¿Estamos bien?

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Pasaron los días y las semanas sin que Tom me dirigiera la palabra, es más, ni siquiera me miraba. Yo repetía nuestra ultima conversación en mi mente una y otra vez tratando de descubrir lo que lo había ofendido de tal manera como para que ya no quisiera hablarme más. Al final me rendí. Centré mis esfuerzos en no pensar en él, me dediqué a estudiar con toda la dedicación de la que fui capaz y a los entrenamientos de quidditch, pues Arcturus insistía en que no podíamos dejar de entrenar aunque hubiéramos ganado la copa. Después de los exámenes, estaba reunida en la sala común con Eric y Maia y tratábamos de decidir las asignaturas opcionales que íbamos a cursar el siguiente año.

—Se supone que te sirven para ir preparándote para lo que te vas a dedicar cuando termines el colegio —decía Maia.

—Pues yo no tengo ni idea de lo que voy a hacer con mi vida cuando termine —dijo Eric, y resopló.

—Yo tengo una idea —dije—pero no estoy segura de si serviré para eso.

—¿Qué es? —preguntó Maia.

—Ser auror, como mis padres —respondí.

La idea rondaba en mi cabeza desde que era una niña, pero todavía quedaban muchos años en los que pensaría las cosas muy bien, me aterraba la idea de acabar haciendo algo que no me gustaba y si no era buena en eso, sería peor. Además, para ser auror exigían muy buenas notas en ciertas asignaturas y al terminar el colegio, tendría que estudiar tres años más, aunque eso no me preocupaba, me gustaba estudiar y aprender cosas nuevas, tal vez por eso el sombrero seleccionador me había enviado a Ravenclaw.

—Esa es una profesión realmente peligrosa —dijo Maia con preocupación.

—Lo sé —dije.

—Pero si te gusta, no veo por qué no, podrías ser una gran auror.

Le sonreí, si al final decidía eso, esperaba poder hacerlo bien.

—¿Qué piensan de aritmancia? —preguntó Eric.

—Yo estoy pensando seriamente en tomarla —respondí.

—Y yo —Maia se mostró de acuerdo.

Después de una larga discusión, quedamos en tomar aritmancia, runas antiguas y cuidado de criaturas mágicas. A ninguno de nosotros le interesaba la adivinación.

—Hora del entrenamiento, Hayleia —dijo Arcturus.

Intercambié una mirada con mis amigos, murmuré una despedida y me fui a entrenar, ya solo quedaba el último día de clases. Tras tres horas de agotador entrenamiento, tomé una ducha y regresé al castillo. Pasada la hora de la cena, pensé en algo: no quería irme a vacaciones sin haber al menos intentado hablar con Tom y tal vez arreglar las cosas. Si se negaba, me quedaría la tranquilidad de que al menos hice algo por remediar la situación, aunque no sentía que hubiera sido mi culpa. Esperé a que fuera tarde y salí de mi sala común, bajé la interminable escalera de caracol y recorrí esa parte del castillo, hasta que lo vi. Estaba sentado en las escaleras, pasándose la varita entre los dedos, como solía hacer a veces. Respiré profundo, no sabía por qué me causaba tantos nervios volver a hablarle después de todo ese tiempo, pero sentía que tenía que hacerlo. Constantemente tenía la sensación de que algo me faltaba y me dolía su indiferencia. Caminé con el mayor de los sigilos y me senté junto a él. Se sobresaltó un poco y se le cayó la varita de las manos, la recogió sin mirarme siquiera.

—¿No piensas volver a hablarme nunca más? —le pregunté mirándolo con atención.

—Creo que estamos a punto de iniciar una conversación —me respondió sin mirarme.

—Mírame, Tom.

Sus ojos se encontraron con los míos, en ellos no pude ver rastro de ninguna emoción, solamente parecía algo incómodo. Extrañaba escuchar el sonido de su voz y mirarlo a los ojos.

—Te he echado de menos —le confesé. Él esbozó una pequeña sonrisa.

—También yo.

Le sonreí y puse mi mano sobre la suya.

—¿Estamos bien? —preguntó.

—Estamos bien —respondí sin dudarlo.

Me sonrió también y sentí como si me hubiera quitado un enorme peso de encima.

—¿Qué has hecho en mi ausencia? —pregunté.

—Lo mismo de siempre, aunque me hacían falta esos paseos nocturnos y las conversaciones —respondió— hay cosas de las que no me siento seguro de hablar con mis compañeros de casa.

Sin más, pasé mi brazo sobre sus hombros, él me miró con el ceño fruncido, pero yo no le hice caso, estaba feliz de volver a hablarle.

—¿Qué hiciste tú? —me preguntó.

—Estudiar y entrenar quidditch.

—¿Ganaron la copa y siguieron entrenando?

—Por supuesto, Arcturus dice que no hay que perder la buena forma.

—¿Y qué materias escogiste para el siguiente año?

—Aritmancia, cuidado de criaturas mágicas y runas antiguas. ¿Y tú?

—Las mismas. Es posible que nos veamos entonces.

—Eso parece. ¿Vendrás a casa en vacaciones?

—¿Quieres que vaya?

—Cuando te dije que siempre serías bienvenido, no mentía, es así.

Él sonrió.

—Bien.

Guardó la varita en el bolsillo interior de la túnica y me miró con atención. Pasamos largo rato en silencio, pero ese era un silencio cómodo, de esos que no sientes la necesidad de romper. Mi brazo seguía sobre sus hombros y percibía ese agradable olor a madera de cedro que lo caracterizaba. Cuando nos pusimos en pie, me fijé en que estaba un poco más alto, antes éramos casi de la misma estatura.

—Me alegra que hayamos arreglado las cosas —dije después de un rato.

—Tal vez fue un disgusto tonto —admitió encogiéndose de hombros.

—Creo que sí.

Intercambiamos una sonrisa.

—Nos vemos —le dije.

—Buenas noches, Hayleia —se despidió, y cada uno tomó su camino.

Estaba feliz de que de nuevo estuviéramos bien, aunque en ese momento no sabía que ese solo había sido el primero de muchos disgustos que llegaron después.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora