Capítulo 41 - El pastel

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La vida no se ha hecho para comprenderla,
sino para vivirla.
Jorge Santayana

Me recuerdo que la nariz sirve para respirar y la boca para hablar.

Esta habitación es digna de fotografiar. En el sofá (gracias a Dios, es amplio) están sentadas mis amigas, Tsuyu y Mina, y después (uno en cada punta) los dos hombres de mi vida y, en este momento, sólo en este, no hablo de mis hijos.

—Comadreja, aquí Lobo, ¿me escuchas? Corto y cambio.

Mis mejillas arden. Mira por dónde, todavía están sensibles. Pensaba que también estaban en shock. Me giro (qué alegría poder hacerlo sin ningún objeto dentro de mí). Sonrío falsamente hasta el sofá. ¡Qué situación más incómoda!

Tomo el walkie, aprieto el botón y rezo para que Katsuko me pida que los eche. Que la escuchen y que ellos solos decidan irse. Hay más días, hay más meses, incluso hay más años para poder hablar.

—Aquí Comadreja, dime, Lobo. Corto y cambio.

¡Toma esa! A pesar de la presión, me he acorado del dichoso código básico de comunicación. Vuelvo a sonreír, al final me acostumbraré a hacerlo y lo haré hasta sola.

—Hemos encontrado un juguete nuevo y raro. Guepardo te lo lleva. Corto y cambio.

¿Juguete? ¿Raro?

Katsuo entra a la habitación y tiene algo en las manos. Algo de color rojo, dos bolas unidas por un hilo. Dos bolas que había olvidado en el baño. Mi corazón se para. Esto tampoco puede estar pasando.

Me lanzo hasta él, intento tapar la visibilidad desde el sofá.

—¿Por qué están unidas estas pelotitas, mamá?

—Para que no se pierdan. Acompáñame a la cocina. Esto lo arreglo yo en un momento.

Mis palabras salen atropelladas, pero consigo dominar la situación. Salgo del salón con las bolitas en la mano. Sigo de espaldas al sofá e imploro a Dios, ese que un día me proporcionó un sonido para ayudarme; por favor, que haga que esta escena tan embarazosa pase desapercibida.

Voy hasta la cocina mientras Katsuo me sigue.

Pongo las bolitas debajo de grifo. Antes ya las había lavado, pero insisto de nuevo.

Tomo unas tijeras y corto el cordel que une las dichosas bolas.

—Ya está —digo falsamente entusiasmada—, pero si quieres, las guardo para que no se pieradan.

—No, gracias. Queremos jugar.

Y con esa frase y un movimiento ágil sale corriendo con las pelotitas en la mano. Bien, tengo que volver a aquel comedor helado. Me seco las manos y voy hasta allí.

—¿Podemos hablar? —me dice Katsuki nada más entrar en la habitación—. A solas, por favor.

Katsuki y yo a solas. En otro momento de mi vida, mis hormonas habrían reaccionado, pero ahora no. Ahora simplemente me acongoja lo que me pueda decir.

Asiento y esta vez me dejo la sonrisa de cortesía guardada.

Katsuki sale de la habitación. Lo sigo y noto la pesada mirada de Katsura encima de nosotros.

Katsuki duda a dónde ir y le guio hasta la cocina. ¿Por qué Katsura lo ha llamado?

Llegamos a la cocina y él se sitúa a la derecha, apoya su hombro en la nevera y me mira de lado.

—Cuánto tiempo —comenta, y no logro comprender si la ironía continúa en su tono roto.

—Sí, te veo bien.

Doble Tentación  -  KacchakoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora