🅟🅓🅤🅒🅒 〖Vol.Ⅰ〗(Completo)

Capítulo 11

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Incluso si mueres,
morirás en mis brazos
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        —¿Con quién estabas...? —Ji Ning se acercó y de repente levantó la capa que cubría a Bai Qingyan, pero se quedó en silencio. En el pecho de esta persona, donde la piel solía ser como el jade, ahora había grandes manchas de color púrpura y azul, todas eran moretones causados por sus patadas. Las marcas estaban hinchadas, un hematoma sobre otro, sin un solo trozo de piel intacta.

        La expresión de Ji Ning se volvió sombría, sus ojos reflejaban una tormenta de emociones, y sus dedos se movieron ligeramente. Por alguna razón, su movimiento para levantar más la capa se volvió más suave.

        Sin embargo, las heridas en la cintura de Bai Qingyan eran muy graves, y el más mínimo movimiento le causaba un dolor agudo. Aunque el movimiento de Ji Ning no fue brusco, aun así despertó a Bai Qingyan por el dolor.

        Bai Qingyan, que hasta hace poco estaba atrapado en una pesadilla de la que no podía escapar, ahora encontraba este dolor agudo como una bendición que lo liberaba. Estaba ardiendo de fiebre y apenas consciente, extendió su mano y se aferró al brazo de Ji Ning. Solo sabía que esta persona lo había salvado de capas y capas de pesadillas, y por instinto no quería soltarlo. Abrazó fuertemente el brazo de Ji Ning, temblando incontrolablemente.

        Ji Ning también se sorprendió. Bai Qingyan siempre había sido de naturaleza orgullosa y arrogante. En este reencuentro, aunque se había convertido en un prisionero, esa arrogancia innata parecía cien veces más fuerte que antes. ¿Cuándo lo había visto tan débil y dependiente?

        Sin mencionar este encuentro, incluso hace diez años, excepto durante los momentos íntimos en la cama, esta persona nunca dependía de él...

        De repente, un pensamiento cruzó la mente de Ji Ning: ¿Acaso me ha confundido con otra persona?

        La imagen de Bai Qingyan cuando entró en la habitación apareció de repente ante los ojos de Ji Ning. Una oleada de ira surgió en su corazón, y Ji Ning sacudió su brazo con fuerza, arrojando a Bai Qingyan sobre la cama.

        La frente de Bai Qingyan golpeó la esquina de la cama, y la sangre brotó inmediatamente. Pero este dolor lo hizo recuperar algo de lucidez, y levantó la mirada. ¿Dónde estaba su salvador? En su lugar, estaba Ji Ning con el ceño fruncido, parado allí como una estrella de la desgracia.

        —¿Con quién estabas aquí hace un momento?

        —¿Hace un momento...? —Bai Qingyan repitió confundido, sin entender la pregunta. La mirada de Ji Ning recorrió desde el torso descubierto de Bai Qingyan hasta la parte inferior cubierta por la capa negra, deteniéndose en sus pies. Allí, una caja de madera de peral yacía silenciosamente en el suelo.

        —Así que fue Ran Chen. —Ji Ning fijó su mirada en el rostro de Bai Qingyan, sonriendo fríamente—: Ya veo. Bai Qingyan, ¿escuchaste su apellido era Ran y pensaste que podrías sacar provecho, verdad? ¿Crees que aliándote con un pariente del clan Langye podrías enfrentarte a mí, un simple general?

        Bai Qingyan abrió los ojos de par en par, viendo que Ji Ning parecía haber perdido la razón, con los ojos enrojecidos por la ira. El hombre se abalanzó sobre él como una bestia hambrienta, presionando a Bai Qingyan contra la cama y besándolo ferozmente. Las manos de Bai Qingyan aún estaban encadenadas, y por más que intentara liberarse, solo lograba dejar más y más heridas en sus muñecas.

        Ji Ning lo besaba violenta y salvajemente, y Bai Qingyan no podía respirar en absoluto. Sus pulmones se sofocaban con un dolor ardiente y, sin poder esquivar de un lado a otro, en su desesperación, mordió los labios de Ji Ning.

        —¡Ugh!

        Ji Ning hizo una pausa, se pasó la mano por los labios y sintió un dolor punzante. Al ver la sangre en su mano, la ferocidad en sus ojos se intensificó aún más.

        —Bai Qingyan, te aconsejo que no sueñes. No voy a entregarte a Ran Chen, ¡incluso si mueres, morirás en mis brazos!

        Dicho esto, Ji Ning volteó a Bai Qingyan, arrancando la capa negra que apenas lo cubría y lo penetró de una embestida.