Capítulo 1 - La Perfección

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No temas la perfección. Jamás la alcanzarás.
Salvador Dalí

¿Dónde puedo rellenar una hoja de reclamaciones contra mi cuerpo? Siento como mi boca está segregando cantidades industriales de saliva. ¡Qué hombre!

Hola, soy Ochako y mi corazón funcionaba en perfectas condiciones hasta que lo he visto.

¿Soy yo o hace calor aquí? Mi cuerpo parece querer formar su propia hoguera calenturienta. Es curioso que este tipo me resulte atractivo. En realidad, nunca me han gustado tan musculosos. De hecho, más de una vez me he declarado en contra de los hombres así, pero aquí estoy, siendo hipócrita y babeando.

Musculman me está mirando. Sí, lo hace y yo no sé si alzar mi mano derecha y saludar con un «Yuju». Estoy rozando lo patético, lo sé, pero mis hormonas parecen estar en su propia fiesta particular. A la porra con la norma de los «no musculados». ¡Sólo tienen ventajas!

Estoy más que segura de que ese brazo (por cierto, que es más grande que mi muslo) me haría la vida mucho más fácil. Y no sólo hablo del tema sexual (¿cuántas posturas se pueden realizar con semejante fuerza?), sino del día a día. Ya no tendría que usar más las escaleras. Y él y su enorme brazo me alzarían sin apenas esfuerzo para poder lograr alcanzar el bote de macarrones (sí, ése que tengo decorado con corazones).

Me mira de nuevo. No, no es fruto de mi imaginación. Aquí no hay nadie más. Soy el centro de su magnética mirada y (sin cortarme) sonrío. Él, no sé por qué, me devuelve la sonrisa. No puedo evitar girarme y comprobar (de nuevo) que yo soy el motivo de esa sonrisa. (¡Está sonriéndome! A mí, a Ochako Uraraka). Según el protocolo, si dos personas de diferente sexo se sonríen, uno de los dos debería tomar la iniciativa, y esa soy yo. Alzo mi mano y saludo. Él, en respuesta (pasándose el protocolo por donde le place), se quita la camisa con movimientos típicos de telenovela. ¿Eso es legal? No entiendo por qué ese hombre se está quitando la camisa y dejando ver al resto del mundo que los cuadrados que tiene en el estómago son enormes... Sin embargo, hay algo en esta historia que no me acaba de cuadrar... Siento un ligero zumbido en el oído derecho.

Humedezco mis labios, siempre hay que humedecerse los labios antes de besar a alguien, es una norma que deberían enseñar en el colegio. No sé por qué doy por hecho que va a besarme así de buenas a primeras, pero prevenir nunca está de más.

No sé de dónde viene, pero, justo ahora, empieza a sonar una música. Es la típica canción que se oye en las películas cuando la pareja protagonista va a besarse. Me siento con ganas de quitarme la camiseta y restregarme contra ese cuerpo... Pero ese molesto zumbido se intensifica.

Nadie va a joderme el beso de película que sé que vamos a darnos. Corro hasta Musculman con los brazos extendidos (sé que esto es surrealista y típico de un anuncio de compresas, pero, en este momento loco, me parece de lo más normal). Mi hombre (porque ya es mío) también corre hasta mí de la misma forma ridícula. Ambos saltamos por los aires hasta que chocamos.

Hay algo que no encaja (bueno, en realidad no encaja nada)... Se supone que él debe de estar duro, no blandito. Los músculos están duros, ¿no? Siento como la comisura derecha de mi labio está mojada, y mucho. Y no es que mis labios estén demasiado húmedos.

¡No! Otra vez no. Estoy babeando sobre mi querida y blandita almohada. ¿Dónde está mi hombre?

¡La vida es tan injusta! No puede sonar el despertador justo después de que yo lo bese. No, ¿para qué? Ahora entiendo de dónde provenía ese molesto zumbido. ¡Maldito despertador! Aunque, si soy sincera, debo admitir que, despierta, aquel hombre no me gusta absolutamente nada.

Doble Tentación  -  KacchakoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora