El regreso

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Los días que siguieron fueron maravillosos, Tom parecía ser parte de mi familia y yo estaba feliz de poder compartir tanto tiempo con él. El día anterior al final de las vacaciones, nos levantamos temprano con la idea de organizar nuestro equipaje. Mi padre estaba en algo del trabajo y llevaba tres días sin estar en la casa, pero había prometido llegar esa noche e ir a despedirnos en King's Cross. Mi abuela había ido al callejón Diagon por nuestros libros y demás cosas. Tom y yo estábamos en mi habitación empacando cuando ella llegó y nos entregó nuestras cosas.

—Revisen si está todo completo —nos dijo— si olvidé algo no me quedará más remedio que regresar y odio aparecerme, pero no puedo ir en escoba por mi dolor de espalda.

—Todo está en orden —dijo Tom después de revisar— muchas gracias, señora.

—De nada, cariño —ella le sonrió, amable, parecía que él fuera otro de sus nietos.

Salió de la habitación y nos dispusimos a guardar los libros.

—Mucha gente me ha preguntado cómo nos conocimos —comentó Tom.

—¿Y qué les has dicho? —pregunté.

—Que nos conocimos en el tren. Se me hace un poco extraño decirles que antes nos habíamos visto en el callejón Diagon, que me golpeaste con una puerta y que prácticamente te insulté.

El recuerdo de nuestro primer encuentro me hizo sonreír, levanté la vista de mi equipaje y me fijé en que él también sonreía.

—Si quieres podemos guardar ese secreto —dije.

—Será mejor.

—Está bien.

—Hay algo que me gustaría decirte.

—Dime.

Él me miró y yo descubrí una vez más lo bonitos que eran sus ojos.

—Quería agradecerte, porque en estos días he podido saber un poco lo que se siente tener un hogar.

De repente recordé lo que me había contado sobre que había pasado su vida en un orfanato, me alegraba haber hecho algo para que él se sintiera cómodo, veía cosas especiales en él, además de lo segura que estaba de que era un gran mago. También podía ver el gran dolor que existía dentro de él, y lo entendía, entendía que debía sentirse solo, triste y abandonado y quería ayudar a que dejara de sentirse así. Sonreí y tomé su mano.

—No tienes nada que agradecer, siempre serás bienvenido, como si esta fuera tu casa —le dije— ya te consideramos parte de la familia.

Él parecía sentirse feliz, lo que hizo que yo también me sintiera feliz. De repente, escuchamos un fuerte golpe, por lo que intercambiamos una mirada y bajamos a ver qué había pasado. Mi padre había aparecido en la sala, pero estaba herido.

—Por las barbas de Merlín, cresfedel —dijo mi abuela— ¿cómo te hicieron eso?

Tenía un profundo corte en el brazo izquierdo y otro en la pierna derecha, estaba sangrando demasiado y tenía una mueca de dolor en el rostro. Mi madre corrió hacia él, lo condujo con cuidado al sofá y lo acostó ahí, luego sacó su varita del bolsillo y lo curó con magia. Lentamente sus heridas fueron cerrando, hasta que parecía que habían pasado días desde que se las habían hecho. Tom se acercó a él con gesto preocupado.

—¿Se siente bien, señor Perwinkle? —le preguntó.

—Estoy mucho mejor ahora, hijo —respondió él, estirando el brazo para darle una palmada en el hombro—. Después de tantos años uno se acostumbra a que le pasen esas cosas.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora