|𝗠𝗔𝗥𝗚𝗔𝗥𝗜𝗧𝗔| 🦋

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|Nea|

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|Nea|

Fría, rota, triste, sensible e infeliz.

Esos adjetivos son los que mejor me describían en ese momento, en la etapa más dura de mi vida, la depresión.

Vivir con ella, combatiéndola... Se podría decir que era un dolor muy complicado de soportar, un dolor que se te calaba hasta el último hueso, destrozándote, arrasando y haciendo polvo todo tu interior. Sobre todo, la mente. El cerebro está diseñado para soportar tus emociones, te ayuda a controlarlas, hasta que un día algo cambia ahí arriba y se convierte en tu peor enemigo. Eso me ocurrió a mí y os contaré cómo vivía con mis duelos, los duelos que luché conmigo misma, los peores.

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La campana, necesitaba que sonara, me planteé hacerla sonar con mi mente, si tuviera poderes mentales lo habría hecho.

-Nea -captó mi atención mi compañera de pupitre.

-¿Sí?

Señaló al frente y mi corazón dio un vuelco. Todos los ojos del resto de alumnos junto a los del profesor estaban puestos en mí.

-La segunda pregunta, señorita López -insistió el profesor de matemáticas.

Me debatía entre salir huyendo y cambiarme de escuela por recibir tanta atención esos segundos, pero una pequeña alarma en mi cerebro me prohibió salir por patas y le envió a mi boca la respuesta.

Era incorrecta. Gracias a eso se les sumaron a las incómodas miradas unas risas burlonas las cuales se grabaron a fuego en mi interior. Esas personas se estaban riendo de mí, de mi equivocación. Como si no fuera humana y se me estuviera tajantemente prohibido algo tan simple como equivocarme en una ecuación, equivocarme en general.

Me carraspeé la garganta y apreté mis uñas contra las palmas de mi mano.

-Ha terminado -escuché decir a la misma compañera, si no recordaba mal su nombre era algo parecido al de una flor.

Observé a mi alrededor, solo quedábamos ella y yo en la clase. Ella recogía sus pertenencias a toda prisa.

Desenterré las uñas de mis palmas e imité su acción. Recogía mis cosas bajo su atenta mirada.

-Sangras -señaló uno de mis dedos.

La sangre de mi autolesión descendió desde la palma hasta los dedos. Escondí mi mano bajo la manga de mi jersey. Su mirada atenta seguía en ella provocándome cierta incomodidad, mucha incomodidad.

-¿Quieres un pañuelo? Tengo en la mochila.

-No, gracias. Se me ha abierto una herida -mentí.

Se encogió de hombros, pero su semblante era de preocupación y a la vez de extrañeza.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora