Feliz navidad

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Solo hasta que estuve en el expreso de Hogwarts, rumbo a casa, pude sentirme un poco tranquila. Entre los entrenamientos de quidditch y la abrumadora cantidad de trabajos que teníamos, me quedaba poco tiempo libre. Pasé el viaje charlando con Eric y Maia, además de jugando algunas partidas de ajedrez mágico. Cuando llegamos a King's Cross, ya era casi de noche y nevaba copiosamente sobre Londres.

—Nos vemos en unos días —le dije a mis amigos.

—Feliz navidad anticipada, Hayle —me dijo Maia.

—Pásala bien —me dijo Eric.

Busqué a Tom con la mirada y un rato después lo vi aparecer acompañado de un gran grupo de alumnos de su casa. Se despidió de ellos y se acercó a mí.

—¿Vamos? —me preguntó.

Asentí y salimos de la plataforma para encontrarnos con mis padres, que esperaban sonriendo. Mi padre se acercó y me envolvió en un abrazo fuerte mientras mi madre abrazaba a Tom y le daba un beso en cada mejilla.

—Es un gusto verlos de nuevo —dijeron.

—Siempre será una gran alegría volver a saludarlos, señor y señora Perwinkle —dijo Tom, y esbozó una sonrisa encantadora.

Luego, mientras yo abrazaba a mi madre, Tom y mi padre intercambiaron un apretón de manos.

Cuando llegamos a casa, un enorme árbol de navidad con hadas que volaban a su alrededor adornaba la sala. Todo el lugar estaba lleno de un agradable olor a pavo asado y tartas de melaza. Mi abuela salió de la cocina tan pronto llegamos y nos dio un cálido abrazo.

—Ya llegaron mis chicos —exclamó.

Pasamos varias horas comiendo, bebiendo y charlando, se respiraba un ambiente de auténtica alegría, pocas veces en mi vida me había sentido tan bien. De repente, un búho apareció en la ventana de la cocina, mi padre se levantó de donde estaba sentado y abrió la ventana para dejarlo entrar. Llevaba un pequeño trozo de pergamino enrollado amarrado a la pata, se lo quité y me encontré con un mensaje de Crescence.

(No sé si pueda encontrarte, pero espero que sí)

Quería desearte una feliz navidad, Hayleia. Espero que la pases muy bien.

Crescence.

Mis padres y mi abuela me miraron con curiosidad, pero Tom no consiguió disimular su expresión de sincero desagrado. Se apartó un mechón de su cabello oscuro que le caía sobre la frente y miró hacia otro lado.

—Es un chico de la escuela —expliqué, pues sabía que comenzarían a atacarme con preguntas de todo tipo en cualquier momento.

Ellos solo asintieron y continuaron con la conversación.

A la mañana siguiente, muchos regalos esperaban bajo el árbol de navidad. Mis padres le compraron a Tom un bonito reloj nuevo y una pijama. A mí me regalaron una capa, una pijama y una pluma de águila. Mi abuela nos tejió un suéter a cada uno, con bufanda y guantes. Cuando subimos a mi habitación a guardar los regalos, Tom parecía la persona más feliz del mundo. No me había dirigido la palabra desde que llegó el mensaje de Crescence.

—Nunca había pasado una navidad como esta —comentó mientras observaba el reloj nuevo en su muñeca.

—Considera pasar aquí las próximas navidades —le dije, estaba segura de que para todos ya era alguien más de la familia.

Como sabía que su cumpleaños se acercaba, les conté a mis padres y mi abuela, que estuvieron encantados de prepararle un pastel. Les había dicho que él había crecido en un orfanato y que era probable que nunca hubiera tenido una celebración por esa fecha, lo que hizo que se mostraran mucho más entusiasmados. La mañana del treinta y uno de diciembre, nos levantamos temprano y nos dispusimos a prepararle el pastel. Lo cubrimos con crema y le pusimos trece velitas, que mi madre encendió con magia. Tom seguía durmiendo cuando entramos en la habitación, cantándole el cumpleaños feliz. Parecía no poder creer lo que estaba viendo, pestañeaba muy rápido como si tratara de averiguar si no era un sueño. Tenía el cabello revuelto, pero su aspecto era radiante. Estaba cumpliendo trece años, en ese momento reparé en que era realmente guapo, aunque todavía no lo era tanto como pocos años después.

Cuando terminamos de cantar, se levantó y sopló las velas. Luego pasó un largo rato escuchando nuestras felicitaciones y recibiendo abrazos.

Más tarde, mientras mis padres hablaban por medio de la chimenea con su jefe, Tom y yo salimos de la casa y caminamos un rato mientras la nieve caía silenciosa del cielo.

—Hay mucho que tengo que agradecerte —dijo.

—No tienes que hacerlo, lo hago con la intención de que la pases bien.

Sus ojos cafés estudiaron mi rostro y yo me quedé mirando cómo algunos copos de nieve caían sobre su cabello negro.

—Me alegra que nos hayamos conocido —dijo de repente.

—También a mí.

Le sonreí, pero él permaneció serio y ahí nació en mí el enorme deseo de poder saber qué estaba pensando y cómo se sentía. Ya había tomado un lugar importante en mi vida, pues hasta ese momento, era la única persona a la que me había atrevido a llevar a mi casa y que había compartido la mesa con mi familia. No lo sabía aún y tardaría en darme cuenta, pero algo estaba formándose entre nosotros, algo desconocido, intangible e inmaterial, que luego daría lugar a muchas más situaciones. Nunca me había detenido a preguntarme si el destino en verdad existía, pero me hubiera gustado saber si estaría escrito desde tiempo atrás que  mi camino y el de él se encontrarían irremediablemente. Más tarde, mientras lo observaba jugar una partida de naipes explosivos junto a mi padre y los escuchaba intercambiar comentarios divertidos, me sentí feliz por haberlo conocido.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora