Capítulo 18 - El despertar

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La vida es un sueño.
El despertar es lo que nos mata.
Virginia Woolf

Después de la noche más maravillosa del mundo, llega la mañana más extraña. ¿Qué puede pasar después de una noche inspeccionando un nuevo mundo lleno de fuegos artificiales? Que una no sabe caminar. Soy lo más parecido a un jinete sin caballo.

Me siento en el baño intentando comprender por qué mis ingles tienen un ángulo extraño. Mis muslos antes se rozaban, ahora no.

Abro las piernas e inspecciono la zona como si de la escena de un crimen se tratara. La pobre estaba sensible. La he depilado dos veces en apenas quince días. He descubierto una nueva obsesión con los pelos. No los quería, así estaba mucho mejor. Y entre la cera caliente, el roce y los intrusos, mi sexo está más que resentido.

—Ochako, cariño, ¿estás bien?

—Estupendamente —contesto con falso entusiasmo.

Vamos a centrarnos. Tengo que ir a trabajar y no puedo hacerme la enferma. No por esto. Me coloco unos pantalones holgados, para darle espacio a mi preciado sexo, e intento recuperar mi estilo caminando. Pero no es tan fácil.

Tengo que afrontar el problema. Me bajo los pantalones de nuevo y busco soluciones. Lo más práctico es el hielo. Baja la inflamación. Yo no sé si mi sexo está inflamado o está demasiado excitado. Pero seguro que bajará algo.

Bien, ahora tenía la operación hielo en marcha.

Lo primero es conseguir que el hielo venga a mí. Descarto de inmediato la opción A, que es la más fácil, pero a la vez la más humillante. La opción A consiste en decir las palabras mágicas: «Katsura, por favor, ¿puedes traerme hielo?». Y estoy completamente segura de que él lo haría, pero eso traería una respuesta por su parte: «Claro, cariño, ¿para qué lo necesitas?».

Mec, no necesita saber que tengo problemas para caminar.

El plan B cuenta con más posibilidades de éxito. También consiste en que Katsura me traiga algo, pero ese algo está más lejos.

—Katsura, cariño —digo desde el cuarto de baño. Hay algo que tengo claro, cuando quieres pedir algo hay dos normas básicas que siempre has de cumplir. Norma número uno: siempre has de alagar y/o emplear apodos cariñosos; siempre ayudan—. ¿Puedes ir a buscar algo para desayunar?

Después de pedir algo, la norma número dos: bate las pestañas. En este momento, estoy en el baño, por lo que el campo de influencia de este gesto seguro que es menor, pero ante la duda; siempre hay que batir las pestañas.

—Había pensado en hacerte unas tostadas.

¿Tostadas? Mis tripas rugen con sólo pensar en comer una tostada. Es un sol, quiere prepararme el desayuno con sus manitas.

—¿Con mermelada? —pregunta mi lengua traicionera.

—Sí, de fresa —contesta él, y noto su entusiasmo.

Mi preferida. Dios, perdona mis pecados. He practicado sexo fuera del matrimonio y ahora voy a mentir, no me lo tengas en cuenta.

—No me apetece —miento, y mi barriga se queja con un rugido—. ¿Podrías bajar por unos waffles?

Odio parecer la mujer más caprichosa del mundo, pero todo sea por conseguir caminar decente. Espero un resoplido de su parte, pero nada. Él sólo dice que no tardará y escucho la puerta cerrarse. Tomo una toalla y me tapo, no me gusta ir desnuda ni estando sola.

Doble Tentación  -  KacchakoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora