Capítulo 26 - Encierro

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El encierro te enseña a ser precavido;
el exilio, a ser desconfiado.
Luis Gabriel Carillo Navas

Estoy sentada en el sofá con el pijama puesto. Delante, una mesa llena de provisiones. Tengo todo lo esencial para mi encierro: chocolate, teléfono móvil, el número de todos los restaurantes de comidas rápida a domicilio y dinero.

Llevo el cabello atado en un moño; tengo las pantuflas puestas y un montón de películas románticas para ver.

Sólo hace seis horas que Katsura ha tomado el vuelo y yo ya estoy nerviosa. He bajado todas las persianas de la casa. Es un encierro en toda regla. Modo cueva con suministros.

Mi plan es maravilloso. Dormiré, veré películas, comeré comida chatarra y, de vez en cuando, me ducharé. Tampoco he de ser extremista. No es necesario recurrir a la falta de higiene para mantener a raya a Katsuki.

Después de tres películas y dos cajas de pañuelos, me quedo dormida en el sofá. Estoy babeando el cojín cuando un portazo me despierta.

—¿Se puede saber qué haces? —me pregunta la voz chillona de Tsuyu.

¡No! ¿Por qué le di una llave de emergencia? No necesito compañía.

—Intento hibernar —digo girándome y dándole la espalda.

Quizá capte la indirecta y se va por donde ha venido. Escucho cómo remueve las cosas de mi supermesa de supervivencia. Intento hacerme la dormida, pero ella no sabe lo que es callarse.

—¿Desde cuándo eres un oso? Haz el favor de ducharte y arreglarte. Nos vamos por ahí. No pienso dejarte vivir en este comedor durante quince días.

—Sí piensas hacerlo —contesto todavía con la cabeza debajo del cojín—. Lo que pasa es que todavía no lo sabes. Ahora te vas a dar la vuelta y te vas a ir.

—Tú no dominas mi mente ni me das órdenes. He conocido un chico guapísimo y quiero salir para poder encontrármelo. Y tú, como mi gran amiga, me vas a acompañar.

No piensa rendirse fácilmente. Intenta comprar mi compañía con la pena, pero no. Yo sé que ella no me necesita para salir a encontrarse con nadie. No pienso moverme de este sofá, diga lo que diga.

Estiro el brazo, tomo la manta y me tapo con ella.

—No es aconsejable que salga de casa. Estoy en cuarentena, tengo un virus infeccioso. No sé qué haces aquí, será mejor que te marches antes de que te contagie. ¿No ves cómo tiemblo?

Hago que mi cuerpo tiemble mientras cierto los ojos. Entreabro uno para mirarla. No parece muy satisfecha con mi actuación. Es como un grano en el culo. ¡Que se vaya a dar un paseo!

—Bonita, tu novio se ha ido de viaje de trabajo, no ha ido a la guerra ni nada por el estilo. ¿Quieres que lo llame y le comente tu estado vegetativo?

Abro los ojos de par en par y miro la tapicería de mi sofá.

No, ella no me está amenazando. Tengo chocolate en las venas y tres películas dramáticas en mi retina. No quiere amenazarme. Es demasiado peligroso para su integridad física.

—No lo harás —le digo, mientras mis músculos se tensan esperando una respuesta.

Me incorporo desganada para enfocar mi mirada en ella. Está buscando el teléfono en su bolso. ¡Vamos, no fastidies! Es un truco muy viejo. Está haciendo ver que lo va a llamar para que yo reaccione. Quiere que le ruege para que no lo haga y se salga con la suya, pero lo tengo claro.

No pienso decir nada.

Me quedo callada mirando cómo busca en la agenda de su teléfono. ¡Viva el teatro! Es buena, pero no tanto como yo.

Doble Tentación  -  KacchakoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora