Cuarto año

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El primero de septiembre fue un día inusitadamente caluroso para esa época del año. El sol brillaba en un cielo despejado y yo estaba ansiosa por empezar mi cuarto año en Hogwarts. Tom había pasado casi todo el verano en casa y la relación con mis padres se hacía cada vez más cercana. Íbamos entrando en la estación de King's Cross cuando un hombre se acercó para saludar a mi padre.

—Me alegra encontrarte, Cresfedel, ya poco te dejas ver —dijo. Aunque estaba vestido como un muggle, con solo verlo supe que se trataba de un mago. Tenía un espeso bigote que me recordó al profesor Slughorn, el cabello castaño comenzaba a ponérsele plateado en algunas partes y sonreía con auténtica amabilidad.

—Augustus, tiempo sin vernos —dijo mi padre, y se estrecharon la mano. El hombre le dio un abrazo a mi madre y reparó en Tom y en mí.

—¿Tus hijos? —preguntó.

Mi padre sonrió.

—Sí, van para Hogwarts.

—¡Oh! ¿A qué casa?

—Hayleia está en Ravenclaw y Tom en Slytherin.

El hombre sonrió y nos miró detenidamente. Pocos segundos después, se despidió y se marchó. Yo miré a Tom, que sonreía como si estuviera muy feliz, al parecer, mis padres ya lo consideraban como su hijo.

Largo rato después, nos despedimos de ellos y subimos al tren.

—Nos vemos más tarde —le dije a Tom antes de irme con mis amigos.

—Adiós, Hayle —dijo él.

Así era la manera en que mis padres y mi abuela me llamaban y era la primera vez que él lo hacía, una cálida sensación me recorrió el pecho. Entré en el compartimento y saludé a mis amigos.

—¿Qué tal sus vacaciones? —pregunté.

Ellos hicieron un largo relato sobre lo que habían hecho durante el verano. Yo, por mi parte, les hablé de mis vacaciones y de Tom.

—¿Qué es él para ti? —preguntó Maia.

—Solo un buen amigo —dije— es como parte de la familia.

Ella intercambió una mirada con Eric y entendí que no lo creían. Iba a decirles algo, pero en ese momento apareció Crescence. Estaba mucho más alto y musculoso de lo que recordaba. Me sonrió y se acomodó el cabello rubio con una mano.

—Hola —dijo.

—Hola —lo saludamos todos al mismo tiempo. Me fijé entonces en que tenía puesta una insignia de capitán de quidditch en la chaqueta.

—¿Te nombraron capitán? —pregunté señalando la insignia.

Él sonrió todavía más y el orgullo fue visible en su rostro.

—Así es.

—Te felicito, Crescence, eso es algo muy bueno.

—Muchas gracias, Hayleia. Espero hacerlo bien.

—Estoy segura de que será así.

—Gracias. Luego hablamos. Adiós, chicos.

—Adiós —nos despedimos al unísono.

Mis amigos me miraron con picardía.

—Dime si no es guapo —dijo Maia con expresiónsoñadora. Eric la miró con el ceño fruncido.

—Sí, es verdad —dije. Aunque no me parecía que fuera tan guapo como Tom. Me reprendí mentalmente por eso, no quería pensar en él de otra manera diferente a que era uno de mis mejores amigos o eso terminaría mal.

—Siempre he creído que le interesas —dijo Eric.

—Pienso igual —dijo Maia.

Hasta ese momento, no había pensado en eso, creía que era amable y nada más. Hablamos por largo rato sobre Crescence y luego jugamos varias partidas de ajedrez mágico. Poco antes de llegar a Hogwarts, nos cambiamos por el uniforme y estuvimos listos para bajar.

Siempre me causaba una agradable sensación regresar a Hogwarts, era un lugar especial para mí. Cuando entramos en el gran comedor y nos sentamos en la mesa, comenzamos a saludar a todos nuestros compañeros de casa que conocíamos. Pronto llegaron los de primer año y recordé mi ceremonia de selección, ellos se veían tan nerviosos como recordaba que estaba yo ese día. De repente, sentí algo de nostalgia. Miré hacia la mesa de Slytherin, donde Tom conversaba con uno de sus compañeros, él había sido la primera persona con la que había hablado cuando venía en camino. La cena transcurrió alegre, entre conversaciones y risas, hasta que fue hora de ir a los dormitorios.

Pasamos un buen rato en la sala común, luego nos despedimos y nos fuimos a descansar. Estuve tratando de conciliar el sueño sin conseguirlo, me sentía inquieta y no tenía idea de por qué. Mis compañeras ya dormían y Allison roncaba quedamente, igual que siempre. No quería quedarme en la cama sin dormir, así que me vestí rápidamente y decidí salir a dar un paseo. No había nadie ya en la sala común, todos parecían dormir, menos yo. Salí y me hice el encantamiento desilusionador, no quería empezar el año siendo castigada por andar a altas horas de la noche por el colegio. Bajé las escaleras y crucé el castillo sin escuchar ni una sola voz y sin ver a nadie. Abrí la puerta con cuidado y salí a los jardines. Afuera corría una brisa fresca que me reconfortó. Corrí hacia el lago y me senté cerca de la orilla, observando las aguas oscuras.

Durante el verano me habían surgido extraños pensamientos, sentía que había cambiado la forma en que veía a Tom. Quería pensar que era solo porque habíamos pasado mucho tiempo juntos, pero no estaba segura. Cada vez que lo veía, me parecía más atractivo. Cuando me miraba, sentía muchas cosas difíciles de explicar. Me causaba miedo la idea de enamorarme de él y estaba decidida a evitar que sucediera... si es que no era ya muy tarde.

De repente, sentí que alguien estaba a mi lado, me asusté un poco, pero recordé que era invisible, por lo que procuré no hacer ni el menor ruido.

—Soy yo —dijo Tom en un susurro. Él tampoco era visible.

—¿Cómo sabes dónde estoy? —pregunté también en voz baja.

—Yo sé muchas cosas, Hayle.

Sonreí, aunque no podía verme.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—No podía dormir y me pareció mejor salir un rato y pensar. ¿Qué haces tú aquí?

—Todo es más hermoso cuando no hay nadie.

—En eso tienes razón.

—Además, a veces me aburren mis compañeros y prefiero salir. ¿Te preocupa algo? En estos días he visto que tienes problemas para dormir.

Era verdad, pero no podía dormir porque trataba de encontrarle una solución a esos sentimientos hacia él que parecían estar creciendo dentro de mí.

—No, no hay nada que me preocupe —mentí— no tengo idea de por qué no puedo dormir.

Era una suerte que él no pudiera verme.

—Te hace falta una poción de muertos en vida, tal vez. Slughorn debe tener.

—Ya se me pasará —en verdad esperaba que se me pasara el insomnio y la atracción por él.

Permanecimos un rato en silencio. Algo que me gustaba de estar con él, era que no había necesidad de hablar todo el tiempo, incluso el silencio era cómodo. Extendí mi brazo y tuve suerte al encontrar su mano. Él se tensó un poco, pero no me dijo nada.

No, no debía enamorarme de él, o estaría condenada a un amor no correspondido y pocas cosas eran peores que eso.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora