Straŋgɛr Iŋ Thɛ Wiŋɖɔw

54 8 4
                                    

Lo que le hacía sentir bien ahora sólo se mezclaban y perdían en la monotonía de su vida.

Asimismo una tarde decidió juntar sus cortinas y ya no las volvió a abrir para ese amanecer ni para ningún otro.

Se sentía desdichado y solo, indigno de sentir la suave luz que pasaba por la rejilla de su ventana. Aquellas figuras de rombo se sentían suaves sobre su cubrecamas, lo que le hacía sentir como un demente.

Aquel fatídico día, como decidió llamarlo su madre, cuando decidió abandonar sus prácticas para olvidar esos pensamientos, fue el inicio de una tormenta desoladoramente fría y silenciosa.

Sin embargo, nuevamente sucedía algo extraño en las noches del menor. Un suave viento le rozaba sus mejillas y brazos, lo cual era ilógico porque siempre procuraba dejar todo bien cerrado, más aún, se le había hecho costumbre extinguir aquel pequeño espacio por donde se filtraba el aire nocturno.

Cada noche era lo mismo, no importaba las veces que cerrara con seguro o que el clima variara, aquella situación se repetía de manera idéntica a la inicial, como el susurro de una frase que siempre trasmitía el mismo sentimiento.

Ya estaba cansado, ¿por qué su cabeza volvía a llenarse de esas cuestiones sin sentido? Decidió pasar todo por alto, a sus demonios, al frío, a la posibilidad de agarrar un resfriado y a aquella figura sentada a los pies de su cama.

Cerró sus ojos con fuerza y recogió sus piernas de manera súbita, haciendo que su espalda chocara fuertemente contra la pared, mas no le tomó importancia debido al terror que había en sus venas en aquel momento.

–¿Qué y quién eres?– Se atrevió a preguntar lo más claro que pudo –¿Qué es lo que haces aquí y cómo lograste entrar a mi habitación?–

–Lo lamento, no era mi intención asustarte, sin embargo, tampoco podía permitir que me olvidaras–

–¿Olvidarte? Ni siquiera te conozco ¡Responde a mis preguntas! –Exigió con el coraje que le quedaba.

–Mi nombre es Zhong Chenle. Nos conocimos hace un par de años o quizá fue una década, apesto en asuntos del tiempo humano–

–¿Tiempo humano?–

–Creo que debía responder según la cronología de tus dudas, pero ya es tarde– Dijo para sí mismo y suspiró –Entré por el hueco de tu ventana–

–Eso es imposible–

–No para nosotros– Contestó vagamente –Como verás, yo no soy exactamente un humano, aunque tampoco tenemos un nombre como especie– Las cejas del menor se enarcaron –No te preocupes, somos inofensivos–

–¿Inofensivos? Me vas a matar...–

–Definición de inofensivo: Que no puede causar daño ni molestia–

–De acuerdo, déjame asimilar lo que ¡No! ¿Qué haces aquí? ¿Y qué quieres de mí?–

–Ya te lo dije, Makku, volví para no ser olvidado–

–¿Por qué me llamas de esa manera?–

–Ese era tu nombre clave, el mío era Lele– En ese momento el mortal se sintió tan diminuto como el otro, con su corazón renunciando a seguir bombeando y su mente tratando se asimilar lo escuchado, por qué se le hicieron tan conocidas aquellas cuatro letras.

–Mamá no mentía, debo ir con urgencia al psiquiatra–

-Por supuesto que no– Zhong rió con ligereza –Nunca debiste ir–

El silencio se hizo entre ambos. Por una parte estaba el antes conocido como Makku, inmerso en sus memorias y fijándose en sus probabilidades de estar drogado; por la otra se hallaba un casi arrepentido y olvidado Lele.

Oᥒᥱ-Shots MᥲrkᥴhᥱᥒDonde viven las historias. Descúbrelo ahora