El boggart

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Pasaron los días y aunque extrañaba a Tom, seguía demasiado enojada con él como para hablarle. Recordar lo que había hecho me enfurecia de sobremanera y estaba decidida a no hablarle, intentaba ignorarlo en todo sentido, pero en el fondo me dolía hacerlo. Teníamos varias clases juntos y tenía que hacer un gran esfuerzo para no mirarlo. Una pequeña, pero incómoda sensación de que me faltaba algo se había hecho presente y yo solo podía reprenderme mentalmente por haberme acostumbrado a su presencia y por darle un lugar importante en mi vida.

Después de la cena, estaba haciendo una traducción para runas antiguas, me esforcé lo que más pude por terminarla, mientras mis amigos hacían también sus tareas en la misma mesa que yo. La sala común estaba silenciosa, como casi siempre, la recorrí una vez más con la mirada, observando sus decoraciones de color azul y bronce, las ventanas altas y el techo encantado, era el lugar más bonito de todo Hogwarts, a mi parecer.

—Ya sabemos en qué piensas —dijo Maia, sacándome de mis pensamientos. La miré y ella me sonrió. Entonces se me ocurrió una idea que podía hacerme sentir un poco menos mal.

—Creo que iré a dar un paseo —dije. Eric y Maia intercambiaron una mirada.

—¿No quieres que vayamos contigo? —preguntó él, dejando la pluma sobre la mesa.

—No se preocupen, no tardaré.

Revisé que mi varita estuviera en el bolsillo interior de mi túnica y salí de la sala común. Recorrí los pasillos, que estaban casi desiertos, pues casi eran las nueve y subí a la torre de astronomía. La vista desde allí era magnífica, observé las copas de los árboles del bosque prohibido y los terrenos del colegio que estaban bañados con la luz plateada de la luna llena. Me acosté en el suelo de piedra y observé el cielo, que siempre me había parecido lo más hermoso. Me sentía bien, pero en el fondo de mi ser, habitaba una tristeza extraña, de la que desconocía la causa.

No supe cuánto tiempo pasó, estuve allí sin ver nada más que el cielo y sin escuchar nada, hasta que sentí que alguien había llegado, sin haberlo visto, supe de quién se trataba y mi corazón comenzó a latir un poco más rápido. Me resistí a mirarlo por un buen rato, hasta que ya no pude seguir haciéndolo y giré un poco la cabeza. Estaba acostado en el suelo junto a mí, mis ojos se encontraron con los suyos, si él no hablaba primero, no le diría ni una sola palabra, estaba decidida.

—Hola —dijo en voz baja, pero segura.

—Hola —dije muy seria y traté de ignorar el impulso de tomarle la mano o tocarlo. Guardó silencio un buen rato y yo no hice ni el menor intento por decirle nada.

—Creo que debería decirte que lo siento... pero no lo siento en realidad...

—Con que no vuelvas a entrometerte de esa manera en mi vida privada es suficiente para mí —dije severamente.

—Bien, no volveré a entrometerme entre tú y ese Gryffindor imbécil.

Aunque sus ojos no revelaban nada, algo en mí no le creía del todo, y más tarde supe que hice bien en no confiar por entero en su palabra.

—Suficiente —dije. Él esbozó una pequeña sonrisa, yo aproveché, busqué su mano y la tomé. No parecía gustarle para nada el contacto físico, pero yo siempre hacía caso omiso de eso, finalmente nunca me decía nada— ¿Viniste por casualidad?

—En parte, aunque también sé que te gusta mirar las estrellas.

—Eso es verdad, aunque ahora está haciendo mucho frío.

Nos levantamos y regresamos al castillo. Ya era tarde, pues los pasillos estaban desiertos y en un silencio sepulcral. De repente, escuchamos pasos y voces que se acercaban. Hubiera sido bueno habernos hecho un encantamiento desilusionador, pero ya no había tiempo ni de sacar las varitas, por lo que pensé rápido y abrí la primera puerta que vi. Empujé a Tom dentro, él soltó una pequeña queja.

—Cállate y entra ahí —le dije en un susurro, luego entré y cerré la puerta.

Dumbledore y Slughorn pasaron tan cerca que se escuchaba perfectamente su conversación.

—Esto está oscuro como boca de lobo —comentó Tom en un susurro.

Busqué dentro de mi túnica hasta que encontré mi varita, iba a encenderla, pero el lugar se llenó de un resplandor plateado. Traté de escuchar algo, pero al parecer no había nadie cerca. Abrí la puerta con cautela y observé el pasillo vacío y silencioso. Salí y Tom me siguió. Iba a cerrar la puerta, pero algo redondo y plateado salió del armario. Me pregunté qué demonios sería eso, pero cuando lo vi acercarse un poco a Tom y cambiar de forma, supe que era un boggart. Se transformó en su cadáver, con el rostro lleno de sangre y al parecer, una enorme cantidad de heridas. Nunca lo había visto asustado, pero en ese momento, lo estaba realmente. Estaba pálido y podía ver que las manos le temblaban ligeramente. Recordé cómo deshacerme del boggart, pero ni siquiera cuando dejó de verlo, Tom se calmó. Me acerqué a él y lo tomé de la mano, estaba frío y sudaba, no me gustaba verlo así, tenía que hacer algo para que volviera a verse tan impertérrito como siempre. Lo único que se me ocurrió fue abrazarlo, ni siquiera se resistió.

—No era más que un boggart, no te preocupes —le dije en un susurro.

—No le digas a nadie sobre esto, no quiero que sepan que le temo a eso.

—No le diré ni una palabra a nadie, ya deberías saber que se me da bien guardar secretos.

Me aparté de él, ya se veía mucho más calmado, pero podía notar en sus ojos un pequeño rastro de miedo.

—¿No le temes a eso? —preguntó con voz inusitadamente suave.

—No, o al menos no a mi muerte, diría que es más a la muerte de las personas que me importan. Desde que era niña he estado familiarizada con esa idea, sé que todos vamos a morir en algún momento, así que no me afecta tanto. Además hay cosas peores que la muerte, y esas nos pueden suceder en vida. Pero está bien si a ti sí, todos le tenemos miedo a algo diferente y eso no nos hace débiles.

Le di un pequeño apretón a su mano y me fijé en que ya estaba calmado por completo. Se apartó el cabello de la cara  y resopló.

—Será mejor que vayamos a descansar —sugerí.

—Buenas noches, Hayleia.

—Buenas noches, Tom.

Mientras regresaba a la torre de Ravenclaw, recordé la forma que había tomado el boggart y sentí un escalofrío. Esperaba nunca ver algo así en la realidad, Tom era alguien importante para mí. Cuando estábamos en mi casa, sentía como si siempre hubiera existido un espacio vacío en mi familia, y él encajaba muy bien con nosotros. Aunque no lo hubiera aceptado del todo, ese chico de cabello oscuro y bellos ojos cafés, ocupaba un lugar muy especial en mi vida.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora