Sexto año

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—¿Están seguros de que llevan todo? —preguntó mi abuela por enésima vez.

Los baúles con nuestras cosas ya estaban al lado de la puerta de la casa y mis padres estaban hablando con un compañero de trabajo, cuya cabeza flotaba en la chimenea. Había llegado el fin de las vacaciones, era hora de regresar a Hogwarts. Mi abuela se me acercó y me dio un abrazo fuerte.

—Que tengas un buen año, mi niña —dijo.

—Te quiero, abuela —le dije.

Después, se acercó a Tom y le dio un abrazo fuerte. Mis padres terminaron su reunión y se acercaron. Nos despedimos de mi abuela y salimos con el tiempo justo para llegar a la estación. El andén 9 3/4 estaba lleno de estudiantes que se despedían de sus familiares y había mucho ruido. Tom y yo nos despedimos de mis padres y subimos también al tren. Yo me reuní con mis amigos en un compartimiento, mientras él se iba con sus compañeros de Slytherin. Le conté a mis amigos lo que le había pasado a mi padre, y ellos me escucharon con atención.

—¿Pero ya está bien? —preguntó Eric— eso de ser auror es muy peligroso. Deberías pensártelo mejor, Hayleia.

—Pues sí, ya está bien. ¿Crees que no sé en qué me estoy metiendo? Desde que era pequeña los he visto gravemente heridos varias veces —respondí—. Y sigo queriendo seguir sus pasos.

En ese momento, Clitemnestra entró, acompañada de Reginald y se sentaron.

—Hola —saludaron.

—Hola —dijimos.

Casi en seguida, se pusieron a hablar de las vacaciones. Ellos dos ya estaban en último año, por lo que varias veces mencionaron que querían ganar la copa de quidditch antes de irse. Yo casi había olvidado el quidditch, a pesar de lo mucho que me gustaba. Desde la muerte de Zeus, vivía demasiado preocupada por mi familia, me asustaba la idea de que, mientras yo estaba en Hogwarts, algo grave pudiera sucederles. Tom me repetía una y otra vez que no pensara en eso, pero me era imposible.

El viaje pasó entre charlas agradables y risas. Cuando llegamos a Hogwarts, el clima era bastante frío, parecía a punto de llover. Entramos en el gran comedor y mientras los de primer año formaban una fila para ponerse el sombrero seleccionador, recordé una vez más, mi propia ceremonia de selección. Habían pasado años y a mí me costaba creer que el tiempo pasara tan rápido. Durante la cena, Christian me sonreía desde la mesa de Hufflepuff, yo lo saludé con la mano y no le presté mucha atención.

Terminada la cena, salí con mis amigos del gran comedor, subimos las escaleras de mármol y Christian se acercó para hablarme.

—Hola, Hayleia —dijo, con una enorme sonrisa— ¿qué tal tus vacaciones?

—Hola —lo saludé—. Estuvieron muy bien, ¿y las tuyas?

—Bien, mis padres y yo viajamos a Nueva York.

—Qué interesante.

Esbocé una pequeña sonrisa, nos quedamos en silencio unos instantes y yo ya iba a despedirme, pero lo vi buscar en sus bolsillos hasta que encontró una rana de chocolate.

—No sabía si te gustaban —dijo, con timidez—, pero la compré para ti.

Me la tendió, iba a tomarla y darle las gracias, pero alguien más la tomó por mí. Miré a mi lado y me encontré con un Tom muy molesto. Iba a reclamarle, pero me tomó de la cintura y me besó apasionadamente. Me aparté un poco aturdida y miré a Christian, que parecía no poder creer lo que veía. Nos miraba con la boca ligeramente abierta, no dijo nada y se marchó casi corriendo. Yo me crucé de brazos y miré a Tom.

—¿Qué demonios te pasa? —dije, indignada.

—¿Qué demonios le pasa a ese imbécil? —dijo él, todavía furioso.

—¿Acaso no puedo hablar con nadie? Dame la rana de chocolate, era para mí.

—No voy a dártela, ¿y si le puso algún filtro de amor?

—No todos piensan como tú, Tom.

Esperé a que dijera algo, pero no lo hizo, se quedó ahí, observándome en silencio. Por lo que podía ver en sus ojos, la ira se iba calmando lentamente.

—¿Ya vas a dejar tantos celos? —pregunté.

—Cuando los idiotas dejen de perseguirte —dijo él, muy serio.

Puse los ojos en blanco.

—Nadie está persiguiéndome, no seas tonto.

—Eso es lo que tú crees.

Resoplé, con impaciencia.

—Mejor me voy —dije.

—¿Sin darme un beso? —él levantó las cejas.

—Pero si ya me diste uno.

—Esa era solo una demostración para el imbécil.

Se acercó despacio y me dio un beso largo, que me causó una serie de sensaciones indescriptibles. Lo había besado ya muchas veces, pero lo que sentía al hacerlo era cada vez más intenso.

—Buenas noches, Hayleia —dijo.

—Buenas noches, Tom.

Se encaminó hacia su sala común y yo me fui para la mía. Al entrar, lo primero que vi fue a Allison, sentada en el regazo de David, riéndose escandalosamente de algo que le decía al oído. Él me miró, con fastidio, como lo hacía siempre y yo pasé de ellos, para ir a sentarme en una mesa con mis amigos.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora