Las cartas que no recibí

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El verano transcurrió tranquilo, Maia y Eric estuvieron unos días en mi casa y Tom llegó con mi padre casi un mes antes de que fuera hora de regresar a Hogwarts. Habíamos intercambiado algunas cartas, pero en ninguna habíamos definido la fecha en la que llegaría, por lo que pensé que seguramente se escribía con mi padre con mucha más regularidad. Mi familia se había encariñado con él, cuando les conté sobre nuestra pequeña discusión, se preocuparon porque no hubiéramos arreglado las cosas.

Esa tarde, mis padres habían ido al callejón Diagon a comprar las cosas del colegio, por lo que Tom y yo nos habíamos quedado con mi abuela. Ella estaba hojeando un libro de recetas y hablando consigo misma en voz alta.

—Chicos, deberían ayudarme a preparar algo —dijo de repente, dejando el libro abierto sobre la mesa de la cocina.

Tom y yo intercambiamos una mirada y nos escogimos de hombros. Poco después, los ingredientes volaban por la cocina y cada poco tiempo teníamos que agacharnos para que no nos golpearan la cabeza. Mientras tomaba un huevo que flotaba peligrosamente cerca de mí, me fijé en que Tom tenía harina en el cabello. Dejé en huevo junto al tazón donde mezclaríamos los ingredientes y con todo el cuidado del mundo, le quité la harina, dándome cuenta de lo suave que era su cabello.

—¿Qué tenía? —me dijo.

—Harina, pero ya te la quité —respondí.

Él se acomodó el cabello de nuevo y siguió ayudándome a incorporar los ingredientes mientras mi abuela nos decía qué hacer desde la mesa. Para cuando llegaron mis padres, con una gran cantidad de paquetes, ya teníamos unas tartaletas recién hechas, que habían quedado aceptablemente bien. Nos entregaron nuestras cosas y se sentaron en la mesa.

—Además de las túnicas de Hayle, te compramos un par a ti, cariño —le dijo mi madre a Tom.

—Muchas gracias, señora Perwinkle —dijo él, con una encantadora sonrisa.

Subimos a mi habitación, que ocupaba él mientras se quedaba en casa y dejamos allí nuestras cosas. Mientras empacábamos nuestras cosas, un búho llegó y se posó en la ventana. Tan pronto lo vio, Tom cruzó la habitación casi corriendo y le quitó la carta del pico, luego la guardó entre sus cosas. Desde que había llegado a casa, recibía cartas cada pocos días, yo me preguntaba quién le escribía tan frecuentemente, pero no me atrevía a preguntarle, seguramente se trataba de algún amigo o de sus compañeros de casa. Me concentré en terminar de empacar mis cosas y no hacerle preguntas indiscretas.

Al día siguiente, después de subir al tren, murmuramos una corta despedida, él se fue con sus compañeros de Slytherin y yo ocupé un compartimiento con mis amigos. Me puse a jugar ajedrez mágico con Eric mientras Maia nos contaba que sus padres se iban a divorciar. Poco después, Crescence apareció en la puerta, abrió y me miró, sonriente.

—Hola —saludó.

—Hola —dijimos.

—¿Puedo comentarte algo, Hayleia? —parecía un poco nervioso.

—Claro que sí —Él me agradaba, desde que nos habíamos conocido era amable conmigo.

—¿Te molesta que te envíe cartas?

Fruncí el ceño, pues solo había recibido una carta suya a principios del verano.

—Por supuesto que no, ¿por qué lo dices?

—En las últimas semanas te estuve enviando cartas y nunca recibí una respuesta.

—La verdad es que no recibí tus cartas.

Iba a decirme algo más, pero uno de sus amigos apareció tras él y lo llamó.

—Nos vemos luego  —dijo, y se fue.

Yo me quedé pensando en qué podría haber pasado con las cartas, de repente recordé a Tom y su actitud cada vez que llegaba un búho. Decidí comentarlo con mis amigos, aunque me rehusaba a creer que él se hubiera atrevido a hacer algo como eso.

—Es probable que haya sido él —dijo Maia.

—¿Por qué haría algo como eso? —preguntó Eric mientras sacaba una rana de chocolate de la envoltura.

—Deberías hablar con él, aunque todo apunta a que sí fue cosa suya.

Yo solo asentí, pensativa. Tan pronto estuviéramos en Hogwarts, hablaría con él. Cuando entramos en el gran comedor, lo busqué en la mesa de Slytherin, estaba como de costumbre, rodeado por varios de sus compañeros, que lo escuchaban con atención. No sabía por qué, pero la ceremonia de selección y la cena parecieron durar siglos, estaba nerviosa, aunque sabía que no había razón para estarlo.

El momento llegó cuando íbamos saliendo del gran comedor, me despedí de mis amigos y lo alcancé.

—¿Podemos hablar un momento? —dije, tomándolo del brazo.

Él solo asintió, se disculpó y nos fuimos a un lugar aparte, donde no había nadie más.

—¿Qué ocurre? —me preguntó con impaciencia.

Respiré profundo y pensé que era mejor ir al grano.

—¿Estuviste tomando mi correspondencia durante todas estas semanas?

Él me miró a los ojos.

—Sí, lo hice —dijo con toda naturalidad. Su actitud me pareció tan cínica, que sentí cómo la rabia nacía en mi interior.

—¿Ni si quiera te molestas en negarlo? —pregunté incrédula.

Él soltó una seca carcajada.

—¿Para qué? No tenías nada de qué hablar con ese idiota.

Ya no podía controlar mi ira.

—Eso no lo decides tú. Yo hablo con quien me venga en gana, no tenías ningún derecho a meterte en mi vida de esa manera.

Él permanecía inexpresivo, pero me miraba con ojos brillantes. Rebuscó en los bolsillos y sacó varios papeles doblados, luego sacó su varita. Me pregunté qué demonios pensaba hacer, pero pronto lo supe. Dejó caer los papeles al suelo y les apuntó con la varita.

¡Incendio! —murmuró y pronto el montón de papeles ardió.

¡Aguamenti! —apagué el fuego con mi varita, pero había otro fuego que no podía apagar y era el de la rabia que ardía en mí. Sentía un nudo en la garganta y unos enormes deseos de llorar. No recordaba un momento de mi vida en el que me hubiera sentido más furiosa.

—Vete al infierno, Tom Riddle —espeté, luego me fui casi corriendo hacia la torre de Ravenclaw. Vaya manera de comenzar mi tercer año.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora