Epílogo

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El sol brillaba radiante sobre un cielo despejado, pero mi estado de ánimo era muy sombrío. Mientras observaba el mármol blanco de la lápida recién puesta sobre la tumba de mi abuela, sentía aún más su ausencia definitiva. Leí el nombre a través de las lágrimas que empañaban mis ojos.

Theresa Perwinkle.

Me dolía el alma. Mis padres estaban a mi lado y también lloraban en silencio. Tom sostenía mi mano con fuerza y no había pronunciado ni una sola palabra en casi todo el día. Me preguntaba cómo se sentía él en esos momentos, tal vez ya estaba cansado de vernos llorar, pues eso era prácticamente todo lo que habíamos hecho en esos días. Lo vi buscar en sus bolsillos hasta que encontró su varita, la tomó e hizo aparecer un ramo de flores. Soltó mi mano y lo dejó sobre la tumba. Pasamos un rato más allí, en silencio, luego salimos del cementerio y nos aparecimos en casa. Me costaba tanto hacerme a la idea de que mi abuela ya no estaba allí, que trataba de no pasar mucho tiempo en la cocina o en la habitación que era de ella.

—¿Puedes venir un momento conmigo? —preguntó Tom. Yo asentí y salimos de la casa—. Dame tu mano.

Me tomó de la mano y nos desaparecimos. Cuando abrí los ojos, estábamos en un lugar desconocido para mí. Había un lago muy grande y a lo lejos se veían algunas montañas.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.

—Tenemos que hablar —me respondió.

Nos sentamos sobre la hierba a la orilla del lago. Parecía costarle demasiado lo que iba a decirme, así que le di un pequeño apretón a su mano y puse mi mejor sonrisa. Entonces caí en cuenta de que hacía muchos días que no sonreía. Él me miró a los ojos y respiró profundamente.

—No tengo idea de cómo voy a decir esto, pero es necesario que lo haga —dijo. Buscó en sus bolsillos y sacó un anillo dorado, con una esmeralda en el centro—. Tu abuela me lo dio, la misma noche que desapareciste. Ella... parecía saber que iba a morir. Me dijo que te lo entregara, que era para ti.

Tomó mi mano y puso el anillo en mi dedo. Se quitó un mechón de cabello oscuro que le caía sobre la frente y me miró. Pude ver en sus ojos que tenía mucho que decirme, pero no sabía cómo. Me acerqué a él y le di un beso suave y largo, hacía muchos días que no lo besaba y cuánta falta me hacía eso.

—Habla, ya me estás asustando —dije y sonreí. Él también sonrió.

—Yo nunca había sabido lo que era la amistad, o tener el cariño de alguien, hasta que te conocí. Sin saber quién era yo, me ofreciste tu amistad, te interesaste en mí, incluso me enviaste un regalo de cumpleaños, aunque no tuviéramos tanta confianza. Después me llevaste a tu casa, me diste un lugar en tu familia y pude saber lo que se sentía tener un hogar, y que haya personas que te quieren y se preocupan por que estés bien. Tú has visto quién soy, sabes de qué soy capaz, pero eso no te detuvo y me mostraste cómo es el amor, me enseñaste a amar, a pesar de que yo no tenía ni idea de cómo se sentía eso. Una vez dijiste que cuando amas a alguien no lo quieres perder, y yo supe que te amaba, cuando desapareciste y me di cuenta de que haría lo que fuera por recuperarte. No sé qué nos esperará, pero estoy seguro de que todo lo que has cambiado en mí y todo lo que me has enseñado, seguirán conmigo. Cuando no has conocido el amor, ves el mundo distinto y no entiendes muchas cosas, pero ahora eso ha cambiado, gracias a ti.

Sus palabras me hicieron sonreír, aunque al mismo tiempo quería llorar.

—Yo tampoco sé qué será lo que nos espera —dije—. Pero de algo sí estoy segura, y es de que te he amado y te amaré como a nadie.

Levanté mi mano y le acaricié la mejilla. Durante todos esos días no había sentido más que dolor, pero en ese momento sentía una alegría inmensa. Muchas cosas habían pasado desde que nos habíamos conocido, unas muy buenas y otras no tanto, pero seguíamos ahí, juntos, a pesar de todo eso. Él tenía un lugar a mi lado, porque nos unía un vínculo fuerte. Habíamos llegado a un punto de entendimiento, en el que no necesitábamos de palabras, pues nos comunicábamos con miradas y con eso era más que suficiente. No podemos saber qué traerá el futuro, pero el verdadero amor siempre deja en nosotros una huella indeleble. Me alegraba haberle mostrado cosas que él, al no haber conocido el amor, no podía comprender. Lo tomé de la mano y recosté mi cabeza sobre su hombro. Podrían pasar muchas cosas, pero mi lugar siempre sería ahí, junto a él.

FIN.

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NOTA: Muchas gracias a los que hayan llegado hasta aquí. Espero que les haya gustado mucho la historia, a mí me encantó escribirla. Les envío un abrazo y gracias otra vez por leer, votar y comentar.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora