charla y demostración de los hechizos que debíamos usar. Luego, consideraron que era momento de practicar.

—Vamos a elegir a dos estudiantes para que lo intenten primero —dijo Slughorn—. Riddle.

Tom se alejó del grupo de alumnos de Slytherin con los que estaba casi siempre y se acercó al profesor, que le sonrió amablemente.

—Señoria Perwinkle —me llamó Dumbledore.

En seguida me puse nerviosa, aunque no sabía muy bien por qué. No sabía qué tan bueno era Tom en un duelo, aunque todos hablaban de que era un excelente estudiante y yo sabía que era un gran mago. Respiré profundo y caminé hacia él con pasó seguro. Me dedicó una mirada desafiante que le devolví. Nos alejamos unos pasos, sacamos las varitas y esperamos sin dejar de mirarnos a los ojos.

—Cuando diga tres —dijo Dumbledore—. Uno, dos... tres.

¡Serpensortia! —gritó Tom. No esperaba que iniciara con ese en específico. Cuando vi a la serpiente, recordé entonces que él podía hablar con ellas, y eso podía ser algo realmente malo.

¡Incendio! —dije, y una pequeña cortina de fuego nos separó. Apunté a la serpiente, que se me acercaba reptando— ¡Evanesco!

—¡Aguamenti! —dijo él, y apagó las llamas.

¡Desmaius! —dije, sin darle tiempo para lanzarme algún hechizo. Él se apartó justo a tiempo.

¡Petrificus totalus!

Me hice a un lado y pensé en algo más para lanzarle

¡Mimblewimble! —exclamé. Tampoco le di.

¡Densaungeo!

Me agaché, el hechizo pasó rozando mi cabeza. Tenía que hacer algo más.

¡Expelliarmus! —grité.

El hechizo de desarme funcionó, la varita de Tom salió volando y tanto los profesores como mis compañeros comenzaron a aplaudir. Tom recuperó su varita y se me acercó, con una inusitada sonrisa.

—Lo hiciste bien —me dijo en voz baja— deberíamos batirnos en duelo más seguido.

Lo miré y le sonreí.

—Cuando quieras —dije.

Mi primer duelo había salido bien. Estaba decidida a seguir practicando, pues a medida que pasaba el tiempo, me sentía más segura de que lo mejor para mí era seguir los pasos de mis padres y convertirme en auror. Para serlo necesitaba ser muy buena en duelo, así como en transformaciones y pociones, pues exigían muy buenas notas en todo eso.

Después de largo rato en el que todos practicamos varias veces, algunos con desastrosos resultados, salimos del gran comedor. Cuando iba cruzando las puertas, Tom pasó a mi lado y puso un pequeño trozo de pergamino en mi mano. Al llegar a mi sala común lo desdoblé y lo leí.

Nos vemos a las 10. Fuera de tu sala común.

Al leerlo supe que tendríamos un duelo, y eso me parecía una idea maravillosa. Gasté el tiempo que me quedaba antes de nuestro encuentro en hacer los trabajos que ya nos habían dejado. Poco antes de las diez, me despedí de mis amigos y salí.

Tom estaba sentado en las escaleras, al verme llegar se puso en pie y yo le sonreí. Intercambiamos una mirada y me sorprendió comprobar que entendí cómo me decía sin palabras, que teníamos que hacernos el encantamiento desilusionador. Por primera vez tuve consciencia de ese mutuo entendimiento entre nosotros. Lo seguí hasta que nos detuvimos frente al tapiz de Barnabás el chiflado.

—Este es un lugar que descubrí hace un tiempo. La sala se convierte en lo que necesitas —me explicó en voz baja— cierra los ojos y lo verás.

Cerré mis ojos y esperé hasta que me dijo que los abriera. Una puerta había aparecido justo frente a nosotros, Tom la abrió y nos encontramos en una sala bastante grande. Estaba muy bien iluminada, pero vacía.

—¿Nadie nos encontrará aquí? —pregunté recorriendo el lugar con la mirada.

—No, puedes estar segura de eso —me respondió.

Cuando se retiró un mechón de cabello de la frente, reparé en que hacía eso bastante a menudo. Luego buscó su varita y yo saqué la mía también.

—Te advierto que no vayas a usar el serpensortia —dije. Él sonrió.

—¿Por qué no? Me gustan mucho las serpientes.

—Y puedes hablar con ellas, seguro haces aparecer una y le dices que me mate —lo dije en tono divertido, pero él se puso serio de repente.

—No haría eso. O bueno... no contigo, con otras personas sí que lo haría.

Lo miré a los ojos y supe que cuando hablaba de otras personas, se refería a Crescence. Preferí no decirle nada sobre eso, me alejé unos pasos y traté de pensar en algún hechizo para comenzar.

—¿Lista? —preguntó.

—Siempre —le dije.

—Ahora.

Un segundo después, yo estaba lanzándome hacia un costado y él caía hacia atrás. Se levantó y se sacudió la túnica mientras yo pensaba con qué más podría atacarlo.

¡Levicorpus! —dije de repente, y lo alcancé. Segundos después, se estaba elevando del suelo, no lo dejé mucho tiempo, cayó con un ruido seco.

—No esperaba eso —admitió mientras tomaba la mano que le ofrecí y se levantaba.

—Fue lo primero que se me ocurrió —me encogí de hombros.

Volvimos a tomar distancia, listos para continuar con el duelo.

¡Stupefy! —exclamó.

Me dejé caer, de manera que no me alcanzó, pero me golpeé bastante fuerte.

—Tienes buenos reflejos —me dijo.

—Las ventajas de jugar quidditch —dije mientras me ponía en pie.

Pasamos un largo rato lanzándonos hechizos y esquivándolos de manera poco elegante. Ya imaginaba que a la mañana siguiente estaríamos cubiertos de moretones, pero habíamos practicado mucho. Tom era realmente bueno, no me cabía duda de que, si a sus catorce años era un mago poderoso, cuando fuera un adulto, nadie podría con él.

Salimos de la misteriosa sala y nos dispusimos a regresar a nuestros dormitorios.

—Buenas noches, Hayleia —se despidió.

—Descansa, Tom —dije, y sin saber por qué, me acerqué y le di un beso en la mejilla.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora