Obliviate

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La mañana del primer partido de quidditch, desperté muy temprano. No había amanecido del todo, pero yo estaba demasiado ansiosa como para seguir en la cama. Me levanté y bajé a la sala común. Mi sorpresa fue enorme cuando me encontré a Tom allí, leyendo un libro tranquilamente en uno de los sillones. Me acerqué a él con una enorme sonrisa.

—¿Es que te quieres cambiar de casa? —le pregunté. Él dejó el libro a un lado, me tomó de la cintura y me acomodó sobre su regazo.

—No, el sombrero seleccionador no se equivocó al enviarme a Slytherin —dijo—, pero quería verte.

—¿Y si alguien más te hubiera encontrado aquí?

—Pensaba ir a buscarte en las habitaciones hasta que te encontrara.

—Esa es una idea muy loca, ¿no crees?

Él se acercó y me dio un beso suave.

—¿Hoy tienes partido? —preguntó.

—Sí, contra Hufflepuff —respondí.

—Buena suerte.

—Gracias. 

Me acerqué para darle otro beso, pero en ese momento la puerta de la sala común se abrió. Me giré para ver quién había llegado y me encontré con Allison, que me miraba desconcertada.

—¿Qué hace él en nuestra sala común? —preguntó.

Tom y yo intercambiamos una mirada, ninguno de los dos tenía idea de qué decirle. Ella movió la cabeza negativamente.

—Qué mojigata que eres, Hayleia —dijo, con desprecio—. Mira lo que estabas haciendo aquí con este.

—Lo que yo haga no es tu maldito problema. No te metas donde no te llaman —dije, indignada.

—Vas a tener un problema muy grande cuando salga de aquí y le diga a todos los profesores que este estaba en una sala común que no es la suya y que estaban comportándose de una manera tan indecorosa.

Dio media vuelta para salir, no me di cuenta en qué momento Tom había sacado su varita. Solo vi que le apuntó y dijo:

¡Obliviate!

El hechizo la alcanzó. Ella se quedó quieta unos momentos. Me levanté rápidamente y me acerqué. Tenía la mirada perdida y al verme no dio ninguna señal de reconocerme.

—¿Allison? —pregunté en voz baja.

Ella miró a su alrededor, confundida.

—¿Y tú quién eres? —preguntó.

Yo miré a Tom, que no se había movido del sillón donde estaba sentado y contemplaba a Allison con una expresión de diversión.

—Qué lugar más extraño —dijo Allison— ¿tú puedes decirme dónde estamos?

Comenzó a caminar despacio, mirando a todas partes, como si fuera la primera vez que estaba allí. Caminé hacia donde estaba Tom y lo miré, muy seria.

—Creo que te pasaste —le dije entre dientes.

Él se encogió de hombros y sonrió.

—Había que hacerlo, sabes que no está permitido que entremos en las salas comunes de las otras casas.

Miré de nuevo a Allison, que seguía deambulando por la sala común, observando todo con atención, tocando todo y murmurando cosas en voz baja.

—¿Ahora qué hacemos? —pregunté, preocupada y mirando a Tom, que estaba más que tranquilo.

—Ya se le pasará.

Negué con la cabeza.

—Digamos que, el hechizo desmemorizante que le lanzaste fue algo potente.

Él sonrió.

—Por si todavía no estabas segura del gran mago que soy, ahí hay una prueba.

Puse los ojos en blanco.

—Qué egocéntrico.

Cuando dejé de mirarlo, me di cuenta de que Allison ya no estaba, al parecer, había salido sin que me diera cuenta.

—¿Y ahora para dónde se fue? —pregunté, alarmada.

—No debe ir muy lejos, ya cálmate.

Se levantó del sillón, se acercó y me dio un beso largo.

—Suerte en el partido.

—Pero...

Sonrió una vez más y salió de la sala común, caminando despacio. Iba a ir tras él, pero en ese momento aparecieron mis compañeros del equipo de quidditch.

—¡Qué bueno que estés aquí, Hayleia! —dijo Reginald— ahora sí podemos repasar la estrategia para el partido.

Fingí mi mejor sonrisa, pero me preocupaba demasiado lo que hubiera pasado con Allison. Si alguien se enteraba de quién le había lanzado el obliviate, Tom y yo nos veríamos en serios problemas. Me senté en una de las mesas con mis compañeros de equipo e intenté prestarle atención a Reginald.

Más tarde, cuando estábamos intentando desayunar en el gran comedor y mientras nos lanzábamos miradas desafiantes con los de Hufflepuff, David entró armando gran alboroto.

—Alguien le lanzó un hechizo desmemorizante a Allison —dijo, y se sentó junto a unos chicos de segundo—. Necesito saber quién fue, y quién haya sido, se las verá conmigo.

Miré hacia la mesa de Slytherin, Tom miraba a David con expresión divertida mientras charlaba con uno de sus compañeros.

—¿Y dónde está ella ahora? —le preguntó Albert a David.

—En la enfermería —respondió este último—, pero fue realmente fuerte, es probable que la tengan que llevar a San Mungo.

Estuve a punto de atragantarme con las hojuelas de avena al escuchar la mención de San Mungo. Tom se había pasado, y bastante. Intenté calmarme, pues no quería que la sensación de culpa hiciera que me fuera mal en el partido. Terminé de desayunar y me dirigí a los vestidores con mis compañeros. Mientras me vestía, intenté por todos los medios calmarme, y concentrarme en que tenía que atrapar la snitch. Las manos me temblaban cuando tomé la escoba y salí al campo.

Tan pronto inició el partido, dejé de pensar en Allison y mi mente se centró en buscar la snitch. Christian volaba por el campo a gran velocidad, tratando de localizar la pequeña pelota alada. Clitemnestra se enfrascó en una acalorada discusión con uno de los bateadores de Hufflepuff y eso detuvo el partido por un rato. Hufflepuff iba ganando por una diferencia de veinte puntos cuando apareció la snitch. Fui a su encuentro, volando a toda velocidad, no presté atención a dónde estaba Christian, y tan pronto cerré los dedos alrededor de la snitch, choqué con él y ambos nos caímos de la escoba.

Cuando desperté estaba en la enfermería, con un dolor de cabeza insoportable. Mis compañeros de equipo estaban a mi alrededor, Maia y Eric también estaban ahí.

—¿Cómo estás? —preguntó Eric.

—¿Te sientes bien? —preguntó Clitemnestra.

—¿Te duele algo? —preguntó Reginald.

—Estoy bien, estoy bien —respondí. Todos me miraban con preocupación.

A pocos metros de distancia, el equipo de Hufflepuff rodeaba a Christian. Al otro lado, un grupo de profesores hablaban alrededor de Allison. Por lo que pude oír, ella seguía sin recordar ni siquiera su nombre. No podía evitar sentirme culpable, era mi culpa que ella estuviera así. Me preguntaba cómo hacía Tom para no sentir ningún tipo de cargo de conciencia cuando sabía que le había hecho daño a alguien. Esa era una de las pocas cosas que no me gustaban de él, su falta de empatía por los demás era demasiada.

𝑨𝒎𝒐𝒓𝒕𝒆𝒏𝒕𝒊𝒂 || 𝑻𝒐𝒎 𝑹𝒊𝒅𝒅𝒍𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora